¿Querrá todo esto decir que debemos seguir pecando para que se desborde la gracia? ¡De ningún modo! Quienes hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a seguir viviendo sometidos a él? (Romanos 6:1-2)

En el capítulo cinco Pablo nos habló de cómo por medio de Jesús hemos sido liberados de la condenación que el pecado ejercía sobre nosotros. Este trajo como respuesta la gracia abundante del Señor sobre nuestras vidas. Alguien, avispadamente, podría pensar ¡Fabuloso, sigamos pecando, así experimentaremos más y más la gracia del Padre!

El apóstol indica que esa forma de argumentar es una falacia. El pecado ya no tiene autoridad sobre nosotros, no puede seguir obligándonos a obedecerle como hacía antes de conocer a Jesús. Entonces ¿por qué seguimos pecando? Hay varias respuestas. La primera, porque nos gusta pecar. El pecado siempre presenta un rostro agradable. Promete algo que no puede cumplir pero que se presenta seductor; consecuentemente, de forma voluntaria, nos sometemos a su influencia. La segunda, porque el pecado genera dependencia, adición y es posible que aunque de forma legal el pecado no tenga influencia sobre nosotros, en la práctica la tiene y solo con ayuda exterior podremos liberarnos de esa esclavitud práctica aunque no legal. Confesaos vuestros pecados los unos a los otros, indica Santiago, para que así seáis sanados.

En resumen, nosotros tenemos que decidir si nos prestamos a hacerle el juego al pecado o se lo hacemos a Dios, pero no afirmemos cuando pecamos que nos hemos visto obligados a ello.

 


¿Querrá todo esto decir que debemos seguir pecando para que se desborde la gracia? ¡De ningún modo! Quienes hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a seguir viviendo sometidos a él? (Romanos 6:1-2)

En el capítulo cinco Pablo nos habló de cómo por medio de Jesús hemos sido liberados de la condenación que el pecado ejercía sobre nosotros. Este trajo como respuesta la gracia abundante del Señor sobre nuestras vidas. Alguien, avispadamente, podría pensar ¡Fabuloso, sigamos pecando, así experimentaremos más y más la gracia del Padre!

El apóstol indica que esa forma de argumentar es una falacia. El pecado ya no tiene autoridad sobre nosotros, no puede seguir obligándonos a obedecerle como hacía antes de conocer a Jesús. Entonces ¿por qué seguimos pecando? Hay varias respuestas. La primera, porque nos gusta pecar. El pecado siempre presenta un rostro agradable. Promete algo que no puede cumplir pero que se presenta seductor; consecuentemente, de forma voluntaria, nos sometemos a su influencia. La segunda, porque el pecado genera dependencia, adición y es posible que aunque de forma legal el pecado no tenga influencia sobre nosotros, en la práctica la tiene y solo con ayuda exterior podremos liberarnos de esa esclavitud práctica aunque no legal. Confesaos vuestros pecados los unos a los otros, indica Santiago, para que así seáis sanados.

En resumen, nosotros tenemos que decidir si nos prestamos a hacerle el juego al pecado o se lo hacemos a Dios, pero no afirmemos cuando pecamos que nos hemos visto obligados a ello.

 


¿Querrá todo esto decir que debemos seguir pecando para que se desborde la gracia? ¡De ningún modo! Quienes hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a seguir viviendo sometidos a él? (Romanos 6:1-2)

En el capítulo cinco Pablo nos habló de cómo por medio de Jesús hemos sido liberados de la condenación que el pecado ejercía sobre nosotros. Este trajo como respuesta la gracia abundante del Señor sobre nuestras vidas. Alguien, avispadamente, podría pensar ¡Fabuloso, sigamos pecando, así experimentaremos más y más la gracia del Padre!

El apóstol indica que esa forma de argumentar es una falacia. El pecado ya no tiene autoridad sobre nosotros, no puede seguir obligándonos a obedecerle como hacía antes de conocer a Jesús. Entonces ¿por qué seguimos pecando? Hay varias respuestas. La primera, porque nos gusta pecar. El pecado siempre presenta un rostro agradable. Promete algo que no puede cumplir pero que se presenta seductor; consecuentemente, de forma voluntaria, nos sometemos a su influencia. La segunda, porque el pecado genera dependencia, adición y es posible que aunque de forma legal el pecado no tenga influencia sobre nosotros, en la práctica la tiene y solo con ayuda exterior podremos liberarnos de esa esclavitud práctica aunque no legal. Confesaos vuestros pecados los unos a los otros, indica Santiago, para que así seáis sanados.

En resumen, nosotros tenemos que decidir si nos prestamos a hacerle el juego al pecado o se lo hacemos a Dios, pero no afirmemos cuando pecamos que nos hemos visto obligados a ello.