Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Está lejos mi salvación y son mis palabras un gemido. Dios mío, te llamo de día y no me respondes, de noche y no encuentro descanso. (Salmo 22:1-2)

La realidad es objetiva, la experiencia es subjetiva. Experimentamos las cosas según las vemos, no necesariamente tal y como son. Por eso el salmista eleva al cielo estas palabras, es así como está experimentando en esos momentos su relación con el Señor. Son las mismas palabras que usará Jesús momentos antes de su muerte, la misma exclamación de soledad y alejamiento de Dios.

Sabemos que esa experiencia del Señor no es conforme a la realidad. Él ha prometido no dejarnos ni abandonarnos, estar con nosotros cada día hasta el fin; sin embargo hay momentos en la vida en que esa afirmación de las Escrituras no acaba de calar en nuestra experiencia, no sentimos al Señor, tenemos una profunda sensación emocional de que ha perdido el interés por nosotros ¿cómo si no podemos explicar su silencio, su aparente inacción?

Aprendo de este pasaje la libertad que Dios nos da de expresarle nuestras emociones, no de una manera políticamente correcta, sino con la brutal honestidad de aquel que expresa lo que piensa y siente sin filtros en el momento del dolor y la tribulación. Nuestras emociones son legítimas y tenemos todo el derecho del mundo para expresarlas y hablarlas con el Señor, Él nos lo concede.


¿Cuál es tu estado emocional, qué deberías expresarle, qué te impide hacerlo?

 



Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Está lejos mi salvación y son mis palabras un gemido. Dios mío, te llamo de día y no me respondes, de noche y no encuentro descanso. (Salmo 22:1-2)

La realidad es objetiva, la experiencia es subjetiva. Experimentamos las cosas según las vemos, no necesariamente tal y como son. Por eso el salmista eleva al cielo estas palabras, es así como está experimentando en esos momentos su relación con el Señor. Son las mismas palabras que usará Jesús momentos antes de su muerte, la misma exclamación de soledad y alejamiento de Dios.

Sabemos que esa experiencia del Señor no es conforme a la realidad. Él ha prometido no dejarnos ni abandonarnos, estar con nosotros cada día hasta el fin; sin embargo hay momentos en la vida en que esa afirmación de las Escrituras no acaba de calar en nuestra experiencia, no sentimos al Señor, tenemos una profunda sensación emocional de que ha perdido el interés por nosotros ¿cómo si no podemos explicar su silencio, su aparente inacción?

Aprendo de este pasaje la libertad que Dios nos da de expresarle nuestras emociones, no de una manera políticamente correcta, sino con la brutal honestidad de aquel que expresa lo que piensa y siente sin filtros en el momento del dolor y la tribulación. Nuestras emociones son legítimas y tenemos todo el derecho del mundo para expresarlas y hablarlas con el Señor, Él nos lo concede.


¿Cuál es tu estado emocional, qué deberías expresarle, qué te impide hacerlo?

 



Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Está lejos mi salvación y son mis palabras un gemido. Dios mío, te llamo de día y no me respondes, de noche y no encuentro descanso. (Salmo 22:1-2)

La realidad es objetiva, la experiencia es subjetiva. Experimentamos las cosas según las vemos, no necesariamente tal y como son. Por eso el salmista eleva al cielo estas palabras, es así como está experimentando en esos momentos su relación con el Señor. Son las mismas palabras que usará Jesús momentos antes de su muerte, la misma exclamación de soledad y alejamiento de Dios.

Sabemos que esa experiencia del Señor no es conforme a la realidad. Él ha prometido no dejarnos ni abandonarnos, estar con nosotros cada día hasta el fin; sin embargo hay momentos en la vida en que esa afirmación de las Escrituras no acaba de calar en nuestra experiencia, no sentimos al Señor, tenemos una profunda sensación emocional de que ha perdido el interés por nosotros ¿cómo si no podemos explicar su silencio, su aparente inacción?

Aprendo de este pasaje la libertad que Dios nos da de expresarle nuestras emociones, no de una manera políticamente correcta, sino con la brutal honestidad de aquel que expresa lo que piensa y siente sin filtros en el momento del dolor y la tribulación. Nuestras emociones son legítimas y tenemos todo el derecho del mundo para expresarlas y hablarlas con el Señor, Él nos lo concede.


¿Cuál es tu estado emocional, qué deberías expresarle, qué te impide hacerlo?