Jesús les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Entonces Simón Pedro declaró: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.! (Mateo 16:13-29)

¿Quién es Jesús? El problema de su identidad sigue siendo tan actual y crucial hoy en día como lo fue hace dos mil años cuando el Maestro confrontó a sus discípulos con esa pregunta tan directa y punzante.

Durante su vida, su identidad siempre fue conflictiva. Sus contemporáneos quisieron matarlo en varias ocasiones a pedradas por blasfemo. Cuando en una de las situaciones Jesús los confrontó y les preguntó por qué maldad que hubiera hecho querían apedrearlo, ellos respondieron que por ninguna, sino por- que siendo un simple mortal afirmaba ser igual a Dios. Situaciones de este tipo se repitieron con harta frecuencia en su ministerio público. De hecho, y por paradójico que pueda parecer, Jesús fue condenado a muerte a causa de su identidad, no por nada que hubiera hecho o dejado de hacer. Sus afirmaciones de ser hijo de Dios le acarrearon la condena a muerte por blasfemia: siendo solamente hombre, preten- dió ser Dios.

Jesús es hoy en día popular y respetado en tanto que ser humano, naturalmente. En una reciente encuesta realizada entre universitarios españoles se concluyó que Jesús era considerado como una de las personas más influyentes de la historia de la humanidad. Reconocerlo como un gran maestro de la moral, un líder singular, una persona de gran influencia, un modelo a seguir, etc., no representa un mayor problema para muchas personas de nuestra sociedad.

Aceptar su divinidad es otra historia muy diferente, porque aceptarla trae consigo una gran cantidad de implicaciones. Si Jesús es Dios, entonces tiene autoridad, puede juzgarnos, puede emitir opiniones sobre

nuestro estilo de vida, nos coloca ante disyuntivas morales y nos desafía a cambiar nuestra forma de vivir, pensar, actuar, nuestros valores y nuestras prioridades. Ante todo esto es mejor negar su identidad y apos- tar a que no fue Dios.

Pero Jesús no únicamente pregunta a nuestros contemporáneos acerca de su identidad, también nos pregunta a nosotros. Los que nos movemos en contextos religiosos podemos responder de forma correcta a la pregunta y afirmar que Jesús es el Mesías, el hijo del Dios viviente. Pero nuestra respuesta puede ser simplemente eso: una respuesta correcta desde el punto de vista de las ideas sin que tenga ningún efecto ni ninguna influencia en nuestro estilo de vivir.

Pero Jesús no quiere, no espera y no desea simplemente esa respuesta fácil, intelectual, que cualquie- ra puede dar. Él desea la respuesta comprometida, la que nos lleva a un cambio radical, que comienza con nuestra manera de pensar, sigue con nuestros valores y prioridades y acaba manifestándose en una conducta diferente que es evidente para todos.

No es aventurado afirmar que si fuéramos cuestionados por Jesús daríamos la respuesta correcta, y que, a la misma, Pablo, el apóstol, si estuviera presente (muy hipotético ¿verdad?) nos respondería, entonces, ya no vivas para ti, sino para Él, que murió y resucitó por ti. (1 Corintios 5:15) Porque la identidad de Jesús nos invita, ante todo y sobre todo, a vivir de forma diferente.

Y tú ¿Quién dices que es Jesús?

¿Has dado la respuesta fácil, la respuesta evangélica o has dado la respuesta correcta, la que lleva con- sigo un cambio en pensamiento, valores, convicciones y vida?

¿Qué diferencia marca en tu vida el afirmar que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios viviente?


 



Jesús les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Entonces Simón Pedro declaró: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.! (Mateo 16:13-29)

¿Quién es Jesús? El problema de su identidad sigue siendo tan actual y crucial hoy en día como lo fue hace dos mil años cuando el Maestro confrontó a sus discípulos con esa pregunta tan directa y punzante.

Durante su vida, su identidad siempre fue conflictiva. Sus contemporáneos quisieron matarlo en varias ocasiones a pedradas por blasfemo. Cuando en una de las situaciones Jesús los confrontó y les preguntó por qué maldad que hubiera hecho querían apedrearlo, ellos respondieron que por ninguna, sino por- que siendo un simple mortal afirmaba ser igual a Dios. Situaciones de este tipo se repitieron con harta frecuencia en su ministerio público. De hecho, y por paradójico que pueda parecer, Jesús fue condenado a muerte a causa de su identidad, no por nada que hubiera hecho o dejado de hacer. Sus afirmaciones de ser hijo de Dios le acarrearon la condena a muerte por blasfemia: siendo solamente hombre, preten- dió ser Dios.

Jesús es hoy en día popular y respetado en tanto que ser humano, naturalmente. En una reciente encuesta realizada entre universitarios españoles se concluyó que Jesús era considerado como una de las personas más influyentes de la historia de la humanidad. Reconocerlo como un gran maestro de la moral, un líder singular, una persona de gran influencia, un modelo a seguir, etc., no representa un mayor problema para muchas personas de nuestra sociedad.

Aceptar su divinidad es otra historia muy diferente, porque aceptarla trae consigo una gran cantidad de implicaciones. Si Jesús es Dios, entonces tiene autoridad, puede juzgarnos, puede emitir opiniones sobre

nuestro estilo de vida, nos coloca ante disyuntivas morales y nos desafía a cambiar nuestra forma de vivir, pensar, actuar, nuestros valores y nuestras prioridades. Ante todo esto es mejor negar su identidad y apos- tar a que no fue Dios.

