Los salmos en particular y la Palabra en general, no solamente nos hablan de victoria, triunfo, alabanza, gratitud y bendición. También nos dan pie y espacio para la tristeza y la desesperación. Algunos amigos míos me dicen que cuando escribo debo dar esperanza a las personas ¡Cierto! Pero, en mi humilde opinión, no puede haberla hasta que no hayamos descargado nuestro corazón ante Dios, hasta que no hayamos podido reconocer nuestras emociones y darles una salida volcándoselas al Señor. Creo que entonces, y solamente entonces, liberados de la carga, el miedo, la presión, la tensión, la ansiedad y la tristeza, podremos experimentar la esperanza que viene de Dios.

No hay nada que añada más dolor a un seguidor de Jesús que está sufriendo que, además, le consideremos poco espiritual por ese sufrimiento, que le digamos que debe confiar en el Señor y que, abierta o encubiertamente, le estemos haciendo sentir culpable. Reconozcamos su dolor, hagámoslo legítimo y, sin quitarle importancia, invitémoslo a llevarlo ante Jesús. Por eso, en mi lectura de los salmos del día de hoy me ha parecido que esta es una buena oración para los tiempos de pandemia y ¡Cuánta tristeza está trayendo el COVID19!

Himno de la Escuela de música de Coré, compuesto por Hemán el ezraíta. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse como un lamento.

88 Dios mío,
tú eres mi salvador;
día y noche pido tu ayuda.
Permite que mi oración
llegue a tu presencia;
¡presta atención a mis ruegos!
Sufro tantas calamidades
que estoy al borde de la muerte.
4-5 ¡Parece que ya no tengo remedio!
¡Hasta hay quienes me dan por muerto!
Parezco un cadáver ya enterrado,
al que nadie toma en cuenta
porque la muerte se lo llevó.
Es como si estuviera
en el barranco más oscuro.

El golpe de tu furia
ha caído sobre mí;
es como una inmensa ola
que me ha hecho naufragar.
Por ti he perdido a mis amigos;
me consideran repugnante.
Es como si estuviera preso
y no encontrara la salida.
Es tan grande mi tristeza
que se llenan de lágrimas mis ojos.

Hacia ti, Dios mío, tiendo los brazos,
y te llamo a todas horas.
10 Si realizas un milagro,
¿te darán gracias los muertos?
¡Claro que no!
11 Allá en el sepulcro,
donde termina la vida,
no hay quien hable de tu amor
ni de tu fidelidad.
12 Allá en las tinieblas,
donde todo se olvida,
nadie sabe de tus milagros
ni de tus actos de justicia.

13-14 Dios mío,
todas las mañanas
te busco en oración;
¡yo te ruego que me ayudes!
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué me das la espalda?
15 Desde que era joven
he sufrido mucho;
¡he estado a punto de morir!
Soy víctima de tus castigos,
¡y ya no puedo más!
16-17 Sobre mí recayó tu enojo;
me tienes derrotado;
tus ataques me rodean a todas horas
y me tienen cercado por completo,
como las olas del mar.
18 Por ti ya no tengo amigos;
me he quedado sin familia.
¡Ya sólo me queda
esta terrible oscuridad!  (Salmo 88 TLA)


 



Los salmos en particular y la Palabra en general, no solamente nos hablan de victoria, triunfo, alabanza, gratitud y bendición. También nos dan pie y espacio para la tristeza y la desesperación. Algunos amigos míos me dicen que cuando escribo debo dar esperanza a las personas ¡Cierto! Pero, en mi humilde opinión, no puede haberla hasta que no hayamos descargado nuestro corazón ante Dios, hasta que no hayamos podido reconocer nuestras emociones y darles una salida volcándoselas al Señor. Creo que entonces, y solamente entonces, liberados de la carga, el miedo, la presión, la tensión, la ansiedad y la tristeza, podremos experimentar la esperanza que viene de Dios.

No hay nada que añada más dolor a un seguidor de Jesús que está sufriendo que, además, le consideremos poco espiritual por ese sufrimiento, que le digamos que debe confiar en el Señor y que, abierta o encubiertamente, le estemos haciendo sentir culpable. Reconozcamos su dolor, hagámoslo legítimo y, sin quitarle importancia, invitémoslo a llevarlo ante Jesús. Por eso, en mi lectura de los salmos del día de hoy me ha parecido que esta es una buena oración para los tiempos de pandemia y ¡Cuánta tristeza está trayendo el COVID19!

