Se hallaba en ruta hacia Damasco, a punto ya de llegar, cuando de pronto un resplandor celestial lo deslumbró. Cayó a tierra y oyó una voz que decía: — Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? — ¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo— Soy Jesús, a quien tú persigues —respondió la voz—. Anda, levántate y entra en la ciudad. Allí recibirás instrucciones sobre lo que debes hacer. (Hechos 9)  

Del mismo modo que le sucedió a Saulo de Tarso, el encuentro con Jesús nos proporciona una nueva identidad y también una nueva orientación en nuestra vida.

Esta nueva identidad consiste en pasar de la condición de extranjeros y advenedizos, tal y como el mismo Pablo lo explica, a miembros de la familia de Dios y parte de su pueblo. Somos adoptados como hijos del Señor, herederos juntamente con Cristo, quien se convierte en el hermano mayor entre mu- chos hermanos.

Esta nueva orientación en la vida consiste en colaborar con el propio Jesús en hacer que este mundo sea lo que Dios pensó y el pecado hizo totalmente inviable. Somos agentes de restauración y reconci- liación en un mundo roto y constructores del Reino de Dios, y todo ello en el contexto de nuestra vida cotidiana, en nuestros hogares, vecindarios, lugares de trabajo o estudio, en nuestra ciudad.

El encuentro con Jesús cambia nuestra perspectiva de cómo nos vemos y cómo vemos nuestra misión y propósito en la vida. Nos da una identidad y una misión auténticas, por las cuales vale la pena vivir e incluso, si fuera necesario, morir.

¿Quién eres? ¿Cuál es la fuente de tu identidad?

¿De qué modo debería afectar a nuestro vivir cotidiano el hecho de que somos miembros del pueblo y familia de Dios?

¿De qué maneras prácticas puedes ser agente de restauración y reconciliación en tu entorno? ¿De qué modos prácticos puedes contribuir a construir el Reino de Dios? 


 



Se hallaba en ruta hacia Damasco, a punto ya de llegar, cuando de pronto un resplandor celestial lo deslumbró. Cayó a tierra y oyó una voz que decía: — Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? — ¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo— Soy Jesús, a quien tú persigues —respondió la voz—. Anda, levántate y entra en la ciudad. Allí recibirás instrucciones sobre lo que debes hacer. (Hechos 9)  

Del mismo modo que le sucedió a Saulo de Tarso, el encuentro con Jesús nos proporciona una nueva identidad y también una nueva orientación en nuestra vida.

Esta nueva identidad consiste en pasar de la condición de extranjeros y advenedizos, tal y como el mismo Pablo lo explica, a miembros de la familia de Dios y parte de su pueblo. Somos adoptados como hijos del Señor, herederos juntamente con Cristo, quien se convierte en el hermano mayor entre mu- chos hermanos.

Esta nueva orientación en la vida consiste en colaborar con el propio Jesús en hacer que este mundo sea lo que Dios pensó y el pecado hizo totalmente inviable. Somos agentes de restauración y reconci- liación en un mundo roto y constructores del Reino de Dios, y todo ello en el contexto de nuestra vida cotidiana, en nuestros hogares, vecindarios, lugares de trabajo o estudio, en nuestra ciudad.

El encuentro con Jesús cambia nuestra perspectiva de cómo nos vemos y cómo vemos nuestra misión y propósito en la vida. Nos da una identidad y una misión auténticas, por las cuales vale la pena vivir e incluso, si fuera necesario, morir.

¿Quién eres? ¿Cuál es la fuente de tu identidad?

¿De qué modo debería afectar a nuestro vivir cotidiano el hecho de que somos miembros del pueblo y familia de Dios?

¿De qué maneras prácticas puedes ser agente de restauración y reconciliación en tu entorno? ¿De qué modos prácticos puedes contribuir a construir el Reino de Dios? 


 



Se hallaba en ruta hacia Damasco, a punto ya de llegar, cuando de pronto un resplandor celestial lo deslumbró. Cayó a tierra y oyó una voz que decía: — Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? — ¿Quién eres, Señor? —preguntó Saulo— Soy Jesús, a quien tú persigues —respondió la voz—. Anda, levántate y entra en la ciudad. Allí recibirás instrucciones sobre lo que debes hacer. (Hechos 9)  

Del mismo modo que le sucedió a Saulo de Tarso, el encuentro con Jesús nos proporciona una nueva identidad y también una nueva orientación en nuestra vida.

Esta nueva identidad consiste en pasar de la condición de extranjeros y advenedizos, tal y como el mismo Pablo lo explica, a miembros de la familia de Dios y parte de su pueblo. Somos adoptados como hijos del Señor, herederos juntamente con Cristo, quien se convierte en el hermano mayor entre mu- chos hermanos.

Esta nueva orientación en la vida consiste en colaborar con el propio Jesús en hacer que este mundo sea lo que Dios pensó y el pecado hizo totalmente inviable. Somos agentes de restauración y reconci- liación en un mundo roto y constructores del Reino de Dios, y todo ello en el contexto de nuestra vida cotidiana, en nuestros hogares, vecindarios, lugares de trabajo o estudio, en nuestra ciudad.

El encuentro con Jesús cambia nuestra perspectiva de cómo nos vemos y cómo vemos nuestra misión y propósito en la vida. Nos da una identidad y una misión auténticas, por las cuales vale la pena vivir e incluso, si fuera necesario, morir.

¿Quién eres? ¿Cuál es la fuente de tu identidad?

¿De qué modo debería afectar a nuestro vivir cotidiano el hecho de que somos miembros del pueblo y familia de Dios?

¿De qué maneras prácticas puedes ser agente de restauración y reconciliación en tu entorno? ¿De qué modos prácticos puedes contribuir a construir el Reino de Dios?