Cuando Daniel se enteró de la firma de aquel decreto, se retiró a su casa. La habitación superior de la vivienda tenía las ventanas orientadas hacia Jerusalén. Daniel se recluía en ella tres veces al día y puesto de rodillas, oraba y alababa a su Dios. Siempre lo había hecho así. (Daniel 6:11)


Mi anterior artículo fue únicamente una introducción para poder desarrollar la idea del ritual del mediodía. Jesús, como ya vimos, nos enseñó que debíamos orar para el Reino de Dios viniera y se hiciera presente. A pesar de ello no hemos sabido encontrar espacios para canalizar este deseo del Señor. He visitado iglesias en muchos países y tan sólo en las confesiones más antiguas -católicos y ortodoxos- se reza lo que es conocido como el Padrenuestro. No sé hasta qué punto se relaciona con la venida del Reino y se entiende el sentido de lo que se está pidiendo, pero al menos se lleva a cabo. Las iglesias evangélicos no hemos sabido enseñar ni generar espacios en nuestra liturgia o vida personal para hacer esto posible.

Aquí es donde quisiera proponer la importancia y necesidad del ritual del mediodía. Cualquier persona que haya visitado un país mayoritariamente musulmán habrá podido experimentar lo que significa la llamada del almuecín a la oración y cómo la vida se paraliza para que las personas puedan atender a sus rezos. Sin embargo, estás llamadas a la oración varias veces al día no son originaria del Islam. La Torá ya lo incorporaba en sus enseñanzas y el judaísmo después del exilio de Babilonia hizo de ello una práctica habitual. El pasaje que he reproducido nos muestra a Daniel practicando este ritual que fue, precisamente, el que sus enemigos utilizaron para acusarlo ante el rey y condenarlo a muerte en el foso de los leones.

¿A dónde quiero llegar? He aprendido que cuando oramos de forma continua y persistente por algo esa oración cambia nuestra forma de ser. Si oramos para que el Reino venga nos iremos convirtiendo poco a poco en constructores del mismo y nuestro cerebro irá generando sensibilidad y buscando oportunidades para hacer que la voluntad del Señor se implante en nuestra tierra como se hace en el cielo. Por eso propongo que cada mediodía tomemos unos breves minutos para orar -como nos enseñó Jesús- para que el Reino venga y se haga realidad en nuestras vidas, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo. Orar para que nosotros, los seguidores del Maestro, podamos ser constructores de ese Reino y apoyemos todo aquello que se orienta en esa dirección, tanto si es generado por cristianos como si no lo es. 

Yo lo haga cada día a las cuatro de la tarde. Sé de otros cristianos que lo hacen a las tres; lo importante no es el cuándo, sino el hacerlo. Lo que vale la pena es incorporar en nuestras vidas ese ritual de pararnos y unirnos a Jesús en su deseo de que el Reino venga. Hoy en día es fácil programar nuestro reloj, tableta o teléfono para que a una hora concreta nos avise y podamos orar; dedicando unos minutos si estamos a solas; haciéndolo en silencio si estamos con otros.


¿Cómo beneficiaría a tu vida incorporar ese ritual?






Cuando Daniel se enteró de la firma de aquel decreto, se retiró a su casa. La habitación superior de la vivienda tenía las ventanas orientadas hacia Jerusalén. Daniel se recluía en ella tres veces al día y puesto de rodillas, oraba y alababa a su Dios. Siempre lo había hecho así. (Daniel 6:11)


Mi anterior artículo fue únicamente una introducción para poder desarrollar la idea del ritual del mediodía. Jesús, como ya vimos, nos enseñó que debíamos orar para el Reino de Dios viniera y se hiciera presente. A pesar de ello no hemos sabido encontrar espacios para canalizar este deseo del Señor. He visitado iglesias en muchos países y tan sólo en las confesiones más antiguas -católicos y ortodoxos- se reza lo que es conocido como el Padrenuestro. No sé hasta qué punto se relaciona con la venida del Reino y se entiende el sentido de lo que se está pidiendo, pero al menos se lleva a cabo. Las iglesias evangélicos no hemos sabido enseñar ni generar espacios en nuestra liturgia o vida personal para hacer esto posible.

