Y en aquel momento, todos los discípulos de Jesús lo abandonaron. (Mateo 26:56)
Así acaba el episodio de Getsemaní con todos los discípulos huyendo y dejando solo a Jesús. Creo que yo hubiera hecho mismo. ¿Por qué hago esa afirmación? Pues porque pienso en la multitud de veces que de una manera u otra lo hago en mi vida cotidiana. Lo abandono, por ejemplo, cuando me niego a alinear mi vida con sus propósitos, cuando dejo de ser un agente de restauración y reconciliación, cuando me niego a perdonar, cuando de forma intencional trabajo para que su carácter se forme en mí, cuando no desarrollo mis dones y capacidades para ponerlos a su servicio y bendecir al mundo a través de ellos, cuando por acción u omisión peco contra Él u otros, cuando... la lista, la mía y la tuya podría ser intencional.
Con el paso del tiempo he aprendido el proceso en tres pasos: tomo conciencia de algo -mi abandono de Jesús, me reconozco practicando ese "algo" en la vida cotidiana -el abandono de Jesús-, lo gestiono con el Señor, tomo la decisión de no abandonar.