Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: ¡Papá! (Romanos 8:15)

Ayer sostenía a mi nieto de dos años mientras dormía en mis brazos. Se siente amado, aceptado, protegido, no experimenta ansiedad acerca de si le quiero o no. No vive con la angustia acerca de si está dando la talla, si su forma de actuar es lo suficientemente buena para que lo siga amando. No hace un cálculo mental para generar estrategias que le aseguren el amor o lo protejan del rechazo, simplemente se abandona confiado en los brazos de alguien que lo ama.

Así es nuestra realidad con Dios. Nada espera de nosotros, simplemente que aceptemos su amor. La necesidad de dar la talla, de ofrecerme presentable, de poder mostrar una buena hoja de servicios es mi exigencia, para nada es la suya. Él solo desea que experimente la seguridad de su amor, de su aceptación, de lo contento que está de que sea su hijo. De lo feliz que es de que haya vuelto a casa. No hacen falta excusas, explicaciones o justificaciones, solo dejarse amar.

Ojalá esta sea tu experiencia de Dios.

 



Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: ¡Papá! (Romanos 8:15)

Ayer sostenía a mi nieto de dos años mientras dormía en mis brazos. Se siente amado, aceptado, protegido, no experimenta ansiedad acerca de si le quiero o no. No vive con la angustia acerca de si está dando la talla, si su forma de actuar es lo suficientemente buena para que lo siga amando. No hace un cálculo mental para generar estrategias que le aseguren el amor o lo protejan del rechazo, simplemente se abandona confiado en los brazos de alguien que lo ama.

Así es nuestra realidad con Dios. Nada espera de nosotros, simplemente que aceptemos su amor. La necesidad de dar la talla, de ofrecerme presentable, de poder mostrar una buena hoja de servicios es mi exigencia, para nada es la suya. Él solo desea que experimente la seguridad de su amor, de su aceptación, de lo contento que está de que sea su hijo. De lo feliz que es de que haya vuelto a casa. No hacen falta excusas, explicaciones o justificaciones, solo dejarse amar.

Ojalá esta sea tu experiencia de Dios.

 



Habéis recibido un Espíritu que os convierte en hijos y que nos permite exclamar: ¡Papá! (Romanos 8:15)

Ayer sostenía a mi nieto de dos años mientras dormía en mis brazos. Se siente amado, aceptado, protegido, no experimenta ansiedad acerca de si le quiero o no. No vive con la angustia acerca de si está dando la talla, si su forma de actuar es lo suficientemente buena para que lo siga amando. No hace un cálculo mental para generar estrategias que le aseguren el amor o lo protejan del rechazo, simplemente se abandona confiado en los brazos de alguien que lo ama.

Así es nuestra realidad con Dios. Nada espera de nosotros, simplemente que aceptemos su amor. La necesidad de dar la talla, de ofrecerme presentable, de poder mostrar una buena hoja de servicios es mi exigencia, para nada es la suya. Él solo desea que experimente la seguridad de su amor, de su aceptación, de lo contento que está de que sea su hijo. De lo feliz que es de que haya vuelto a casa. No hacen falta excusas, explicaciones o justificaciones, solo dejarse amar.

Ojalá esta sea tu experiencia de Dios.