Aquí es donde quisiera proponer la importancia y necesidad del ritual del mediodía. Cualquier persona que haya visitado un país mayoritariamente musulmán habrá podido experimentar lo que significa la llamada del almuecín a la oración y cómo la vida se paraliza para que las personas puedan atender a sus rezos. Sin embargo, estás llamadas a la oración varias veces al día no son originaria del Islam. La Torá ya lo incorporaba en sus enseñanzas y el judaísmo después del exilio de Babilonia hizo de ello una práctica habitual. El pasaje que he reproducido nos muestra a Daniel practicando este ritual que fue, precisamente, el que sus enemigos utilizaron para acusarlo ante el rey y condenarlo a muerte en el foso de los leones.

¿A dónde quiero llegar? He aprendido que cuando oramos de forma continua y persistente por algo esa oración cambia nuestra forma de ser. Si oramos para que el Reino venga nos iremos convirtiendo poco a poco en constructores del mismo y nuestro cerebro irá generando sensibilidad y buscando oportunidades para hacer que la voluntad del Señor se implante en nuestra tierra como se hace en el cielo. Por eso propongo que cada mediodía tomemos unos breves minutos para orar -como nos enseñó Jesús- para que el Reino venga y se haga realidad en nuestras vidas, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo. Orar para que nosotros, los seguidores del Maestro, podamos ser constructores de ese Reino y apoyemos todo aquello que se orienta en esa dirección, tanto si es generado por cristianos como si no lo es. 

Yo lo haga cada día a las cuatro de la tarde. Sé de otros cristianos que lo hacen a las tres; lo importante no es el cuándo, sino el hacerlo. Lo que vale la pena es incorporar en nuestras vidas ese ritual de pararnos y unirnos a Jesús en su deseo de que el Reino venga. Hoy en día es fácil programar nuestro reloj, tableta o teléfono para que a una hora concreta nos avise y podamos orar; dedicando unos minutos si estamos a solas; haciéndolo en silencio si estamos con otros.


¿Cómo beneficiaría a tu vida incorporar ese ritual?






Cuando Daniel se enteró de la firma de aquel decreto, se retiró a su casa. La habitación superior de la vivienda tenía las ventanas orientadas hacia Jerusalén. Daniel se recluía en ella tres veces al día y puesto de rodillas, oraba y alababa a su Dios. Siempre lo había hecho así. (Daniel 6:11)


Mi anterior artículo fue únicamente una introducción para poder desarrollar la idea del ritual del mediodía. Jesús, como ya vimos, nos enseñó que debíamos orar para el Reino de Dios viniera y se hiciera presente. A pesar de ello no hemos sabido encontrar espacios para canalizar este deseo del Señor. He visitado iglesias en muchos países y tan sólo en las confesiones más antiguas -católicos y ortodoxos- se reza lo que es conocido como el Padrenuestro. No sé hasta qué punto se relaciona con la venida del Reino y se entiende el sentido de lo que se está pidiendo, pero al menos se lleva a cabo. Las iglesias evangélicos no hemos sabido enseñar ni generar espacios en nuestra liturgia o vida personal para hacer esto posible.

Aquí es donde quisiera proponer la importancia y necesidad del ritual del mediodía. Cualquier persona que haya visitado un país mayoritariamente musulmán habrá podido experimentar lo que significa la llamada del almuecín a la oración y cómo la vida se paraliza para que las personas puedan atender a sus rezos. Sin embargo, estás llamadas a la oración varias veces al día no son originaria del Islam. La Torá ya lo incorporaba en sus enseñanzas y el judaísmo después del exilio de Babilonia hizo de ello una práctica habitual. El pasaje que he reproducido nos muestra a Daniel practicando este ritual que fue, precisamente, el que sus enemigos utilizaron para acusarlo ante el rey y condenarlo a muerte en el foso de los leones.

