Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Cuando hablaba del ritual de la mañana indicaba cuán importante es comenzar el día siendo intencional a la hora de pedir la guía, dirección y control del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida. Es un comienzo pero, como todos sabemos, la vida es dinámica y el desarrollo de cualquier día trae consigo relaciones, situaciones y procesos en los que, en ocasiones de forma inconsciente, y otras de forma consciente, decidimos abiertamente ir en contra del Señor y su voluntad; vamos, por decirlo más claro, pecamos. 

Me gustaría ilustrarlo. Imaginemos que nuestra vida tuviera un centro de control (De hecho lo tiene; en la forma hebrea de entender el mundo y el ser humano el corazón es el lugar donde radica la voluntad, el control; las emociones radican en las entrañas) Cuando pedimos ser llenos del Espíritu de Dios lo que estamos haciendo es pedirle que tome el mando de ese centro de control. Como ya indiqué anteriormente, quien te controla determina cómo vives. Pero cuando nosotros decidimos pecar, es decir, rebelarnos contra Dios y su autoridad, automáticamente tomamos el control de nuestras vidas nuevamente. Es, por expresarlo de alguna manera, como si le diéramos un empujón a Jesús y le dijéramos: "aparta que ahora controlo yo". Él, que siempre invita pero nunca fuerza, gentilmente permite que tomemos el control que voluntariamente le habíamos dado. Nosotros estamos, pues, al mando de nuevo. 

¿Cómo manejar esa situación? Hace muchísimos años que aprendí un principio esencial de la vida cristiana, la respiración espiritual. Piensa por un momento en la respiración física. La misma consta de dos fases: exhalar, cuando expulsamos el CO2 que es dañino y venenoso e inhalar, cuando permitimos que el oxígeno llene nuestros pulmones y, a través del riego sanguíneo, pueda llevar renovación a todas las células de nuestro cuerpo. 

Del mismo modo funciona la respiración espiritual. Cuando confesamos, es decir, cuando reconocemos que hemos pecado contra Dios, lo que estamos haciendo es exhalar, echar fuera aquello que dificulta y entorpece nuestra relación con el Señor y otros. Cuando inhalamos le pedimos al Espíritu de Dios que tome nuevamente el control de nuestras vidas, cedemos a Jesús el volante, el mando.

¿Cuántas veces respiramos físicamente? Tantas como es preciso. ¿Cuántas veces hemos de respirar espiritualmente? Tantas como sea preciso. El problema no es el pecado; es no confesarlo y persistir en controlar nuestra vida. Todo seguidor del Maestro, especialmente los líderes, debemos incorporar en nuestras vidas el hábito de respirar espiritualmente, de lo contrario, podemos intoxicarnos.


¿Cómo puedes incorporar este saludable hábito espiritual en tu vida?



Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Cuando hablaba del ritual de la mañana indicaba cuán importante es comenzar el día siendo intencional a la hora de pedir la guía, dirección y control del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida. Es un comienzo pero, como todos sabemos, la vida es dinámica y el desarrollo de cualquier día trae consigo relaciones, situaciones y procesos en los que, en ocasiones de forma inconsciente, y otras de forma consciente, decidimos abiertamente ir en contra del Señor y su voluntad; vamos, por decirlo más claro, pecamos. 

Me gustaría ilustrarlo. Imaginemos que nuestra vida tuviera un centro de control (De hecho lo tiene; en la forma hebrea de entender el mundo y el ser humano el corazón es el lugar donde radica la voluntad, el control; las emociones radican en las entrañas) Cuando pedimos ser llenos del Espíritu de Dios lo que estamos haciendo es pedirle que tome el mando de ese centro de control. Como ya indiqué anteriormente, quien te controla determina cómo vives. Pero cuando nosotros decidimos pecar, es decir, rebelarnos contra Dios y su autoridad, automáticamente tomamos el control de nuestras vidas nuevamente. Es, por expresarlo de alguna manera, como si le diéramos un empujón a Jesús y le dijéramos: "aparta que ahora controlo yo". Él, que siempre invita pero nunca fuerza, gentilmente permite que tomemos el control que voluntariamente le habíamos dado. Nosotros estamos, pues, al mando de nuevo. 

¿Cómo manejar esa situación? Hace muchísimos años que aprendí un principio esencial de la vida cristiana, la respiración espiritual. Piensa por un momento en la respiración física. La misma consta de dos fases: exhalar, cuando expulsamos el CO2 que es dañino y venenoso e inhalar, cuando permitimos que el oxígeno llene nuestros pulmones y, a través del riego sanguíneo, pueda llevar renovación a todas las células de nuestro cuerpo. 

