En una palabra, aprovechemos cualquier oportunidad para hacer el bien a todos. (Gálatas 6:10)

El ritual de la mañana nos ayuda a poner el día en perspectiva. Comenzamos enfocándonos en nuestra relación con el Señor y pidiéndole, como ya expliqué, que sea su Santo Espíritu quien guíe, dirija, controle nuestra vida durante ese día que comienza. A continuación nos enfocamos en nuestro prójimo pues, al fin y al cabo, como nos enseñan las Escrituras todo se resume en Dios y el prójimo. 

A lo largo de un día cualquiera de nuestra vida acostumbramos a tener -al menos la mayoría de nosotros- un buen número de interacciones con otras personas en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla nuestro proyecto vital; comenzando con la familia, siguiendo por nuestro vecindario y lugares de trabajo o estudio hasta llegar a las interacciones casuales, no previstas, que se dan en la cotidianidad. El mandato bíblico es que las mismas estén marcadas siempre por nuestro deseo intencional de hacer bien a esas personas en la medida de nuestras posibilidades. Somos dispensadores de bendición para todos aquellos con los que nos vamos a relacionar, sea de manera intensa o superficial, estamos llamados a dejar una huella positiva en sus vidas. Somos gente enviada para bendecir a un mundo roto de parte del Señor. Formamos parte del plan providencial de nuestro Dios que en su amor por la humanidad continúa buscando formas de bendecirla; nosotros somos una de esas fuentes principales del amor del Señor. 

En la práctica eso significa que cada día, durante mi ritual matutino, le pido a Jesús sensibilidad para ser de bendición a cada persona con la que voy a relacionarme; a ser un instrumento de su amor e interés por esa persona; añadir valor a la vida de la misma. Oro para poderme unir al trabajo que el Señor ya está haciendo en esa persona. Le pido a Dios que después de la interacción conmigo haya sido bendecida. Cuando llevo a cabo ese proceso oraste identifico y pienso específicamente en aquellas personas con las que sé que tendré la oportunidad y responsabilidad de relacionarme, pero también oro por aquellas, que sin saberlo, hoy aparecerán en mi vida.

Antes de acabar sólo quiero llamar la atención sobre las palabras del apóstol aquí reproducidas. Pablo no indica que el bien deba ser hecho a aquellos que, en nuestra opinión, se lo merecen. Si así procediéramos no seríamos dignos hijos de nuestro Padre que hace que el solo y la lluvia beneficien por igual a justos e injustos.


¿Cómo cambiarían tus relaciones si vivieras con la intencionalidad aquí descrita?






En una palabra, aprovechemos cualquier oportunidad para hacer el bien a todos. (Gálatas 6:10)

El ritual de la mañana nos ayuda a poner el día en perspectiva. Comenzamos enfocándonos en nuestra relación con el Señor y pidiéndole, como ya expliqué, que sea su Santo Espíritu quien guíe, dirija, controle nuestra vida durante ese día que comienza. A continuación nos enfocamos en nuestro prójimo pues, al fin y al cabo, como nos enseñan las Escrituras todo se resume en Dios y el prójimo. 

A lo largo de un día cualquiera de nuestra vida acostumbramos a tener -al menos la mayoría de nosotros- un buen número de interacciones con otras personas en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla nuestro proyecto vital; comenzando con la familia, siguiendo por nuestro vecindario y lugares de trabajo o estudio hasta llegar a las interacciones casuales, no previstas, que se dan en la cotidianidad. El mandato bíblico es que las mismas estén marcadas siempre por nuestro deseo intencional de hacer bien a esas personas en la medida de nuestras posibilidades. Somos dispensadores de bendición para todos aquellos con los que nos vamos a relacionar, sea de manera intensa o superficial, estamos llamados a dejar una huella positiva en sus vidas. Somos gente enviada para bendecir a un mundo roto de parte del Señor. Formamos parte del plan providencial de nuestro Dios que en su amor por la humanidad continúa buscando formas de bendecirla; nosotros somos una de esas fuentes principales del amor del Señor. 

En la práctica eso significa que cada día, durante mi ritual matutino, le pido a Jesús sensibilidad para ser de bendición a cada persona con la que voy a relacionarme; a ser un instrumento de su amor e interés por esa persona; añadir valor a la vida de la misma. Oro para poderme unir al trabajo que el Señor ya está haciendo en esa persona. Le pido a Dios que después de la interacción conmigo haya sido bendecida. Cuando llevo a cabo ese proceso oraste identifico y pienso específicamente en aquellas personas con las que sé que tendré la oportunidad y responsabilidad de relacionarme, pero también oro por aquellas, que sin saberlo, hoy aparecerán en mi vida.

Antes de acabar sólo quiero llamar la atención sobre las palabras del apóstol aquí reproducidas. Pablo no indica que el bien deba ser hecho a aquellos que, en nuestra opinión, se lo merecen. Si así procediéramos no seríamos dignos hijos de nuestro Padre que hace que el solo y la lluvia beneficien por igual a justos e injustos.


¿Cómo cambiarían tus relaciones si vivieras con la intencionalidad aquí descrita?






En una palabra, aprovechemos cualquier oportunidad para hacer el bien a todos. (Gálatas 6:10)

El ritual de la mañana nos ayuda a poner el día en perspectiva. Comenzamos enfocándonos en nuestra relación con el Señor y pidiéndole, como ya expliqué, que sea su Santo Espíritu quien guíe, dirija, controle nuestra vida durante ese día que comienza. A continuación nos enfocamos en nuestro prójimo pues, al fin y al cabo, como nos enseñan las Escrituras todo se resume en Dios y el prójimo. 

A lo largo de un día cualquiera de nuestra vida acostumbramos a tener -al menos la mayoría de nosotros- un buen número de interacciones con otras personas en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla nuestro proyecto vital; comenzando con la familia, siguiendo por nuestro vecindario y lugares de trabajo o estudio hasta llegar a las interacciones casuales, no previstas, que se dan en la cotidianidad. El mandato bíblico es que las mismas estén marcadas siempre por nuestro deseo intencional de hacer bien a esas personas en la medida de nuestras posibilidades. Somos dispensadores de bendición para todos aquellos con los que nos vamos a relacionar, sea de manera intensa o superficial, estamos llamados a dejar una huella positiva en sus vidas. Somos gente enviada para bendecir a un mundo roto de parte del Señor. Formamos parte del plan providencial de nuestro Dios que en su amor por la humanidad continúa buscando formas de bendecirla; nosotros somos una de esas fuentes principales del amor del Señor. 

En la práctica eso significa que cada día, durante mi ritual matutino, le pido a Jesús sensibilidad para ser de bendición a cada persona con la que voy a relacionarme; a ser un instrumento de su amor e interés por esa persona; añadir valor a la vida de la misma. Oro para poderme unir al trabajo que el Señor ya está haciendo en esa persona. Le pido a Dios que después de la interacción conmigo haya sido bendecida. Cuando llevo a cabo ese proceso oraste identifico y pienso específicamente en aquellas personas con las que sé que tendré la oportunidad y responsabilidad de relacionarme, pero también oro por aquellas, que sin saberlo, hoy aparecerán en mi vida.

Antes de acabar sólo quiero llamar la atención sobre las palabras del apóstol aquí reproducidas. Pablo no indica que el bien deba ser hecho a aquellos que, en nuestra opinión, se lo merecen. Si así procediéramos no seríamos dignos hijos de nuestro Padre que hace que el solo y la lluvia beneficien por igual a justos e injustos.


¿Cómo cambiarían tus relaciones si vivieras con la intencionalidad aquí descrita?