Protégeme, sálvame, no me defraudes, pues en ti confío. (Salmo 25)


No tengo ninguna evidencia científica para afirmar que estamos diseñados para confiar.  Necesitamos confiar en los demás. Lo precisamos cuando vamos al doctor, al banco, a la iglesia, al mecánico para que nos arregle el automóvil o la motocicleta. Necesitamos confiar cada vez que le pedimos a un vendedor su opinión sobre un producto que deseamos o necesitamos comprar. Queremos, porque lo necesitamos, confiar que las palabras que otros nos dicen son ciertas y no nos están engañando. Cuando descubrimos que no podemos confiar en aquel o aquello en quien habíamos depositado nuestra confianza se produce la decepción.

Los amigos nos defraudan, las instituciones nos defraudan, los políticos de todo signo -mayoritariamente- nos defraudan obligándonos a hacer auténticas cabriolas mentales para justificar en ellos lo injustificable, especialmente si son políticos de nuestro signo, de nuestra bandera y partido. Todo lo que condenamos en la oposición se lo justificamos a ellos. Nos tragamos sapos increíbles porque, de no hacerlo, nos veremos una vez más defraudados y ¿cuánta dosis de defraudación podemos soportar sin rompernos cognitivamente?

La experiencia del salmista nos enseña que, al final, uno solo puede volverse con total y absoluta seguridad al Señor. Por eso, porque hemos experimentado tanta decepción en la vida proveniente de tantas fuentes, el salmista le dice al Padre "no me defraudes". Creo que implícitamente esta diciendo "porque si Tú lo haces, entonces ¿qué me queda?"


¿Dignos de confianza aquellos en quienes esperas? ¿Dignas de confianza las instituciones y políticos por los que luchas?

 



Protégeme, sálvame, no me defraudes, pues en ti confío. (Salmo 25)


No tengo ninguna evidencia científica para afirmar que estamos diseñados para confiar.  Necesitamos confiar en los demás. Lo precisamos cuando vamos al doctor, al banco, a la iglesia, al mecánico para que nos arregle el automóvil o la motocicleta. Necesitamos confiar cada vez que le pedimos a un vendedor su opinión sobre un producto que deseamos o necesitamos comprar. Queremos, porque lo necesitamos, confiar que las palabras que otros nos dicen son ciertas y no nos están engañando. Cuando descubrimos que no podemos confiar en aquel o aquello en quien habíamos depositado nuestra confianza se produce la decepción.

Los amigos nos defraudan, las instituciones nos defraudan, los políticos de todo signo -mayoritariamente- nos defraudan obligándonos a hacer auténticas cabriolas mentales para justificar en ellos lo injustificable, especialmente si son políticos de nuestro signo, de nuestra bandera y partido. Todo lo que condenamos en la oposición se lo justificamos a ellos. Nos tragamos sapos increíbles porque, de no hacerlo, nos veremos una vez más defraudados y ¿cuánta dosis de defraudación podemos soportar sin rompernos cognitivamente?

La experiencia del salmista nos enseña que, al final, uno solo puede volverse con total y absoluta seguridad al Señor. Por eso, porque hemos experimentado tanta decepción en la vida proveniente de tantas fuentes, el salmista le dice al Padre "no me defraudes". Creo que implícitamente esta diciendo "porque si Tú lo haces, entonces ¿qué me queda?"


¿Dignos de confianza aquellos en quienes esperas? ¿Dignas de confianza las instituciones y políticos por los que luchas?

 



Protégeme, sálvame, no me defraudes, pues en ti confío. (Salmo 25)


No tengo ninguna evidencia científica para afirmar que estamos diseñados para confiar.  Necesitamos confiar en los demás. Lo precisamos cuando vamos al doctor, al banco, a la iglesia, al mecánico para que nos arregle el automóvil o la motocicleta. Necesitamos confiar cada vez que le pedimos a un vendedor su opinión sobre un producto que deseamos o necesitamos comprar. Queremos, porque lo necesitamos, confiar que las palabras que otros nos dicen son ciertas y no nos están engañando. Cuando descubrimos que no podemos confiar en aquel o aquello en quien habíamos depositado nuestra confianza se produce la decepción.

Los amigos nos defraudan, las instituciones nos defraudan, los políticos de todo signo -mayoritariamente- nos defraudan obligándonos a hacer auténticas cabriolas mentales para justificar en ellos lo injustificable, especialmente si son políticos de nuestro signo, de nuestra bandera y partido. Todo lo que condenamos en la oposición se lo justificamos a ellos. Nos tragamos sapos increíbles porque, de no hacerlo, nos veremos una vez más defraudados y ¿cuánta dosis de defraudación podemos soportar sin rompernos cognitivamente?

La experiencia del salmista nos enseña que, al final, uno solo puede volverse con total y absoluta seguridad al Señor. Por eso, porque hemos experimentado tanta decepción en la vida proveniente de tantas fuentes, el salmista le dice al Padre "no me defraudes". Creo que implícitamente esta diciendo "porque si Tú lo haces, entonces ¿qué me queda?"


¿Dignos de confianza aquellos en quienes esperas? ¿Dignas de confianza las instituciones y políticos por los que luchas?

 



Protégeme, sálvame, no me defraudes, pues en ti confío. (Salmo 25)


No tengo ninguna evidencia científica para afirmar que estamos diseñados para confiar.  Necesitamos confiar en los demás. Lo precisamos cuando vamos al doctor, al banco, a la iglesia, al mecánico para que nos arregle el automóvil o la motocicleta. Necesitamos confiar cada vez que le pedimos a un vendedor su opinión sobre un producto que deseamos o necesitamos comprar. Queremos, porque lo necesitamos, confiar que las palabras que otros nos dicen son ciertas y no nos están engañando. Cuando descubrimos que no podemos confiar en aquel o aquello en quien habíamos depositado nuestra confianza se produce la decepción.

Los amigos nos defraudan, las instituciones nos defraudan, los políticos de todo signo -mayoritariamente- nos defraudan obligándonos a hacer auténticas cabriolas mentales para justificar en ellos lo injustificable, especialmente si son políticos de nuestro signo, de nuestra bandera y partido. Todo lo que condenamos en la oposición se lo justificamos a ellos. Nos tragamos sapos increíbles porque, de no hacerlo, nos veremos una vez más defraudados y ¿cuánta dosis de defraudación podemos soportar sin rompernos cognitivamente?

La experiencia del salmista nos enseña que, al final, uno solo puede volverse con total y absoluta seguridad al Señor. Por eso, porque hemos experimentado tanta decepción en la vida proveniente de tantas fuentes, el salmista le dice al Padre "no me defraudes". Creo que implícitamente esta diciendo "porque si Tú lo haces, entonces ¿qué me queda?"


¿Dignos de confianza aquellos en quienes esperas? ¿Dignas de confianza las instituciones y políticos por los que luchas?