Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto. (Romanos 7:19)

Gerald May es un psiquiatra que ha escrito un libro sobre la oscura noche del alma. En este explica la conexión entre los periodos de oscuridad espiritual y el crecimiento. Ayer leía como todo ser humano, sin excepción, busca a Dios, aunque esa búsqueda se oriente en direcciones y enfoques equivocadas. Pero, según el autor, detrás del deseo de placer, la ausencia de dolor, la belleza, la justicia, las relaciones, hay un deseo del Señor confundiendo esos indicadores de Dios con Dios mismo.

El también describe muy bien el proceso en que uno llega a afirmar lo que dijo Pablo en el versículo antes mencionado. Hablando del pecado, May afirma que somos personas de hábitos. Esos hábitos con la práctica se convierten en apegos. El apego nos ofrece una calidez emocional y, por tanto, seguimos practicando la conducta. Esta práctica lleva a la compulsión, es decir, a una conducta que ya no elegimos sino que nos vemos obligados a ejecutar. La compulsión, a menudo, desemboca en la adicción, es el estadio en el cuál ya no podemos vivir sin esa conducta. 

Pablo describe ese estadio de adicción cuando un determinado pecado se ha convertido en un hábito y con la práctica ha llegado a ser una adicción. Eso, como enseña el apóstol no se arregla únicamente con la confesión. Hace falta una comunidad terapéutica, que es lo que debería ser la iglesia.