Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


La distancia temporal y cultural nos hace perder la comprensión de la fuerza de las acciones descritas por la historia que contó Jesús. Salir corriendo. Algo normal para nosotros cuando ves a la persona a la que amas. Sin embargo, algo totalmente indigno en la cultura en la que los hechos acontecen. Una persona de rango -como sabemos que era aquel padre- nunca llevaba a cabo un acto de ese tipo en público. A los ojos de sus conciudadanos era algo inapropiado, impropio de una persona que tuviera un mínimo respeto por sí misma. Era un acto indigno que, no solamente lo ponía en ridículo ante sus conocidos, sino que, sin ninguna duda, sería objeto de críticas y juicios. Pero ¡Qué le importaba todo eso al padre que recupera a su hijo! ¿De qué sirve la dignidad y la solemnidad si has perdido a tu hijo? ¿Te puede compensar de alguna manera?

No olvidemos que Dios es el padre descrito en esta parábola. De hecho, como algunos sabiamente han comentado, sería más apropiado llamarla del padre que ama y perdona; él es la figura central. Pues bien, ni más ni menos así es Dios. A Él no le ha importado ponerse en ridículo delante de principados y potestades por amor a ti y a mí. A Él no le ha importando lo que todo el universo pueda pensar o comentar de sus actuaciones. Le tiene sin cuidado la opinión cósmica y universal acerca de su forma de proceder. A Él le mueve únicamente el amor y le importa un comino qué puedan pensar de su conducta arriba en los cielos o abajo en la tierra. Te ha visto en tu situación, a vista tu necesidad, ha sido movido por la misericordia y todo lo demás se ha vuelto secundario.


¿Cómo debemos responder ante tanto amor?


Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


La distancia temporal y cultural nos hace perder la comprensión de la fuerza de las acciones descritas por la historia que contó Jesús. Salir corriendo. Algo normal para nosotros cuando ves a la persona a la que amas. Sin embargo, algo totalmente indigno en la cultura en la que los hechos acontecen. Una persona de rango -como sabemos que era aquel padre- nunca llevaba a cabo un acto de ese tipo en público. A los ojos de sus conciudadanos era algo inapropiado, impropio de una persona que tuviera un mínimo respeto por sí misma. Era un acto indigno que, no solamente lo ponía en ridículo ante sus conocidos, sino que, sin ninguna duda, sería objeto de críticas y juicios. Pero ¡Qué le importaba todo eso al padre que recupera a su hijo! ¿De qué sirve la dignidad y la solemnidad si has perdido a tu hijo? ¿Te puede compensar de alguna manera?

No olvidemos que Dios es el padre descrito en esta parábola. De hecho, como algunos sabiamente han comentado, sería más apropiado llamarla del padre que ama y perdona; él es la figura central. Pues bien, ni más ni menos así es Dios. A Él no le ha importado ponerse en ridículo delante de principados y potestades por amor a ti y a mí. A Él no le ha importando lo que todo el universo pueda pensar o comentar de sus actuaciones. Le tiene sin cuidado la opinión cósmica y universal acerca de su forma de proceder. A Él le mueve únicamente el amor y le importa un comino qué puedan pensar de su conducta arriba en los cielos o abajo en la tierra. Te ha visto en tu situación, a vista tu necesidad, ha sido movido por la misericordia y todo lo demás se ha vuelto secundario.


¿Cómo debemos responder ante tanto amor?


Aún estaba lejos cuando el padre lo vio, y profundamente conmovido salió corriendo a su encuentro. (Lucas 15:22)


La distancia temporal y cultural nos hace perder la comprensión de la fuerza de las acciones descritas por la historia que contó Jesús. Salir corriendo. Algo normal para nosotros cuando ves a la persona a la que amas. Sin embargo, algo totalmente indigno en la cultura en la que los hechos acontecen. Una persona de rango -como sabemos que era aquel padre- nunca llevaba a cabo un acto de ese tipo en público. A los ojos de sus conciudadanos era algo inapropiado, impropio de una persona que tuviera un mínimo respeto por sí misma. Era un acto indigno que, no solamente lo ponía en ridículo ante sus conocidos, sino que, sin ninguna duda, sería objeto de críticas y juicios. Pero ¡Qué le importaba todo eso al padre que recupera a su hijo! ¿De qué sirve la dignidad y la solemnidad si has perdido a tu hijo? ¿Te puede compensar de alguna manera?

No olvidemos que Dios es el padre descrito en esta parábola. De hecho, como algunos sabiamente han comentado, sería más apropiado llamarla del padre que ama y perdona; él es la figura central. Pues bien, ni más ni menos así es Dios. A Él no le ha importado ponerse en ridículo delante de principados y potestades por amor a ti y a mí. A Él no le ha importando lo que todo el universo pueda pensar o comentar de sus actuaciones. Le tiene sin cuidado la opinión cósmica y universal acerca de su forma de proceder. A Él le mueve únicamente el amor y le importa un comino qué puedan pensar de su conducta arriba en los cielos o abajo en la tierra. Te ha visto en tu situación, a vista tu necesidad, ha sido movido por la misericordia y todo lo demás se ha vuelto secundario.


¿Cómo debemos responder ante tanto amor?