Los que confían en el Señor son como el monte Sión, inamovible, firme por siempre. (Salmo 125:1)


Creo que hemos sido diseñados por Dios para confiar. Mi definición de confianza es la medida en que yo me siento seguro con algo o alguien. Siempre estamos ejerciendo confianza en cosas. Nos levantamos, vamos al trabajo y confiamos que el ascensor nos llevará seguros a la calle. Confiamos en nuestros médicos, en las personas que nos arreglan de automóvil, en el banquero que nos aconseja cuál es el mejor producto financiero para nosotros. Nos ponemos en las manos de muchas personas para decisiones, algunas de las cuales, sin duda, carecen de importancia o trascendencia mientras que otras, contrariamente, pueden tenerla y muy seria. No podemos vivir en un estado permanente de desconfianza, no es saludable para nuestra salud mental.

Pero vemos que el pecado ha alterado las relaciones interpersonales y erosionado la confianza. Abel no se esperaba la agresión de Caín. Noé no se espera el desprecio de su hijo. Abraham no anticipó la traición de Lot. Esaú confiaba en su hermano y no creyó que le iba a robar la primogenitura. Jose confiaba en sus hermanos. No hace falta seguir para entender que desde que el pecado se ha hecho presente ya no es tan fácil confiar. Ya lo dice el profeta Jeremías, maldito el que confía en el hombre. Nos sentimos defraudados y defraudamos a otros.

No abogo por la desconfianza hacia otros seres humanos. Abogo por ponerla siempre en contexto. Hemos de aprender a confiar y ser confiables. Pero hoy, mi énfasis es que el único que nunca defraudará la confianza puesta en Él, es el Señor. Otra cosa diferente es que nosotros nos hayamos hecho expectativas falsas acerca de cómo Él debe actuar con respecto a nosotros.


¿En qué o quién confías? ¿Cuál es tu grado de confianza en el Señor?

 



Los que confían en el Señor son como el monte Sión, inamovible, firme por siempre. (Salmo 125:1)


Creo que hemos sido diseñados por Dios para confiar. Mi definición de confianza es la medida en que yo me siento seguro con algo o alguien. Siempre estamos ejerciendo confianza en cosas. Nos levantamos, vamos al trabajo y confiamos que el ascensor nos llevará seguros a la calle. Confiamos en nuestros médicos, en las personas que nos arreglan de automóvil, en el banquero que nos aconseja cuál es el mejor producto financiero para nosotros. Nos ponemos en las manos de muchas personas para decisiones, algunas de las cuales, sin duda, carecen de importancia o trascendencia mientras que otras, contrariamente, pueden tenerla y muy seria. No podemos vivir en un estado permanente de desconfianza, no es saludable para nuestra salud mental.

Pero vemos que el pecado ha alterado las relaciones interpersonales y erosionado la confianza. Abel no se esperaba la agresión de Caín. Noé no se espera el desprecio de su hijo. Abraham no anticipó la traición de Lot. Esaú confiaba en su hermano y no creyó que le iba a robar la primogenitura. Jose confiaba en sus hermanos. No hace falta seguir para entender que desde que el pecado se ha hecho presente ya no es tan fácil confiar. Ya lo dice el profeta Jeremías, maldito el que confía en el hombre. Nos sentimos defraudados y defraudamos a otros.

No abogo por la desconfianza hacia otros seres humanos. Abogo por ponerla siempre en contexto. Hemos de aprender a confiar y ser confiables. Pero hoy, mi énfasis es que el único que nunca defraudará la confianza puesta en Él, es el Señor. Otra cosa diferente es que nosotros nos hayamos hecho expectativas falsas acerca de cómo Él debe actuar con respecto a nosotros.


¿En qué o quién confías? ¿Cuál es tu grado de confianza en el Señor?

 



Los que confían en el Señor son como el monte Sión, inamovible, firme por siempre. (Salmo 125:1)


Creo que hemos sido diseñados por Dios para confiar. Mi definición de confianza es la medida en que yo me siento seguro con algo o alguien. Siempre estamos ejerciendo confianza en cosas. Nos levantamos, vamos al trabajo y confiamos que el ascensor nos llevará seguros a la calle. Confiamos en nuestros médicos, en las personas que nos arreglan de automóvil, en el banquero que nos aconseja cuál es el mejor producto financiero para nosotros. Nos ponemos en las manos de muchas personas para decisiones, algunas de las cuales, sin duda, carecen de importancia o trascendencia mientras que otras, contrariamente, pueden tenerla y muy seria. No podemos vivir en un estado permanente de desconfianza, no es saludable para nuestra salud mental.

Pero vemos que el pecado ha alterado las relaciones interpersonales y erosionado la confianza. Abel no se esperaba la agresión de Caín. Noé no se espera el desprecio de su hijo. Abraham no anticipó la traición de Lot. Esaú confiaba en su hermano y no creyó que le iba a robar la primogenitura. Jose confiaba en sus hermanos. No hace falta seguir para entender que desde que el pecado se ha hecho presente ya no es tan fácil confiar. Ya lo dice el profeta Jeremías, maldito el que confía en el hombre. Nos sentimos defraudados y defraudamos a otros.

No abogo por la desconfianza hacia otros seres humanos. Abogo por ponerla siempre en contexto. Hemos de aprender a confiar y ser confiables. Pero hoy, mi énfasis es que el único que nunca defraudará la confianza puesta en Él, es el Señor. Otra cosa diferente es que nosotros nos hayamos hecho expectativas falsas acerca de cómo Él debe actuar con respecto a nosotros.


¿En qué o quién confías? ¿Cuál es tu grado de confianza en el Señor?