Todo el que bebe de este agua volverá a tener sed, en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed, sino que ese agua se convertirá en su interior, en un manantial capaz de dar vida eterna. (Juan 4: 14)


El agua es un símbolo universal usado para indicar la sed de sentido, propósito y significado que todo ser humano tiene. Al referirse a la vida los griegos usaban dos palabras diferentes. La primera, era bios; tiene que ver con la vida biológica, las funciones que permiten el mantenimiento físico de nuestro proyecto vital. Compartimos bios con el resto de seres vivos de la creación. La segunda, era zoe; tiene que ver con la vida con sentido, con propósito, la vida trascendente, la que va más allá de las meras funciones físicas del organismo. En esta dimensión el ser humano es el único que carece de zoe. Existe pues, según la Escritura, una sed de zoe en todo ser humano. Podemos tener todas nuestras funciones físicas intactas, en buen funcionamiento, podemos tener todas nuestras necesidades físicas cubiertas y, sin embargo, tener un vacío de significado y, consecuentemente, una sed del mismo.

Cada uno de nosotros satisface esa sed como buenamente puede. El objetivo es el mismo, dar sentido a nuestra vida, los medios pueden variar de una persona a otra; cada uno de nosotros identifica con algo o alguien esa posibilidad de saciar la sed. En el caso de la samaritana, si leemos el resto del pasaje, veremos que lo intentó por medio de las relaciones interpersonales. Se encontraba en su sexta relación de pareja, de lo que podemos deducir que las anteriores sólo habían podido calmar su sed de sentido de forma temporal. Porque sin duda las aguas que nos ofrece la sociedad satisfacen... pero sólo pasajeramente y, con frecuencia, nos dejan con mayor sed, incluso con resaca. 

La afirmación de Jesús es que Él es el único que puede saciar de forma permanente esa tremenda sed que hay en el interior de cada uno de nosotros. Lo hace, no por medio de creencias o dogmas, sino a través de una relación con Él que nos restaura y nos devuelve una identidad perdida. Véase el contraste entre el manantial interior que Jesús produce en nosotros y las fuentes exteriores que tratamos de usar para saciar la sed. El Maestro siempre está disponible, abierto, dispuesto para saciar nuestra sed. Pacientemente esperará hasta que hayamos probado todas las fuentes alternativas que la sociedad nos ofrece.


¿Dónde sacias tu sed?



Todo el que bebe de este agua volverá a tener sed, en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed, sino que ese agua se convertirá en su interior, en un manantial capaz de dar vida eterna. (Juan 4: 14)


El agua es un símbolo universal usado para indicar la sed de sentido, propósito y significado que todo ser humano tiene. Al referirse a la vida los griegos usaban dos palabras diferentes. La primera, era bios; tiene que ver con la vida biológica, las funciones que permiten el mantenimiento físico de nuestro proyecto vital. Compartimos bios con el resto de seres vivos de la creación. La segunda, era zoe; tiene que ver con la vida con sentido, con propósito, la vida trascendente, la que va más allá de las meras funciones físicas del organismo. En esta dimensión el ser humano es el único que carece de zoe. Existe pues, según la Escritura, una sed de zoe en todo ser humano. Podemos tener todas nuestras funciones físicas intactas, en buen funcionamiento, podemos tener todas nuestras necesidades físicas cubiertas y, sin embargo, tener un vacío de significado y, consecuentemente, una sed del mismo.

Cada uno de nosotros satisface esa sed como buenamente puede. El objetivo es el mismo, dar sentido a nuestra vida, los medios pueden variar de una persona a otra; cada uno de nosotros identifica con algo o alguien esa posibilidad de saciar la sed. En el caso de la samaritana, si leemos el resto del pasaje, veremos que lo intentó por medio de las relaciones interpersonales. Se encontraba en su sexta relación de pareja, de lo que podemos deducir que las anteriores sólo habían podido calmar su sed de sentido de forma temporal. Porque sin duda las aguas que nos ofrece la sociedad satisfacen... pero sólo pasajeramente y, con frecuencia, nos dejan con mayor sed, incluso con resaca. 

La afirmación de Jesús es que Él es el único que puede saciar de forma permanente esa tremenda sed que hay en el interior de cada uno de nosotros. Lo hace, no por medio de creencias o dogmas, sino a través de una relación con Él que nos restaura y nos devuelve una identidad perdida. Véase el contraste entre el manantial interior que Jesús produce en nosotros y las fuentes exteriores que tratamos de usar para saciar la sed. El Maestro siempre está disponible, abierto, dispuesto para saciar nuestra sed. Pacientemente esperará hasta que hayamos probado todas las fuentes alternativas que la sociedad nos ofrece.


¿Dónde sacias tu sed?



Todo el que bebe de este agua volverá a tener sed, en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed, sino que ese agua se convertirá en su interior, en un manantial capaz de dar vida eterna. (Juan 4: 14)


El agua es un símbolo universal usado para indicar la sed de sentido, propósito y significado que todo ser humano tiene. Al referirse a la vida los griegos usaban dos palabras diferentes. La primera, era bios; tiene que ver con la vida biológica, las funciones que permiten el mantenimiento físico de nuestro proyecto vital. Compartimos bios con el resto de seres vivos de la creación. La segunda, era zoe; tiene que ver con la vida con sentido, con propósito, la vida trascendente, la que va más allá de las meras funciones físicas del organismo. En esta dimensión el ser humano es el único que carece de zoe. Existe pues, según la Escritura, una sed de zoe en todo ser humano. Podemos tener todas nuestras funciones físicas intactas, en buen funcionamiento, podemos tener todas nuestras necesidades físicas cubiertas y, sin embargo, tener un vacío de significado y, consecuentemente, una sed del mismo.

Cada uno de nosotros satisface esa sed como buenamente puede. El objetivo es el mismo, dar sentido a nuestra vida, los medios pueden variar de una persona a otra; cada uno de nosotros identifica con algo o alguien esa posibilidad de saciar la sed. En el caso de la samaritana, si leemos el resto del pasaje, veremos que lo intentó por medio de las relaciones interpersonales. Se encontraba en su sexta relación de pareja, de lo que podemos deducir que las anteriores sólo habían podido calmar su sed de sentido de forma temporal. Porque sin duda las aguas que nos ofrece la sociedad satisfacen... pero sólo pasajeramente y, con frecuencia, nos dejan con mayor sed, incluso con resaca. 

La afirmación de Jesús es que Él es el único que puede saciar de forma permanente esa tremenda sed que hay en el interior de cada uno de nosotros. Lo hace, no por medio de creencias o dogmas, sino a través de una relación con Él que nos restaura y nos devuelve una identidad perdida. Véase el contraste entre el manantial interior que Jesús produce en nosotros y las fuentes exteriores que tratamos de usar para saciar la sed. El Maestro siempre está disponible, abierto, dispuesto para saciar nuestra sed. Pacientemente esperará hasta que hayamos probado todas las fuentes alternativas que la sociedad nos ofrece.


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