Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional que ha traspasado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas. Acerquémonos, pues, llenos de confianza a ese trono de gracia, seguros de encontrar la misericordia y el favor divino en el momento preciso. (Hebreos 4:14-16)


A lo largo de las Escrituras el trono se relaciona con la autoridad y la capacidad del rey para juzgar. Los monarcas se sentaban en los tronos para ejercer y aplicar justicia, y no cualquiera estaba autorizado para acercarse sin el debido permiso al sitial. Recordemos, por ejemplo, que Esther se jugaba la vida al acercarse al trono de Asuero sin contar con la debida autorización del monarca. Solo si éste le extendía el cetro y le concedía la gracia de estar allí podría salvarse, cosa que afortunadamente sucedió.

El autor de Hebreos nos habla de un trono diferente, ya no de justicia sino de gracia. Un trono donde podemos recibir misericordia y favor de parte de Dios. Cuando vamos a ese trono no seremos juzgados, ni mucho menos condenados; seremos acogidos, amados, arropados y recibiremos -por gracia, no por merecimientos- aquello que precisamos en el momento de necesidad. ¿Cuál es la implicación que eso tiene? ¡Tremenda! nos podemos acercar ante el trono con total y absoluta seguridad, llenos de confianza como dice el anónimo autor de Hebreos. En el trono de la justicia solo podemos esperar juicio y, naturalmente, conociendo como somos, condena. Ningún ser humano puede acercarse al trono de la justicia sin una mezcla de aprensión, inseguridad y precaución ¡Cuán diferente de las actitudes que nos llevan a un trono de gracia!

Y cuando llegamos a ese trono de gracia nos encontramos con Jesús, el compasivo, el comprensivo, el que ha vivido -a excepción del pecado, pero incluyendo la muerte- todo aquello que tú y yo hemos podido vivir y experimentar. Y allí escuchamos unas palabras semejantes: te entiendo, yo he estado allí, sé lo difícil que resulta la condición humana, te ofrezco mi gracia y juntos vamos a trabajar en el cambio.


¿A qué trono te acercas tú, uno de justicia o de gracia?











Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional que ha traspasado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas. Acerquémonos, pues, llenos de confianza a ese trono de gracia, seguros de encontrar la misericordia y el favor divino en el momento preciso. (Hebreos 4:14-16)


A lo largo de las Escrituras el trono se relaciona con la autoridad y la capacidad del rey para juzgar. Los monarcas se sentaban en los tronos para ejercer y aplicar justicia, y no cualquiera estaba autorizado para acercarse sin el debido permiso al sitial. Recordemos, por ejemplo, que Esther se jugaba la vida al acercarse al trono de Asuero sin contar con la debida autorización del monarca. Solo si éste le extendía el cetro y le concedía la gracia de estar allí podría salvarse, cosa que afortunadamente sucedió.

El autor de Hebreos nos habla de un trono diferente, ya no de justicia sino de gracia. Un trono donde podemos recibir misericordia y favor de parte de Dios. Cuando vamos a ese trono no seremos juzgados, ni mucho menos condenados; seremos acogidos, amados, arropados y recibiremos -por gracia, no por merecimientos- aquello que precisamos en el momento de necesidad. ¿Cuál es la implicación que eso tiene? ¡Tremenda! nos podemos acercar ante el trono con total y absoluta seguridad, llenos de confianza como dice el anónimo autor de Hebreos. En el trono de la justicia solo podemos esperar juicio y, naturalmente, conociendo como somos, condena. Ningún ser humano puede acercarse al trono de la justicia sin una mezcla de aprensión, inseguridad y precaución ¡Cuán diferente de las actitudes que nos llevan a un trono de gracia!

Y cuando llegamos a ese trono de gracia nos encontramos con Jesús, el compasivo, el comprensivo, el que ha vivido -a excepción del pecado, pero incluyendo la muerte- todo aquello que tú y yo hemos podido vivir y experimentar. Y allí escuchamos unas palabras semejantes: te entiendo, yo he estado allí, sé lo difícil que resulta la condición humana, te ofrezco mi gracia y juntos vamos a trabajar en el cambio.


¿A qué trono te acercas tú, uno de justicia o de gracia?











Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional que ha traspasado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas. Acerquémonos, pues, llenos de confianza a ese trono de gracia, seguros de encontrar la misericordia y el favor divino en el momento preciso. (Hebreos 4:14-16)


A lo largo de las Escrituras el trono se relaciona con la autoridad y la capacidad del rey para juzgar. Los monarcas se sentaban en los tronos para ejercer y aplicar justicia, y no cualquiera estaba autorizado para acercarse sin el debido permiso al sitial. Recordemos, por ejemplo, que Esther se jugaba la vida al acercarse al trono de Asuero sin contar con la debida autorización del monarca. Solo si éste le extendía el cetro y le concedía la gracia de estar allí podría salvarse, cosa que afortunadamente sucedió.

El autor de Hebreos nos habla de un trono diferente, ya no de justicia sino de gracia. Un trono donde podemos recibir misericordia y favor de parte de Dios. Cuando vamos a ese trono no seremos juzgados, ni mucho menos condenados; seremos acogidos, amados, arropados y recibiremos -por gracia, no por merecimientos- aquello que precisamos en el momento de necesidad. ¿Cuál es la implicación que eso tiene? ¡Tremenda! nos podemos acercar ante el trono con total y absoluta seguridad, llenos de confianza como dice el anónimo autor de Hebreos. En el trono de la justicia solo podemos esperar juicio y, naturalmente, conociendo como somos, condena. Ningún ser humano puede acercarse al trono de la justicia sin una mezcla de aprensión, inseguridad y precaución ¡Cuán diferente de las actitudes que nos llevan a un trono de gracia!

Y cuando llegamos a ese trono de gracia nos encontramos con Jesús, el compasivo, el comprensivo, el que ha vivido -a excepción del pecado, pero incluyendo la muerte- todo aquello que tú y yo hemos podido vivir y experimentar. Y allí escuchamos unas palabras semejantes: te entiendo, yo he estado allí, sé lo difícil que resulta la condición humana, te ofrezco mi gracia y juntos vamos a trabajar en el cambio.


¿A qué trono te acercas tú, uno de justicia o de gracia?











Y ya que contamos con un sumo sacerdote excepcional que ha traspasado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas. Acerquémonos, pues, llenos de confianza a ese trono de gracia, seguros de encontrar la misericordia y el favor divino en el momento preciso. (Hebreos 4:14-16)


A lo largo de las Escrituras el trono se relaciona con la autoridad y la capacidad del rey para juzgar. Los monarcas se sentaban en los tronos para ejercer y aplicar justicia, y no cualquiera estaba autorizado para acercarse sin el debido permiso al sitial. Recordemos, por ejemplo, que Esther se jugaba la vida al acercarse al trono de Asuero sin contar con la debida autorización del monarca. Solo si éste le extendía el cetro y le concedía la gracia de estar allí podría salvarse, cosa que afortunadamente sucedió.

El autor de Hebreos nos habla de un trono diferente, ya no de justicia sino de gracia. Un trono donde podemos recibir misericordia y favor de parte de Dios. Cuando vamos a ese trono no seremos juzgados, ni mucho menos condenados; seremos acogidos, amados, arropados y recibiremos -por gracia, no por merecimientos- aquello que precisamos en el momento de necesidad. ¿Cuál es la implicación que eso tiene? ¡Tremenda! nos podemos acercar ante el trono con total y absoluta seguridad, llenos de confianza como dice el anónimo autor de Hebreos. En el trono de la justicia solo podemos esperar juicio y, naturalmente, conociendo como somos, condena. Ningún ser humano puede acercarse al trono de la justicia sin una mezcla de aprensión, inseguridad y precaución ¡Cuán diferente de las actitudes que nos llevan a un trono de gracia!

Y cuando llegamos a ese trono de gracia nos encontramos con Jesús, el compasivo, el comprensivo, el que ha vivido -a excepción del pecado, pero incluyendo la muerte- todo aquello que tú y yo hemos podido vivir y experimentar. Y allí escuchamos unas palabras semejantes: te entiendo, yo he estado allí, sé lo difícil que resulta la condición humana, te ofrezco mi gracia y juntos vamos a trabajar en el cambio.


¿A qué trono te acercas tú, uno de justicia o de gracia?