En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. (Romanos 7:23-25)


Muchas veces he deseado que el pecado, como yo creí en un tiempo y muchos todavía defienden, fuera algo meramente espiritual. Es decir, que solo tuviera que ver con la dimensión moral, si puede llamarse así, de nuestro ser. Lamentablemente el pecado, aunque incluye eso, es mucho, mucho más que eso. El pecado nos ha roto, fragmentado, deshecho en todas las dimensiones de nuestra humanidad. 

El pasaje de Pablo, de hecho vale la pena leer todo el capítulo 7 de su carta, nos muestra seres rotos, divididos, en constante tensión entre aquello a lo que anhelamos y la realidad que vivimos y experimentamos en la vida cotidiana. Casi podría decirse que ha agravado nuestra situación, ya que cuando vivíamos sin Dios carecíamos de conciencia del pecado. Ahora, que la tenemos y aspiramos a parecernos a Él y vivir reflejando su carácter, experimentamos una tensión agónica entre aquello que deseamos y la realidad que, con demasiada frecuencia, llevamos a cabo.

Esto nos lleva a preguntarnos qué pasa con el pecado en la vida del creyente y si alguna vez tendrá solución, si en algún momento nos veremos libres de esa maldita tensión. ¿Qué hemos de hacer? rendirnos, luchar, abandonar una fe que no da solución a esta tensión. Lo iremos viendo. 

To be continued

 



En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. (Romanos 7:23-25)


Muchas veces he deseado que el pecado, como yo creí en un tiempo y muchos todavía defienden, fuera algo meramente espiritual. Es decir, que solo tuviera que ver con la dimensión moral, si puede llamarse así, de nuestro ser. Lamentablemente el pecado, aunque incluye eso, es mucho, mucho más que eso. El pecado nos ha roto, fragmentado, deshecho en todas las dimensiones de nuestra humanidad. 

El pasaje de Pablo, de hecho vale la pena leer todo el capítulo 7 de su carta, nos muestra seres rotos, divididos, en constante tensión entre aquello a lo que anhelamos y la realidad que vivimos y experimentamos en la vida cotidiana. Casi podría decirse que ha agravado nuestra situación, ya que cuando vivíamos sin Dios carecíamos de conciencia del pecado. Ahora, que la tenemos y aspiramos a parecernos a Él y vivir reflejando su carácter, experimentamos una tensión agónica entre aquello que deseamos y la realidad que, con demasiada frecuencia, llevamos a cabo.

Esto nos lleva a preguntarnos qué pasa con el pecado en la vida del creyente y si alguna vez tendrá solución, si en algún momento nos veremos libres de esa maldita tensión. ¿Qué hemos de hacer? rendirnos, luchar, abandonar una fe que no da solución a esta tensión. Lo iremos viendo. 

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En lo más profundo de mi corazón amo la ley de Dios. Pero también me sucede otra cosa: hay algo dentro de mí, que lucha contra lo que creo que es bueno. Trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. (Romanos 7:23-25)


Muchas veces he deseado que el pecado, como yo creí en un tiempo y muchos todavía defienden, fuera algo meramente espiritual. Es decir, que solo tuviera que ver con la dimensión moral, si puede llamarse así, de nuestro ser. Lamentablemente el pecado, aunque incluye eso, es mucho, mucho más que eso. El pecado nos ha roto, fragmentado, deshecho en todas las dimensiones de nuestra humanidad. 

El pasaje de Pablo, de hecho vale la pena leer todo el capítulo 7 de su carta, nos muestra seres rotos, divididos, en constante tensión entre aquello a lo que anhelamos y la realidad que vivimos y experimentamos en la vida cotidiana. Casi podría decirse que ha agravado nuestra situación, ya que cuando vivíamos sin Dios carecíamos de conciencia del pecado. Ahora, que la tenemos y aspiramos a parecernos a Él y vivir reflejando su carácter, experimentamos una tensión agónica entre aquello que deseamos y la realidad que, con demasiada frecuencia, llevamos a cabo.

Esto nos lleva a preguntarnos qué pasa con el pecado en la vida del creyente y si alguna vez tendrá solución, si en algún momento nos veremos libres de esa maldita tensión. ¿Qué hemos de hacer? rendirnos, luchar, abandonar una fe que no da solución a esta tensión. Lo iremos viendo. 

To be continued