Las culpas nos tienen abrumados, pero tú perdonas nuestros pecados. (Salmo 65:4)


Encuentro fascinante el mecanismo de la confesión y su necesidad. Realmente quien no precisa -en mi modesta opinión- para nada nuestra confesión es el Señor. Él conoce todo acerca de nosotros, hasta las más íntimas y profundas intenciones de nuestro corazón; no existe nada, absolutamente nada que quede oculto a sus ojos y como afirma el salmo 64 a su escrutinio. Entonces ¿Por qué confesar?.

Porque somos nosotros los que precisamos de la confesión y por esa razón el Señor nos pide que la llevemos a cabo. Confesar implica tener que reconocer una determinada realidad, la de nuestro pecado. Hace necesario que nos dejemos de racionalizaciones, justificaciones, sublimaciones y otros mecanismos para evadir o evitar la realidad. Además, la confesión nos obliga a afrontar nuestra responsabilidad sobre el pecado; somos responsables ante un Dios santo y, en ocasiones, también lo somos con respecto a nuestro prójimo, y cuando decidimos confesar dejamos de eludir esa responsabilidad. Adicionalmente, la confesión nos lleva a tener que actuar con relación a nuestro pecado; no basta con los dos primeros pasos, es decir, no es suficiente con reconocer la realidad y nuestra responsabilidad, hemos de hacer algo al respecto, hemos de cambiar, hacer o dejar de hacer, darle un giro a nuestras actitudes, motivaciones, valores, prioridades, etc. Finalmente, el Señor nos pide que confesemos por la liberación emocional y espiritual que supone dejar la carga de la culpa en sus manos. El pecado pesa, el pecado corrompe, la confesión libera.


Hoy, ahora, es un buen momento para confesar.



Las culpas nos tienen abrumados, pero tú perdonas nuestros pecados. (Salmo 65:4)


Encuentro fascinante el mecanismo de la confesión y su necesidad. Realmente quien no precisa -en mi modesta opinión- para nada nuestra confesión es el Señor. Él conoce todo acerca de nosotros, hasta las más íntimas y profundas intenciones de nuestro corazón; no existe nada, absolutamente nada que quede oculto a sus ojos y como afirma el salmo 64 a su escrutinio. Entonces ¿Por qué confesar?.

Porque somos nosotros los que precisamos de la confesión y por esa razón el Señor nos pide que la llevemos a cabo. Confesar implica tener que reconocer una determinada realidad, la de nuestro pecado. Hace necesario que nos dejemos de racionalizaciones, justificaciones, sublimaciones y otros mecanismos para evadir o evitar la realidad. Además, la confesión nos obliga a afrontar nuestra responsabilidad sobre el pecado; somos responsables ante un Dios santo y, en ocasiones, también lo somos con respecto a nuestro prójimo, y cuando decidimos confesar dejamos de eludir esa responsabilidad. Adicionalmente, la confesión nos lleva a tener que actuar con relación a nuestro pecado; no basta con los dos primeros pasos, es decir, no es suficiente con reconocer la realidad y nuestra responsabilidad, hemos de hacer algo al respecto, hemos de cambiar, hacer o dejar de hacer, darle un giro a nuestras actitudes, motivaciones, valores, prioridades, etc. Finalmente, el Señor nos pide que confesemos por la liberación emocional y espiritual que supone dejar la carga de la culpa en sus manos. El pecado pesa, el pecado corrompe, la confesión libera.


Hoy, ahora, es un buen momento para confesar.



Las culpas nos tienen abrumados, pero tú perdonas nuestros pecados. (Salmo 65:4)


Encuentro fascinante el mecanismo de la confesión y su necesidad. Realmente quien no precisa -en mi modesta opinión- para nada nuestra confesión es el Señor. Él conoce todo acerca de nosotros, hasta las más íntimas y profundas intenciones de nuestro corazón; no existe nada, absolutamente nada que quede oculto a sus ojos y como afirma el salmo 64 a su escrutinio. Entonces ¿Por qué confesar?.

Porque somos nosotros los que precisamos de la confesión y por esa razón el Señor nos pide que la llevemos a cabo. Confesar implica tener que reconocer una determinada realidad, la de nuestro pecado. Hace necesario que nos dejemos de racionalizaciones, justificaciones, sublimaciones y otros mecanismos para evadir o evitar la realidad. Además, la confesión nos obliga a afrontar nuestra responsabilidad sobre el pecado; somos responsables ante un Dios santo y, en ocasiones, también lo somos con respecto a nuestro prójimo, y cuando decidimos confesar dejamos de eludir esa responsabilidad. Adicionalmente, la confesión nos lleva a tener que actuar con relación a nuestro pecado; no basta con los dos primeros pasos, es decir, no es suficiente con reconocer la realidad y nuestra responsabilidad, hemos de hacer algo al respecto, hemos de cambiar, hacer o dejar de hacer, darle un giro a nuestras actitudes, motivaciones, valores, prioridades, etc. Finalmente, el Señor nos pide que confesemos por la liberación emocional y espiritual que supone dejar la carga de la culpa en sus manos. El pecado pesa, el pecado corrompe, la confesión libera.


Hoy, ahora, es un buen momento para confesar.