Himno de la Escuela de música de Coré, compuesto por Hemán el ezraíta. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse como un lamento.

88 Dios mío,
tú eres mi salvador;
día y noche pido tu ayuda.
Permite que mi oración
llegue a tu presencia;
¡presta atención a mis ruegos!
Sufro tantas calamidades
que estoy al borde de la muerte.
4-5 ¡Parece que ya no tengo remedio!
¡Hasta hay quienes me dan por muerto!
Parezco un cadáver ya enterrado,
al que nadie toma en cuenta
porque la muerte se lo llevó.
Es como si estuviera
en el barranco más oscuro.

El golpe de tu furia
ha caído sobre mí;
es como una inmensa ola
que me ha hecho naufragar.
Por ti he perdido a mis amigos;
me consideran repugnante.
Es como si estuviera preso
y no encontrara la salida.
Es tan grande mi tristeza
que se llenan de lágrimas mis ojos.

Hacia ti, Dios mío, tiendo los brazos,
y te llamo a todas horas.
10 Si realizas un milagro,
¿te darán gracias los muertos?
¡Claro que no!
11 Allá en el sepulcro,
donde termina la vida,
no hay quien hable de tu amor
ni de tu fidelidad.
12 Allá en las tinieblas,
donde todo se olvida,
nadie sabe de tus milagros
ni de tus actos de justicia.

13-14 Dios mío,
todas las mañanas
te busco en oración;
¡yo te ruego que me ayudes!
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué me das la espalda?
15 Desde que era joven
he sufrido mucho;
¡he estado a punto de morir!
Soy víctima de tus castigos,
¡y ya no puedo más!
16-17 Sobre mí recayó tu enojo;
me tienes derrotado;
tus ataques me rodean a todas horas
y me tienen cercado por completo,
como las olas del mar.
18 Por ti ya no tengo amigos;
me he quedado sin familia.
¡Ya sólo me queda
esta terrible oscuridad!  (Salmo 88 TLA)


 



Los salmos en particular y la Palabra en general, no solamente nos hablan de victoria, triunfo, alabanza, gratitud y bendición. También nos dan pie y espacio para la tristeza y la desesperación. Algunos amigos míos me dicen que cuando escribo debo dar esperanza a las personas ¡Cierto! Pero, en mi humilde opinión, no puede haberla hasta que no hayamos descargado nuestro corazón ante Dios, hasta que no hayamos podido reconocer nuestras emociones y darles una salida volcándoselas al Señor. Creo que entonces, y solamente entonces, liberados de la carga, el miedo, la presión, la tensión, la ansiedad y la tristeza, podremos experimentar la esperanza que viene de Dios.

No hay nada que añada más dolor a un seguidor de Jesús que está sufriendo que, además, le consideremos poco espiritual por ese sufrimiento, que le digamos que debe confiar en el Señor y que, abierta o encubiertamente, le estemos haciendo sentir culpable. Reconozcamos su dolor, hagámoslo legítimo y, sin quitarle importancia, invitémoslo a llevarlo ante Jesús. Por eso, en mi lectura de los salmos del día de hoy me ha parecido que esta es una buena oración para los tiempos de pandemia y ¡Cuánta tristeza está trayendo el COVID19!

Himno de la Escuela de música de Coré, compuesto por Hemán el ezraíta. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse como un lamento.

88 Dios mío,
tú eres mi salvador;
día y noche pido tu ayuda.
Permite que mi oración
llegue a tu presencia;
¡presta atención a mis ruegos!
Sufro tantas calamidades
que estoy al borde de la muerte.
4-5 ¡Parece que ya no tengo remedio!
¡Hasta hay quienes me dan por muerto!
Parezco un cadáver ya enterrado,
al que nadie toma en cuenta
porque la muerte se lo llevó.
Es como si estuviera
en el barranco más oscuro.

El golpe de tu furia
ha caído sobre mí;
es como una inmensa ola
que me ha hecho naufragar.
Por ti he perdido a mis amigos;
me consideran repugnante.
Es como si estuviera preso
y no encontrara la salida.
Es tan grande mi tristeza
que se llenan de lágrimas mis ojos.