Del mismo modo funciona la respiración espiritual. Cuando confesamos, es decir, cuando reconocemos que hemos pecado contra Dios, lo que estamos haciendo es exhalar, echar fuera aquello que dificulta y entorpece nuestra relación con el Señor y otros. Cuando inhalamos le pedimos al Espíritu de Dios que tome nuevamente el control de nuestras vidas, cedemos a Jesús el volante, el mando.

¿Cuántas veces respiramos físicamente? Tantas como es preciso. ¿Cuántas veces hemos de respirar espiritualmente? Tantas como sea preciso. El problema no es el pecado; es no confesarlo y persistir en controlar nuestra vida. Todo seguidor del Maestro, especialmente los líderes, debemos incorporar en nuestras vidas el hábito de respirar espiritualmente, de lo contrario, podemos intoxicarnos.


¿Cómo puedes incorporar este saludable hábito espiritual en tu vida?



Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Cuando hablaba del ritual de la mañana indicaba cuán importante es comenzar el día siendo intencional a la hora de pedir la guía, dirección y control del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida. Es un comienzo pero, como todos sabemos, la vida es dinámica y el desarrollo de cualquier día trae consigo relaciones, situaciones y procesos en los que, en ocasiones de forma inconsciente, y otras de forma consciente, decidimos abiertamente ir en contra del Señor y su voluntad; vamos, por decirlo más claro, pecamos. 

Me gustaría ilustrarlo. Imaginemos que nuestra vida tuviera un centro de control (De hecho lo tiene; en la forma hebrea de entender el mundo y el ser humano el corazón es el lugar donde radica la voluntad, el control; las emociones radican en las entrañas) Cuando pedimos ser llenos del Espíritu de Dios lo que estamos haciendo es pedirle que tome el mando de ese centro de control. Como ya indiqué anteriormente, quien te controla determina cómo vives. Pero cuando nosotros decidimos pecar, es decir, rebelarnos contra Dios y su autoridad, automáticamente tomamos el control de nuestras vidas nuevamente. Es, por expresarlo de alguna manera, como si le diéramos un empujón a Jesús y le dijéramos: "aparta que ahora controlo yo". Él, que siempre invita pero nunca fuerza, gentilmente permite que tomemos el control que voluntariamente le habíamos dado. Nosotros estamos, pues, al mando de nuevo. 

¿Cómo manejar esa situación? Hace muchísimos años que aprendí un principio esencial de la vida cristiana, la respiración espiritual. Piensa por un momento en la respiración física. La misma consta de dos fases: exhalar, cuando expulsamos el CO2 que es dañino y venenoso e inhalar, cuando permitimos que el oxígeno llene nuestros pulmones y, a través del riego sanguíneo, pueda llevar renovación a todas las células de nuestro cuerpo. 

Del mismo modo funciona la respiración espiritual. Cuando confesamos, es decir, cuando reconocemos que hemos pecado contra Dios, lo que estamos haciendo es exhalar, echar fuera aquello que dificulta y entorpece nuestra relación con el Señor y otros. Cuando inhalamos le pedimos al Espíritu de Dios que tome nuevamente el control de nuestras vidas, cedemos a Jesús el volante, el mando.

¿Cuántas veces respiramos físicamente? Tantas como es preciso. ¿Cuántas veces hemos de respirar espiritualmente? Tantas como sea preciso. El problema no es el pecado; es no confesarlo y persistir en controlar nuestra vida. Todo seguidor del Maestro, especialmente los líderes, debemos incorporar en nuestras vidas el hábito de respirar espiritualmente, de lo contrario, podemos intoxicarnos.


¿Cómo puedes incorporar este saludable hábito espiritual en tu vida?



Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Cuando hablaba del ritual de la mañana indicaba cuán importante es comenzar el día siendo intencional a la hora de pedir la guía, dirección y control del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida. Es un comienzo pero, como todos sabemos, la vida es dinámica y el desarrollo de cualquier día trae consigo relaciones, situaciones y procesos en los que, en ocasiones de forma inconsciente, y otras de forma consciente, decidimos abiertamente ir en contra del Señor y su voluntad; vamos, por decirlo más claro, pecamos. 

