Dios mío ¡escucha mi queja! (Salmo 64:1)

Llevo leídos 64 salmos y he de reconocer que me encuentro un tanto cansado del patrón de queja tras queja que he visto hasta ahora. No es la primera vez que he leído esta parte de las Escrituras; en otras ocasiones había notado más la alabanza del salmista, el reconocimiento del Señor. En esta ocasión lo veo instalado en la queja. 

Al pensar un poco más en su vida veo que motivos no le faltan. Injustamente tratado por Saúl que durante años lo persiguió en un intento de acabar con él. Le robó a su mujer y le hizo estar años dando vueltas por el desierto y exiliado en tierra filistea donde trabajó como mercenario. No acabó allí la historia, su familia, y la de sus seguidores fue secuestrada por salteadores y tuvo que perseguirlos para poderla rescatar mientras impedía un motín de sus hombres. Una vez en el trono, tardó años en ser reconocido por todas las tribus, al principio únicamente Judá y Benjamín lo proclamaron rey. Reinando ya sobre todas las tribus tuvo que afrontar la rebelión y posterior muerte de su hijo Absalón. Durante la misma el monarca tuvo que huir de una manera vergonzosa y humillante.

No es de extrañar que David tuviera tantas emociones negativas acumuladas en su vida. Tampoco lo es que el Señor fuera su válvula de escape ante tanta presión externa e interna. Aprendo pues la legitimidad de tener emociones negativas. Aprendo que no debo avergonzarme de las mismas. Aprendo que es higiénico y saludable para mi corazón no dejarlas dentro. Aprendo que tengo derecho de llevarlas, sin filtro de ningún tipo, al Padre. Aprendo que Él cuidará de ellas y me dará paz.


¿Cómo manejas tus emociones para que no te dañen?

 



Dios mío ¡escucha mi queja! (Salmo 64:1)

Llevo leídos 64 salmos y he de reconocer que me encuentro un tanto cansado del patrón de queja tras queja que he visto hasta ahora. No es la primera vez que he leído esta parte de las Escrituras; en otras ocasiones había notado más la alabanza del salmista, el reconocimiento del Señor. En esta ocasión lo veo instalado en la queja. 

Al pensar un poco más en su vida veo que motivos no le faltan. Injustamente tratado por Saúl que durante años lo persiguió en un intento de acabar con él. Le robó a su mujer y le hizo estar años dando vueltas por el desierto y exiliado en tierra filistea donde trabajó como mercenario. No acabó allí la historia, su familia, y la de sus seguidores fue secuestrada por salteadores y tuvo que perseguirlos para poderla rescatar mientras impedía un motín de sus hombres. Una vez en el trono, tardó años en ser reconocido por todas las tribus, al principio únicamente Judá y Benjamín lo proclamaron rey. Reinando ya sobre todas las tribus tuvo que afrontar la rebelión y posterior muerte de su hijo Absalón. Durante la misma el monarca tuvo que huir de una manera vergonzosa y humillante.

No es de extrañar que David tuviera tantas emociones negativas acumuladas en su vida. Tampoco lo es que el Señor fuera su válvula de escape ante tanta presión externa e interna. Aprendo pues la legitimidad de tener emociones negativas. Aprendo que no debo avergonzarme de las mismas. Aprendo que es higiénico y saludable para mi corazón no dejarlas dentro. Aprendo que tengo derecho de llevarlas, sin filtro de ningún tipo, al Padre. Aprendo que Él cuidará de ellas y me dará paz.


¿Cómo manejas tus emociones para que no te dañen?

 



Dios mío ¡escucha mi queja! (Salmo 64:1)

Llevo leídos 64 salmos y he de reconocer que me encuentro un tanto cansado del patrón de queja tras queja que he visto hasta ahora. No es la primera vez que he leído esta parte de las Escrituras; en otras ocasiones había notado más la alabanza del salmista, el reconocimiento del Señor. En esta ocasión lo veo instalado en la queja. 

Al pensar un poco más en su vida veo que motivos no le faltan. Injustamente tratado por Saúl que durante años lo persiguió en un intento de acabar con él. Le robó a su mujer y le hizo estar años dando vueltas por el desierto y exiliado en tierra filistea donde trabajó como mercenario. No acabó allí la historia, su familia, y la de sus seguidores fue secuestrada por salteadores y tuvo que perseguirlos para poderla rescatar mientras impedía un motín de sus hombres. Una vez en el trono, tardó años en ser reconocido por todas las tribus, al principio únicamente Judá y Benjamín lo proclamaron rey. Reinando ya sobre todas las tribus tuvo que afrontar la rebelión y posterior muerte de su hijo Absalón. Durante la misma el monarca tuvo que huir de una manera vergonzosa y humillante.

No es de extrañar que David tuviera tantas emociones negativas acumuladas en su vida. Tampoco lo es que el Señor fuera su válvula de escape ante tanta presión externa e interna. Aprendo pues la legitimidad de tener emociones negativas. Aprendo que no debo avergonzarme de las mismas. Aprendo que es higiénico y saludable para mi corazón no dejarlas dentro. Aprendo que tengo derecho de llevarlas, sin filtro de ningún tipo, al Padre. Aprendo que Él cuidará de ellas y me dará paz.


¿Cómo manejas tus emociones para que no te dañen?