Así que tomó del fruto y comió, dándoselo seguidamente a su marido que estaba junto a ella y que también comió. (Génesis 3:6)

Este breve pasaje, siempre en el contexto de la gran historia de Dios, introduce el concepto de pecado. El mismo es presentado como un acto de rebelión, de desobediencia contra la voluntad soberana de Dios. El ser humano decide declararse independiente y autónomo con respecto a Dios y su señorío. Se sustrae a la jurisdicción del Señor y consuma, de este modo, la tentación de ser igual a Dios.

A mí me ayuda a entenderlo, sin que la comparación tenga ninguna connotación positiva o negativa, la declaración de independencia que los diferentes países de la América de habla española hicieron hace unos doscientos años. A comienzos del siglo XIX decidieron declararse independientes y dejaron de reconocer la autoridad de la monarquía española, se sustrajeron de su jurisdicción. Yo hubiera hecho lo mismo en este caso.

El pecado no es lo que hacemos o dejamos de hacer. El pecado, en su esencia, no es una conducta sino más bien es una actitud, es decir, nuestra posición de rebelión, de desobediencia, de independencia con respecto al Señor y su soberanía. Lo que nosotros de forma coloquial denominamos "pecados" son mas bien los síntomas, las manifestaciones externas de un serio problema interno, a saber, nuestra rebelión y desobediencia contra Dios.

Es importante distinguir entre los síntomas de una enfermedad y la causa de fondo que la provoca. Fiebre, vómitos, cansancio, etc., pueden ser serias evidencias que nos ayudan a detectar algo más profundo que las está causando, por ejemplo, una grave infección intestinal que puede resultar mortal para la persona. Si nos centramos en atacar los síntomas externos podemos camuflar el problema de raíz que los causa, y mientras aliviamos síntomas dejamos intacta o incluso creciendo la problemática de fondo. Cuando los cristianos nos centramos en atacar los síntomas olvidando que son una manifestación de una causa más profunda, nos convertimos en moralizadores, que acometen contra las conductas buscando conformidad pero dejando intacto el corazón.

El pecado es un problema profundo, es un problema del corazón tal y como indicó Jesús en Mateo 15:18-20. Para la antropología hebrea el corazón no tiene nada que ver con las emociones. Es el centro de control y decisión en la vida de los individuos. Es el lugar desde el cual se gobierna la vida y destino de los individuos. Por eso, la Biblia habla de que el ser humano necesita un cambio, un cambio que es expresado en términos de un nuevo corazón (Ezequiel 11:18-20; Ezequiel 18:30-32; Ezequiel 36:26) Nuestro lenguaje popular evangélico lo ha recogido cuando afirma que invitamos a Jesús a que entre en nuestro corazón, es decir, en el centro de control de nuestras vidas.

Es importante entender el concepto bíblico de pecado puesto que si nos fijamos únicamente en la conducta podemos cambiar esta dejando intacto el corazón que puede seguir viviendo en rebelión contra Dios, independiente de Él, en desobediencia a su voluntad. 

¿Por qué es importante entender que el pecado es un problema del corazón?


 


Así que tomó del fruto y comió, dándoselo seguidamente a su marido que estaba junto a ella y que también comió. (Génesis 3:6)

Este breve pasaje, siempre en el contexto de la gran historia de Dios, introduce el concepto de pecado. El mismo es presentado como un acto de rebelión, de desobediencia contra la voluntad soberana de Dios. El ser humano decide declararse independiente y autónomo con respecto a Dios y su señorío. Se sustrae a la jurisdicción del Señor y consuma, de este modo, la tentación de ser igual a Dios.

A mí me ayuda a entenderlo, sin que la comparación tenga ninguna connotación positiva o negativa, la declaración de independencia que los diferentes países de la América de habla española hicieron hace unos doscientos años. A comienzos del siglo XIX decidieron declararse independientes y dejaron de reconocer la autoridad de la monarquía española, se sustrajeron de su jurisdicción. Yo hubiera hecho lo mismo en este caso.

El pecado no es lo que hacemos o dejamos de hacer. El pecado, en su esencia, no es una conducta sino más bien es una actitud, es decir, nuestra posición de rebelión, de desobediencia, de independencia con respecto al Señor y su soberanía. Lo que nosotros de forma coloquial denominamos "pecados" son mas bien los síntomas, las manifestaciones externas de un serio problema interno, a saber, nuestra rebelión y desobediencia contra Dios.

