Ten en cuenta a tu creador en tus días de juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años en los que digas: "no siento ningún placer" (Eclesiastés 12:1)


La vida no se ve de la misma manera a las 20 que a las 60. Hay una época en que el horizonte es amplio y todo está lleno de potencialidades y posibilidades. La experiencia enseña que, para la mayoría de los seres humanos, conforme la vida va pasando va imponiendo su terrible lógica y ese horizonte se va haciendo más y más pequeño, las posibilidades se van reduciendo y llega un momento en que, más o menos, uno ya tiene conciencia de lo que la vida dará de sí. Quedan entonces pequeñas ilusiones, un viaje, una aventura, una relación; pequeñas cosas que nos vayan alterando el tedio cotidiano. 

La Palabra nos invita a acordarnos y tener presente a Dios en los días de nuestra juventud. Lamentablemente son aquellos mismos días en que debido a las inmensas posibilidades que hay por delante tenemos la tendencia a pensar que no lo necesitamos; podemos encontrarle sentido, propósito y plenitud a la vida por nosotros mismos. Conforme nos adentramos en una búsqueda de sentido a la vida sin Dios, nuestro corazón se va haciendo paulatinamente más y más duro, hasta que llega un momento que se vuelve refractario a la influencia del Señor. Pero esto sucede cuando las posibilidades futuras se van limitando o incluso totalmente agotando y cada vez cuesta más trabajo encontrarle sentido a la vida.

Conocer a Dios y darle juego en nuestras vidas cuando estamos en nuestros mejores años, lejos de convertirse en un límite o una restricción, constituye un acelerador o potenciador que permite sacarle más y más jugo a nuestro proyecto vital y cuando éste está llegando a su final poder mirar hacia atrás con un sentido de profunda satisfacción y realización.

¿Qué juego tiene Dios en tu vida?



Ten en cuenta a tu creador en tus días de juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años en los que digas: "no siento ningún placer" (Eclesiastés 12:1)


La vida no se ve de la misma manera a las 20 que a las 60. Hay una época en que el horizonte es amplio y todo está lleno de potencialidades y posibilidades. La experiencia enseña que, para la mayoría de los seres humanos, conforme la vida va pasando va imponiendo su terrible lógica y ese horizonte se va haciendo más y más pequeño, las posibilidades se van reduciendo y llega un momento en que, más o menos, uno ya tiene conciencia de lo que la vida dará de sí. Quedan entonces pequeñas ilusiones, un viaje, una aventura, una relación; pequeñas cosas que nos vayan alterando el tedio cotidiano. 

La Palabra nos invita a acordarnos y tener presente a Dios en los días de nuestra juventud. Lamentablemente son aquellos mismos días en que debido a las inmensas posibilidades que hay por delante tenemos la tendencia a pensar que no lo necesitamos; podemos encontrarle sentido, propósito y plenitud a la vida por nosotros mismos. Conforme nos adentramos en una búsqueda de sentido a la vida sin Dios, nuestro corazón se va haciendo paulatinamente más y más duro, hasta que llega un momento que se vuelve refractario a la influencia del Señor. Pero esto sucede cuando las posibilidades futuras se van limitando o incluso totalmente agotando y cada vez cuesta más trabajo encontrarle sentido a la vida.

Conocer a Dios y darle juego en nuestras vidas cuando estamos en nuestros mejores años, lejos de convertirse en un límite o una restricción, constituye un acelerador o potenciador que permite sacarle más y más jugo a nuestro proyecto vital y cuando éste está llegando a su final poder mirar hacia atrás con un sentido de profunda satisfacción y realización.

¿Qué juego tiene Dios en tu vida?



Ten en cuenta a tu creador en tus días de juventud, antes de que lleguen los días malos y se acerquen los años en los que digas: "no siento ningún placer" (Eclesiastés 12:1)


La vida no se ve de la misma manera a las 20 que a las 60. Hay una época en que el horizonte es amplio y todo está lleno de potencialidades y posibilidades. La experiencia enseña que, para la mayoría de los seres humanos, conforme la vida va pasando va imponiendo su terrible lógica y ese horizonte se va haciendo más y más pequeño, las posibilidades se van reduciendo y llega un momento en que, más o menos, uno ya tiene conciencia de lo que la vida dará de sí. Quedan entonces pequeñas ilusiones, un viaje, una aventura, una relación; pequeñas cosas que nos vayan alterando el tedio cotidiano. 

La Palabra nos invita a acordarnos y tener presente a Dios en los días de nuestra juventud. Lamentablemente son aquellos mismos días en que debido a las inmensas posibilidades que hay por delante tenemos la tendencia a pensar que no lo necesitamos; podemos encontrarle sentido, propósito y plenitud a la vida por nosotros mismos. Conforme nos adentramos en una búsqueda de sentido a la vida sin Dios, nuestro corazón se va haciendo paulatinamente más y más duro, hasta que llega un momento que se vuelve refractario a la influencia del Señor. Pero esto sucede cuando las posibilidades futuras se van limitando o incluso totalmente agotando y cada vez cuesta más trabajo encontrarle sentido a la vida.

Conocer a Dios y darle juego en nuestras vidas cuando estamos en nuestros mejores años, lejos de convertirse en un límite o una restricción, constituye un acelerador o potenciador que permite sacarle más y más jugo a nuestro proyecto vital y cuando éste está llegando a su final poder mirar hacia atrás con un sentido de profunda satisfacción y realización.

¿Qué juego tiene Dios en tu vida?