Me gustaría ilustrarlo. Imaginemos que nuestra vida tuviera un centro de control (De hecho lo tiene; en la forma hebrea de entender el mundo y el ser humano el corazón es el lugar donde radica la voluntad, el control; las emociones radican en las entrañas) Cuando pedimos ser llenos del Espíritu de Dios lo que estamos haciendo es pedirle que tome el mando de ese centro de control. Como ya indiqué anteriormente, quien te controla determina cómo vives. Pero cuando nosotros decidimos pecar, es decir, rebelarnos contra Dios y su autoridad, automáticamente tomamos el control de nuestras vidas nuevamente. Es, por expresarlo de alguna manera, como si le diéramos un empujón a Jesús y le dijéramos: "aparta que ahora controlo yo". Él, que siempre invita pero nunca fuerza, gentilmente permite que tomemos el control que voluntariamente le habíamos dado. Nosotros estamos, pues, al mando de nuevo. 

¿Cómo manejar esa situación? Hace muchísimos años que aprendí un principio esencial de la vida cristiana, la respiración espiritual. Piensa por un momento en la respiración física. La misma consta de dos fases: exhalar, cuando expulsamos el CO2 que es dañino y venenoso e inhalar, cuando permitimos que el oxígeno llene nuestros pulmones y, a través del riego sanguíneo, pueda llevar renovación a todas las células de nuestro cuerpo. 

Del mismo modo funciona la respiración espiritual. Cuando confesamos, es decir, cuando reconocemos que hemos pecado contra Dios, lo que estamos haciendo es exhalar, echar fuera aquello que dificulta y entorpece nuestra relación con el Señor y otros. Cuando inhalamos le pedimos al Espíritu de Dios que tome nuevamente el control de nuestras vidas, cedemos a Jesús el volante, el mando.

¿Cuántas veces respiramos físicamente? Tantas como es preciso. ¿Cuántas veces hemos de respirar espiritualmente? Tantas como sea preciso. El problema no es el pecado; es no confesarlo y persistir en controlar nuestra vida. Todo seguidor del Maestro, especialmente los líderes, debemos incorporar en nuestras vidas el hábito de respirar espiritualmente, de lo contrario, podemos intoxicarnos.


¿Cómo puedes incorporar este saludable hábito espiritual en tu vida?



Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)


Cuando hablaba del ritual de la mañana indicaba cuán importante es comenzar el día siendo intencional a la hora de pedir la guía, dirección y control del Espíritu de Jesús sobre nuestra vida. Es un comienzo pero, como todos sabemos, la vida es dinámica y el desarrollo de cualquier día trae consigo relaciones, situaciones y procesos en los que, en ocasiones de forma inconsciente, y otras de forma consciente, decidimos abiertamente ir en contra del Señor y su voluntad; vamos, por decirlo más claro, pecamos. 

Me gustaría ilustrarlo. Imaginemos que nuestra vida tuviera un centro de control (De hecho lo tiene; en la forma hebrea de entender el mundo y el ser humano el corazón es el lugar donde radica la voluntad, el control; las emociones radican en las entrañas) Cuando pedimos ser llenos del Espíritu de Dios lo que estamos haciendo es pedirle que tome el mando de ese centro de control. Como ya indiqué anteriormente, quien te controla determina cómo vives. Pero cuando nosotros decidimos pecar, es decir, rebelarnos contra Dios y su autoridad, automáticamente tomamos el control de nuestras vidas nuevamente. Es, por expresarlo de alguna manera, como si le diéramos un empujón a Jesús y le dijéramos: "aparta que ahora controlo yo". Él, que siempre invita pero nunca fuerza, gentilmente permite que tomemos el control que voluntariamente le habíamos dado. Nosotros estamos, pues, al mando de nuevo. 

¿Cómo manejar esa situación? Hace muchísimos años que aprendí un principio esencial de la vida cristiana, la respiración espiritual. Piensa por un momento en la respiración física. La misma consta de dos fases: exhalar, cuando expulsamos el CO2 que es dañino y venenoso e inhalar, cuando permitimos que el oxígeno llene nuestros pulmones y, a través del riego sanguíneo, pueda llevar renovación a todas las células de nuestro cuerpo. 

Del mismo modo funciona la respiración espiritual. Cuando confesamos, es decir, cuando reconocemos que hemos pecado contra Dios, lo que estamos haciendo es exhalar, echar fuera aquello que dificulta y entorpece nuestra relación con el Señor y otros. Cuando inhalamos le pedimos al Espíritu de Dios que tome nuevamente el control de nuestras vidas, cedemos a Jesús el volante, el mando.

¿Cuántas veces respiramos físicamente? Tantas como es preciso. ¿Cuántas veces hemos de respirar espiritualmente? Tantas como sea preciso. El problema no es el pecado; es no confesarlo y persistir en controlar nuestra vida. Todo seguidor del Maestro, especialmente los líderes, debemos incorporar en nuestras vidas el hábito de respirar espiritualmente, de lo contrario, podemos intoxicarnos.


¿Cómo puedes incorporar este saludable hábito espiritual en tu vida?