Es importante distinguir entre los síntomas de una enfermedad y la causa de fondo que la provoca. Fiebre, vómitos, cansancio, etc., pueden ser serias evidencias que nos ayudan a detectar algo más profundo que las está causando, por ejemplo, una grave infección intestinal que puede resultar mortal para la persona. Si nos centramos en atacar los síntomas externos podemos camuflar el problema de raíz que los causa, y mientras aliviamos síntomas dejamos intacta o incluso creciendo la problemática de fondo. Cuando los cristianos nos centramos en atacar los síntomas olvidando que son una manifestación de una causa más profunda, nos convertimos en moralizadores, que acometen contra las conductas buscando conformidad pero dejando intacto el corazón.

El pecado es un problema profundo, es un problema del corazón tal y como indicó Jesús en Mateo 15:18-20. Para la antropología hebrea el corazón no tiene nada que ver con las emociones. Es el centro de control y decisión en la vida de los individuos. Es el lugar desde el cual se gobierna la vida y destino de los individuos. Por eso, la Biblia habla de que el ser humano necesita un cambio, un cambio que es expresado en términos de un nuevo corazón (Ezequiel 11:18-20; Ezequiel 18:30-32; Ezequiel 36:26) Nuestro lenguaje popular evangélico lo ha recogido cuando afirma que invitamos a Jesús a que entre en nuestro corazón, es decir, en el centro de control de nuestras vidas.

Es importante entender el concepto bíblico de pecado puesto que si nos fijamos únicamente en la conducta podemos cambiar esta dejando intacto el corazón que puede seguir viviendo en rebelión contra Dios, independiente de Él, en desobediencia a su voluntad. 

¿Por qué es importante entender que el pecado es un problema del corazón?


 


Así que tomó del fruto y comió, dándoselo seguidamente a su marido que estaba junto a ella y que también comió. (Génesis 3:6)

Este breve pasaje, siempre en el contexto de la gran historia de Dios, introduce el concepto de pecado. El mismo es presentado como un acto de rebelión, de desobediencia contra la voluntad soberana de Dios. El ser humano decide declararse independiente y autónomo con respecto a Dios y su señorío. Se sustrae a la jurisdicción del Señor y consuma, de este modo, la tentación de ser igual a Dios.

A mí me ayuda a entenderlo, sin que la comparación tenga ninguna connotación positiva o negativa, la declaración de independencia que los diferentes países de la América de habla española hicieron hace unos doscientos años. A comienzos del siglo XIX decidieron declararse independientes y dejaron de reconocer la autoridad de la monarquía española, se sustrajeron de su jurisdicción. Yo hubiera hecho lo mismo en este caso.

El pecado no es lo que hacemos o dejamos de hacer. El pecado, en su esencia, no es una conducta sino más bien es una actitud, es decir, nuestra posición de rebelión, de desobediencia, de independencia con respecto al Señor y su soberanía. Lo que nosotros de forma coloquial denominamos "pecados" son mas bien los síntomas, las manifestaciones externas de un serio problema interno, a saber, nuestra rebelión y desobediencia contra Dios.

Es importante distinguir entre los síntomas de una enfermedad y la causa de fondo que la provoca. Fiebre, vómitos, cansancio, etc., pueden ser serias evidencias que nos ayudan a detectar algo más profundo que las está causando, por ejemplo, una grave infección intestinal que puede resultar mortal para la persona. Si nos centramos en atacar los síntomas externos podemos camuflar el problema de raíz que los causa, y mientras aliviamos síntomas dejamos intacta o incluso creciendo la problemática de fondo. Cuando los cristianos nos centramos en atacar los síntomas olvidando que son una manifestación de una causa más profunda, nos convertimos en moralizadores, que acometen contra las conductas buscando conformidad pero dejando intacto el corazón.

El pecado es un problema profundo, es un problema del corazón tal y como indicó Jesús en Mateo 15:18-20. Para la antropología hebrea el corazón no tiene nada que ver con las emociones. Es el centro de control y decisión en la vida de los individuos. Es el lugar desde el cual se gobierna la vida y destino de los individuos. Por eso, la Biblia habla de que el ser humano necesita un cambio, un cambio que es expresado en términos de un nuevo corazón (Ezequiel 11:18-20; Ezequiel 18:30-32; Ezequiel 36:26) Nuestro lenguaje popular evangélico lo ha recogido cuando afirma que invitamos a Jesús a que entre en nuestro corazón, es decir, en el centro de control de nuestras vidas.

Es importante entender el concepto bíblico de pecado puesto que si nos fijamos únicamente en la conducta podemos cambiar esta dejando intacto el corazón que puede seguir viviendo en rebelión contra Dios, independiente de Él, en desobediencia a su voluntad. 

¿Por qué es importante entender que el pecado es un problema del corazón?