Pero Él se fijó en su angustia, escuchó su clamor y recordó su alianza con ellos; por su inmenso amor se compadeció. (Salmo 106:44-45)

Desde siempre la comunidad de los seguidores de Jesús ha visto un paralelismo entre la salida del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida y la vida cristiana. El éxodo sería el equivalente de nuestra conversión, el paso del Mar Rojo, de nuestro bautismo y, finalmente, la travesía del desierto equivaldría a este tiempo en que estamos viviendo aquí de camino hacia la tierra prometida, la unión final y definitiva con Dios. 

El salmo, precisamente, explica cómo el pueblo de Israel fue una y otra vez incrédulo y se apartó del Señor. De nada parecieron servir los milagros y la intervención sobrenatural de Dios una y otra vez. El pueblo es descrito como incrédulo, rebelde, contumaz y desagradecido. Incluso vovlviéndose hacia los dioses paganos en su busca de sentido y significado y dándole descaradamente la espalda al Dios que les amaba. Sin embargo, como indica el versículo que encabeza esta entrada, Dios siempre escuchaba su clamor, se acordaba de su compromiso con ellos y debido a su inmenso amor se compadecía de ellos, una y otra vez, una y otra vez.

Siete veces cae el justo, pero otras siete se levanta. Lo importante en la vida cristiana no es el hecho de caer, se da por supuesto que sucederá, la importante es volverse a levantar. Lo importante no es perfección, sino progreso. Lo importante es volver la vista atrás y ver crecimiento. 

Todos, siguiendo con la analogía del pueblo de Israel, estamos atravesando el desierto. Es inevitable, no existe tierra prometida sin él. Ahora bien, esta travesía puede ser un tiempo de rebelión o de crecimiento; de nosotros dependerá, de nuestra actitud. La promesa del Señor es que no importa si hemos caído, si estamos en incredulidad, incluso rebelión, si clamamos Él nos escucha y acude a restaurarnos.

¿Cómo está siendo tu travesía del desierto? ¿Qué motivación encuentras en este versículo?






 



Pero Él se fijó en su angustia, escuchó su clamor y recordó su alianza con ellos; por su inmenso amor se compadeció. (Salmo 106:44-45)

Desde siempre la comunidad de los seguidores de Jesús ha visto un paralelismo entre la salida del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida y la vida cristiana. El éxodo sería el equivalente de nuestra conversión, el paso del Mar Rojo, de nuestro bautismo y, finalmente, la travesía del desierto equivaldría a este tiempo en que estamos viviendo aquí de camino hacia la tierra prometida, la unión final y definitiva con Dios. 

El salmo, precisamente, explica cómo el pueblo de Israel fue una y otra vez incrédulo y se apartó del Señor. De nada parecieron servir los milagros y la intervención sobrenatural de Dios una y otra vez. El pueblo es descrito como incrédulo, rebelde, contumaz y desagradecido. Incluso vovlviéndose hacia los dioses paganos en su busca de sentido y significado y dándole descaradamente la espalda al Dios que les amaba. Sin embargo, como indica el versículo que encabeza esta entrada, Dios siempre escuchaba su clamor, se acordaba de su compromiso con ellos y debido a su inmenso amor se compadecía de ellos, una y otra vez, una y otra vez.

Siete veces cae el justo, pero otras siete se levanta. Lo importante en la vida cristiana no es el hecho de caer, se da por supuesto que sucederá, la importante es volverse a levantar. Lo importante no es perfección, sino progreso. Lo importante es volver la vista atrás y ver crecimiento. 

Todos, siguiendo con la analogía del pueblo de Israel, estamos atravesando el desierto. Es inevitable, no existe tierra prometida sin él. Ahora bien, esta travesía puede ser un tiempo de rebelión o de crecimiento; de nosotros dependerá, de nuestra actitud. La promesa del Señor es que no importa si hemos caído, si estamos en incredulidad, incluso rebelión, si clamamos Él nos escucha y acude a restaurarnos.

¿Cómo está siendo tu travesía del desierto? ¿Qué motivación encuentras en este versículo?






 



Pero Él se fijó en su angustia, escuchó su clamor y recordó su alianza con ellos; por su inmenso amor se compadeció. (Salmo 106:44-45)

Desde siempre la comunidad de los seguidores de Jesús ha visto un paralelismo entre la salida del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida y la vida cristiana. El éxodo sería el equivalente de nuestra conversión, el paso del Mar Rojo, de nuestro bautismo y, finalmente, la travesía del desierto equivaldría a este tiempo en que estamos viviendo aquí de camino hacia la tierra prometida, la unión final y definitiva con Dios. 

El salmo, precisamente, explica cómo el pueblo de Israel fue una y otra vez incrédulo y se apartó del Señor. De nada parecieron servir los milagros y la intervención sobrenatural de Dios una y otra vez. El pueblo es descrito como incrédulo, rebelde, contumaz y desagradecido. Incluso vovlviéndose hacia los dioses paganos en su busca de sentido y significado y dándole descaradamente la espalda al Dios que les amaba. Sin embargo, como indica el versículo que encabeza esta entrada, Dios siempre escuchaba su clamor, se acordaba de su compromiso con ellos y debido a su inmenso amor se compadecía de ellos, una y otra vez, una y otra vez.

Siete veces cae el justo, pero otras siete se levanta. Lo importante en la vida cristiana no es el hecho de caer, se da por supuesto que sucederá, la importante es volverse a levantar. Lo importante no es perfección, sino progreso. Lo importante es volver la vista atrás y ver crecimiento. 

Todos, siguiendo con la analogía del pueblo de Israel, estamos atravesando el desierto. Es inevitable, no existe tierra prometida sin él. Ahora bien, esta travesía puede ser un tiempo de rebelión o de crecimiento; de nosotros dependerá, de nuestra actitud. La promesa del Señor es que no importa si hemos caído, si estamos en incredulidad, incluso rebelión, si clamamos Él nos escucha y acude a restaurarnos.

¿Cómo está siendo tu travesía del desierto? ¿Qué motivación encuentras en este versículo?