Hacia ti, Dios mío, tiendo los brazos,
y te llamo a todas horas.
10 Si realizas un milagro,
¿te darán gracias los muertos?
¡Claro que no!
11 Allá en el sepulcro,
donde termina la vida,
no hay quien hable de tu amor
ni de tu fidelidad.
12 Allá en las tinieblas,
donde todo se olvida,
nadie sabe de tus milagros
ni de tus actos de justicia.

13-14 Dios mío,
todas las mañanas
te busco en oración;
¡yo te ruego que me ayudes!
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué me das la espalda?
15 Desde que era joven
he sufrido mucho;
¡he estado a punto de morir!
Soy víctima de tus castigos,
¡y ya no puedo más!
16-17 Sobre mí recayó tu enojo;
me tienes derrotado;
tus ataques me rodean a todas horas
y me tienen cercado por completo,
como las olas del mar.
18 Por ti ya no tengo amigos;
me he quedado sin familia.
¡Ya sólo me queda
esta terrible oscuridad!  (Salmo 88 TLA)


 



Los salmos en particular y la Palabra en general, no solamente nos hablan de victoria, triunfo, alabanza, gratitud y bendición. También nos dan pie y espacio para la tristeza y la desesperación. Algunos amigos míos me dicen que cuando escribo debo dar esperanza a las personas ¡Cierto! Pero, en mi humilde opinión, no puede haberla hasta que no hayamos descargado nuestro corazón ante Dios, hasta que no hayamos podido reconocer nuestras emociones y darles una salida volcándoselas al Señor. Creo que entonces, y solamente entonces, liberados de la carga, el miedo, la presión, la tensión, la ansiedad y la tristeza, podremos experimentar la esperanza que viene de Dios.

No hay nada que añada más dolor a un seguidor de Jesús que está sufriendo que, además, le consideremos poco espiritual por ese sufrimiento, que le digamos que debe confiar en el Señor y que, abierta o encubiertamente, le estemos haciendo sentir culpable. Reconozcamos su dolor, hagámoslo legítimo y, sin quitarle importancia, invitémoslo a llevarlo ante Jesús. Por eso, en mi lectura de los salmos del día de hoy me ha parecido que esta es una buena oración para los tiempos de pandemia y ¡Cuánta tristeza está trayendo el COVID19!

Himno de la Escuela de música de Coré, compuesto por Hemán el ezraíta. Instrucciones para el director del coro: Este himno deberá cantarse como un lamento.

88 Dios mío,
tú eres mi salvador;
día y noche pido tu ayuda.
Permite que mi oración
llegue a tu presencia;
¡presta atención a mis ruegos!
Sufro tantas calamidades
que estoy al borde de la muerte.
4-5 ¡Parece que ya no tengo remedio!
¡Hasta hay quienes me dan por muerto!
Parezco un cadáver ya enterrado,
al que nadie toma en cuenta
porque la muerte se lo llevó.
Es como si estuviera
en el barranco más oscuro.

El golpe de tu furia
ha caído sobre mí;
es como una inmensa ola
que me ha hecho naufragar.
Por ti he perdido a mis amigos;
me consideran repugnante.
Es como si estuviera preso
y no encontrara la salida.
Es tan grande mi tristeza
que se llenan de lágrimas mis ojos.

Hacia ti, Dios mío, tiendo los brazos,
y te llamo a todas horas.
10 Si realizas un milagro,
¿te darán gracias los muertos?
¡Claro que no!
11 Allá en el sepulcro,
donde termina la vida,
no hay quien hable de tu amor
ni de tu fidelidad.
12 Allá en las tinieblas,
donde todo se olvida,
nadie sabe de tus milagros
ni de tus actos de justicia.

13-14 Dios mío,
todas las mañanas
te busco en oración;
¡yo te ruego que me ayudes!
¿Por qué me rechazas?
¿Por qué me das la espalda?
15 Desde que era joven
he sufrido mucho;
¡he estado a punto de morir!
Soy víctima de tus castigos,
¡y ya no puedo más!
16-17 Sobre mí recayó tu enojo;
me tienes derrotado;
tus ataques me rodean a todas horas
y me tienen cercado por completo,
como las olas del mar.
18 Por ti ya no tengo amigos;
me he quedado sin familia.
¡Ya sólo me queda
esta terrible oscuridad!  (Salmo 88 TLA)