Felices los de conducta intachable, los que caminan en la ley del Señor. Felices los que guardan sus mandatos y los buscan con todo el corazón. (Salmo 119:1-2)

¿Eres feliz? Soy consciente de que no es fácil responder a esta pregunta, entre otras razones, porque, a menudo, ni siquiera sabemos definir qué es la felicidad, en qué consiste y, consecuentemente, se hace complicado poder determinar si lo somos, y si es así, en qué grado. 

En nuestra sociedad se confunde con demasiada frecuencia la felicidad con el placer.  El placer es la satisfacción que nos produce el estar expuestos a situaciones gratificantes que generan una respuesta química en nuestro cerebro; consecuentemente, con el paso del tiempo necesitamos dosis mayores de exposición para conseguir los mismos niveles de satisfacción. Si, realmente, suena como una adicción. 

También es fácil confundir alegría con felicidad. La primera es nuestra respuesta ante algo o alguien que nos genera emociones positivas. Es una reacción a un evento externo y, con demasiada frecuencia, es temporal y va perdiendo intensidad. La segunda, la felicidad, es un estado de satisfacción con la vida que surge de nuestro interior y que no tiene nada que ver con el exterior ni las circunstancias que estemos atravesando. 

Siga las instrucciones del fabricante. Esta frase acompaña a todos los manuales de usuario de cualquier utensilio que compremos, desde los más sofisticados -un automóvil o una computadora- hasta los más simples -un jabón corporal-. La razón es simple, aquellos que lo han creado saben cómo sacarle el mayor rendimiento posible a su producto. 

Dios es el creador de la vida y sabe cómo podemos sacarle el mayor provecho posible, por eso nos ha dado sus mandamientos, para que por medio de ellos podamos vivir con plenitud y experimentar felicidad. Porque sus mandatos son tremendamente pragmáticos y nos enseñan cómo organizar nuestra vida de modo que seamos felices.

¿Es posible que haya una relación entre tu falta de felicidad y tu falta de conocimiento y aplicación de la Palabra? ¿Puede ser que estés persiguiendo placer o alegría en vez de auténtica felicidad? Si así fuera ¿Qué debes hacer?

 



Felices los de conducta intachable, los que caminan en la ley del Señor. Felices los que guardan sus mandatos y los buscan con todo el corazón. (Salmo 119:1-2)

¿Eres feliz? Soy consciente de que no es fácil responder a esta pregunta, entre otras razones, porque, a menudo, ni siquiera sabemos definir qué es la felicidad, en qué consiste y, consecuentemente, se hace complicado poder determinar si lo somos, y si es así, en qué grado. 

En nuestra sociedad se confunde con demasiada frecuencia la felicidad con el placer.  El placer es la satisfacción que nos produce el estar expuestos a situaciones gratificantes que generan una respuesta química en nuestro cerebro; consecuentemente, con el paso del tiempo necesitamos dosis mayores de exposición para conseguir los mismos niveles de satisfacción. Si, realmente, suena como una adicción. 

También es fácil confundir alegría con felicidad. La primera es nuestra respuesta ante algo o alguien que nos genera emociones positivas. Es una reacción a un evento externo y, con demasiada frecuencia, es temporal y va perdiendo intensidad. La segunda, la felicidad, es un estado de satisfacción con la vida que surge de nuestro interior y que no tiene nada que ver con el exterior ni las circunstancias que estemos atravesando. 

Siga las instrucciones del fabricante. Esta frase acompaña a todos los manuales de usuario de cualquier utensilio que compremos, desde los más sofisticados -un automóvil o una computadora- hasta los más simples -un jabón corporal-. La razón es simple, aquellos que lo han creado saben cómo sacarle el mayor rendimiento posible a su producto. 

Dios es el creador de la vida y sabe cómo podemos sacarle el mayor provecho posible, por eso nos ha dado sus mandamientos, para que por medio de ellos podamos vivir con plenitud y experimentar felicidad. Porque sus mandatos son tremendamente pragmáticos y nos enseñan cómo organizar nuestra vida de modo que seamos felices.

¿Es posible que haya una relación entre tu falta de felicidad y tu falta de conocimiento y aplicación de la Palabra? ¿Puede ser que estés persiguiendo placer o alegría en vez de auténtica felicidad? Si así fuera ¿Qué debes hacer?

 



Felices los de conducta intachable, los que caminan en la ley del Señor. Felices los que guardan sus mandatos y los buscan con todo el corazón. (Salmo 119:1-2)

¿Eres feliz? Soy consciente de que no es fácil responder a esta pregunta, entre otras razones, porque, a menudo, ni siquiera sabemos definir qué es la felicidad, en qué consiste y, consecuentemente, se hace complicado poder determinar si lo somos, y si es así, en qué grado. 

En nuestra sociedad se confunde con demasiada frecuencia la felicidad con el placer.  El placer es la satisfacción que nos produce el estar expuestos a situaciones gratificantes que generan una respuesta química en nuestro cerebro; consecuentemente, con el paso del tiempo necesitamos dosis mayores de exposición para conseguir los mismos niveles de satisfacción. Si, realmente, suena como una adicción. 

También es fácil confundir alegría con felicidad. La primera es nuestra respuesta ante algo o alguien que nos genera emociones positivas. Es una reacción a un evento externo y, con demasiada frecuencia, es temporal y va perdiendo intensidad. La segunda, la felicidad, es un estado de satisfacción con la vida que surge de nuestro interior y que no tiene nada que ver con el exterior ni las circunstancias que estemos atravesando. 

Siga las instrucciones del fabricante. Esta frase acompaña a todos los manuales de usuario de cualquier utensilio que compremos, desde los más sofisticados -un automóvil o una computadora- hasta los más simples -un jabón corporal-. La razón es simple, aquellos que lo han creado saben cómo sacarle el mayor rendimiento posible a su producto. 

Dios es el creador de la vida y sabe cómo podemos sacarle el mayor provecho posible, por eso nos ha dado sus mandamientos, para que por medio de ellos podamos vivir con plenitud y experimentar felicidad. Porque sus mandatos son tremendamente pragmáticos y nos enseñan cómo organizar nuestra vida de modo que seamos felices.

¿Es posible que haya una relación entre tu falta de felicidad y tu falta de conocimiento y aplicación de la Palabra? ¿Puede ser que estés persiguiendo placer o alegría en vez de auténtica felicidad? Si así fuera ¿Qué debes hacer?