¿A dónde quiero llegar? He aprendido que cuando oramos de forma continua y persistente por algo esa oración cambia nuestra forma de ser. Si oramos para que el Reino venga nos iremos convirtiendo poco a poco en constructores del mismo y nuestro cerebro irá generando sensibilidad y buscando oportunidades para hacer que la voluntad del Señor se implante en nuestra tierra como se hace en el cielo. Por eso propongo que cada mediodía tomemos unos breves minutos para orar -como nos enseñó Jesús- para que el Reino venga y se haga realidad en nuestras vidas, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo. Orar para que nosotros, los seguidores del Maestro, podamos ser constructores de ese Reino y apoyemos todo aquello que se orienta en esa dirección, tanto si es generado por cristianos como si no lo es. 

Yo lo haga cada día a las cuatro de la tarde. Sé de otros cristianos que lo hacen a las tres; lo importante no es el cuándo, sino el hacerlo. Lo que vale la pena es incorporar en nuestras vidas ese ritual de pararnos y unirnos a Jesús en su deseo de que el Reino venga. Hoy en día es fácil programar nuestro reloj, tableta o teléfono para que a una hora concreta nos avise y podamos orar; dedicando unos minutos si estamos a solas; haciéndolo en silencio si estamos con otros.


¿Cómo beneficiaría a tu vida incorporar ese ritual?






Cuando Daniel se enteró de la firma de aquel decreto, se retiró a su casa. La habitación superior de la vivienda tenía las ventanas orientadas hacia Jerusalén. Daniel se recluía en ella tres veces al día y puesto de rodillas, oraba y alababa a su Dios. Siempre lo había hecho así. (Daniel 6:11)


Mi anterior artículo fue únicamente una introducción para poder desarrollar la idea del ritual del mediodía. Jesús, como ya vimos, nos enseñó que debíamos orar para el Reino de Dios viniera y se hiciera presente. A pesar de ello no hemos sabido encontrar espacios para canalizar este deseo del Señor. He visitado iglesias en muchos países y tan sólo en las confesiones más antiguas -católicos y ortodoxos- se reza lo que es conocido como el Padrenuestro. No sé hasta qué punto se relaciona con la venida del Reino y se entiende el sentido de lo que se está pidiendo, pero al menos se lleva a cabo. Las iglesias evangélicos no hemos sabido enseñar ni generar espacios en nuestra liturgia o vida personal para hacer esto posible.

Aquí es donde quisiera proponer la importancia y necesidad del ritual del mediodía. Cualquier persona que haya visitado un país mayoritariamente musulmán habrá podido experimentar lo que significa la llamada del almuecín a la oración y cómo la vida se paraliza para que las personas puedan atender a sus rezos. Sin embargo, estás llamadas a la oración varias veces al día no son originaria del Islam. La Torá ya lo incorporaba en sus enseñanzas y el judaísmo después del exilio de Babilonia hizo de ello una práctica habitual. El pasaje que he reproducido nos muestra a Daniel practicando este ritual que fue, precisamente, el que sus enemigos utilizaron para acusarlo ante el rey y condenarlo a muerte en el foso de los leones.

¿A dónde quiero llegar? He aprendido que cuando oramos de forma continua y persistente por algo esa oración cambia nuestra forma de ser. Si oramos para que el Reino venga nos iremos convirtiendo poco a poco en constructores del mismo y nuestro cerebro irá generando sensibilidad y buscando oportunidades para hacer que la voluntad del Señor se implante en nuestra tierra como se hace en el cielo. Por eso propongo que cada mediodía tomemos unos breves minutos para orar -como nos enseñó Jesús- para que el Reino venga y se haga realidad en nuestras vidas, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro mundo. Orar para que nosotros, los seguidores del Maestro, podamos ser constructores de ese Reino y apoyemos todo aquello que se orienta en esa dirección, tanto si es generado por cristianos como si no lo es. 

Yo lo haga cada día a las cuatro de la tarde. Sé de otros cristianos que lo hacen a las tres; lo importante no es el cuándo, sino el hacerlo. Lo que vale la pena es incorporar en nuestras vidas ese ritual de pararnos y unirnos a Jesús en su deseo de que el Reino venga. Hoy en día es fácil programar nuestro reloj, tableta o teléfono para que a una hora concreta nos avise y podamos orar; dedicando unos minutos si estamos a solas; haciéndolo en silencio si estamos con otros.


¿Cómo beneficiaría a tu vida incorporar ese ritual?