Pero Jesús no únicamente pregunta a nuestros contemporáneos acerca de su identidad, también nos pregunta a nosotros. Los que nos movemos en contextos religiosos podemos responder de forma correcta a la pregunta y afirmar que Jesús es el Mesías, el hijo del Dios viviente. Pero nuestra respuesta puede ser simplemente eso: una respuesta correcta desde el punto de vista de las ideas sin que tenga ningún efecto ni ninguna influencia en nuestro estilo de vivir.

Pero Jesús no quiere, no espera y no desea simplemente esa respuesta fácil, intelectual, que cualquie- ra puede dar. Él desea la respuesta comprometida, la que nos lleva a un cambio radical, que comienza con nuestra manera de pensar, sigue con nuestros valores y prioridades y acaba manifestándose en una conducta diferente que es evidente para todos.

No es aventurado afirmar que si fuéramos cuestionados por Jesús daríamos la respuesta correcta, y que, a la misma, Pablo, el apóstol, si estuviera presente (muy hipotético ¿verdad?) nos respondería, entonces, ya no vivas para ti, sino para Él, que murió y resucitó por ti. (1 Corintios 5:15) Porque la identidad de Jesús nos invita, ante todo y sobre todo, a vivir de forma diferente.

Y tú ¿Quién dices que es Jesús?

¿Has dado la respuesta fácil, la respuesta evangélica o has dado la respuesta correcta, la que lleva con- sigo un cambio en pensamiento, valores, convicciones y vida?

¿Qué diferencia marca en tu vida el afirmar que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios viviente?


 



Jesús les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Entonces Simón Pedro declaró: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.! (Mateo 16:13-29)

¿Quién es Jesús? El problema de su identidad sigue siendo tan actual y crucial hoy en día como lo fue hace dos mil años cuando el Maestro confrontó a sus discípulos con esa pregunta tan directa y punzante.

Durante su vida, su identidad siempre fue conflictiva. Sus contemporáneos quisieron matarlo en varias ocasiones a pedradas por blasfemo. Cuando en una de las situaciones Jesús los confrontó y les preguntó por qué maldad que hubiera hecho querían apedrearlo, ellos respondieron que por ninguna, sino por- que siendo un simple mortal afirmaba ser igual a Dios. Situaciones de este tipo se repitieron con harta frecuencia en su ministerio público. De hecho, y por paradójico que pueda parecer, Jesús fue condenado a muerte a causa de su identidad, no por nada que hubiera hecho o dejado de hacer. Sus afirmaciones de ser hijo de Dios le acarrearon la condena a muerte por blasfemia: siendo solamente hombre, preten- dió ser Dios.

Jesús es hoy en día popular y respetado en tanto que ser humano, naturalmente. En una reciente encuesta realizada entre universitarios españoles se concluyó que Jesús era considerado como una de las personas más influyentes de la historia de la humanidad. Reconocerlo como un gran maestro de la moral, un líder singular, una persona de gran influencia, un modelo a seguir, etc., no representa un mayor problema para muchas personas de nuestra sociedad.

Aceptar su divinidad es otra historia muy diferente, porque aceptarla trae consigo una gran cantidad de implicaciones. Si Jesús es Dios, entonces tiene autoridad, puede juzgarnos, puede emitir opiniones sobre

nuestro estilo de vida, nos coloca ante disyuntivas morales y nos desafía a cambiar nuestra forma de vivir, pensar, actuar, nuestros valores y nuestras prioridades. Ante todo esto es mejor negar su identidad y apos- tar a que no fue Dios.

Pero Jesús no únicamente pregunta a nuestros contemporáneos acerca de su identidad, también nos pregunta a nosotros. Los que nos movemos en contextos religiosos podemos responder de forma correcta a la pregunta y afirmar que Jesús es el Mesías, el hijo del Dios viviente. Pero nuestra respuesta puede ser simplemente eso: una respuesta correcta desde el punto de vista de las ideas sin que tenga ningún efecto ni ninguna influencia en nuestro estilo de vivir.

Pero Jesús no quiere, no espera y no desea simplemente esa respuesta fácil, intelectual, que cualquie- ra puede dar. Él desea la respuesta comprometida, la que nos lleva a un cambio radical, que comienza con nuestra manera de pensar, sigue con nuestros valores y prioridades y acaba manifestándose en una conducta diferente que es evidente para todos.

No es aventurado afirmar que si fuéramos cuestionados por Jesús daríamos la respuesta correcta, y que, a la misma, Pablo, el apóstol, si estuviera presente (muy hipotético ¿verdad?) nos respondería, entonces, ya no vivas para ti, sino para Él, que murió y resucitó por ti. (1 Corintios 5:15) Porque la identidad de Jesús nos invita, ante todo y sobre todo, a vivir de forma diferente.

Y tú ¿Quién dices que es Jesús?

¿Has dado la respuesta fácil, la respuesta evangélica o has dado la respuesta correcta, la que lleva con- sigo un cambio en pensamiento, valores, convicciones y vida?

¿Qué diferencia marca en tu vida el afirmar que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios viviente?