¿Has visto a un hombre sabio en su propia opinión? ¡Más esperanza hay del necio que de él! (Proverbios 26:12)


La entropía se produce cuando un sistema ha agotado su capacidad para cambiar y transformarse. Esto se debe a su falta de interacción con el entorno. La entropía es la fase final de un sistema cerrado, es decir, aquel que ya no recibe estímulos del exterior. Aplicado al liderazgo diríamos que el líder entrepiso es aquel que vive encerrado en sí mismo y carece de estímulos externos que le ayuden a poder superar su visión limitada y parcial de la realidad. 

Conforme una persona va asciendo en su liderazgo se vuelve más remisa a recibir retroalimentación de otros. Existe la desgraciada idea de que un líder debe saberlo todo, tener respuestas para todo y cualquier señal de ignorancia o necesidad es considerada como una debilidad, lujo que este tipo de líderes no pueden permitirse. Sin embargo, el mundo en que nos ha tocado vivir cada vez se vuelve más complejo y cambia a mayor velocidad. No existe ningún líder, por muchos dones y preparación que tenga, que pueda comprender y abarcar todas las dimensiones de la realidad; le guste o no necesita de otros. Y aquí reside la trampa a la que se ve abocado el líder autocrático: necesita de otros para afrontar una realidad ambigua, incierta, cambiante y compleja y, a la vez, no puede mostrar la debilidad de pedir ayuda. El camino hacia la entropía está ya pavimentado.

Este tipo de líderes acostumbra a rodearse de personas que ven la realidad como ellos la ven y, por tanto, confirma sus presuposiciones. Sólo beben de fuentes que refuercen sus posturas, cuando lo que necesitan desesperadamente es personas que puedan tener visiones complementarias o incluso contrarias de su propia realidad. Al carecer de los necesarios estímulos externos se van deslizando poco a poco, pero irremediablemente, hacia la entropía. El cambio y la transformación se hace imposible.

He conocido muchos líderes entrópicos. Como bien indica el texto de Proverbios su problema es el ego. Son demasiado orgullosos para admitir opiniones o visiones alternativas de la realidad. Son incapaces de pensar que pueda existir más verdad que la que ellos sostienen. Se vuelven con frecuencia legalistas y defensores de la sana y auténtica doctrina. Naturalmente nunca se rodean de otras personas que no sean coros de aduladores que alaban su postura; raramente buscan la opinión, la visión, el consejo o la perspectiva de aquellos que piensan diferente y que, precisamente, serían su antídoto contra la entropía.

La humildad es una característica necesaria de todo líder pero, especialmente, del cristiano. No en vano el Maestro se definió a sí mismo como humilde y nos pidió que siguiéramos su ejemplo en ese sentido. La humildad nos lleva a reconocer nuestras fortalezas y, a la vez, a ser muy realistas con nuestras debilidades y carencias y, por tanto, buscar a otros que puedan compensarlas. De este modo la humildad se convierte en el mejor de los antídotos contra la entropía, la mejor salvaguarda para un líder. Un líder debe estar seguro que tiene un círculo de personas a su alrededor que cumplan ese papel y, de no tenerlo, debería hacer una prioridad el buscarlo.


¿Cuál es tu nivel de entropía?







¿Has visto a un hombre sabio en su propia opinión? ¡Más esperanza hay del necio que de él! (Proverbios 26:12)


La entropía se produce cuando un sistema ha agotado su capacidad para cambiar y transformarse. Esto se debe a su falta de interacción con el entorno. La entropía es la fase final de un sistema cerrado, es decir, aquel que ya no recibe estímulos del exterior. Aplicado al liderazgo diríamos que el líder entrepiso es aquel que vive encerrado en sí mismo y carece de estímulos externos que le ayuden a poder superar su visión limitada y parcial de la realidad. 

Conforme una persona va asciendo en su liderazgo se vuelve más remisa a recibir retroalimentación de otros. Existe la desgraciada idea de que un líder debe saberlo todo, tener respuestas para todo y cualquier señal de ignorancia o necesidad es considerada como una debilidad, lujo que este tipo de líderes no pueden permitirse. Sin embargo, el mundo en que nos ha tocado vivir cada vez se vuelve más complejo y cambia a mayor velocidad. No existe ningún líder, por muchos dones y preparación que tenga, que pueda comprender y abarcar todas las dimensiones de la realidad; le guste o no necesita de otros. Y aquí reside la trampa a la que se ve abocado el líder autocrático: necesita de otros para afrontar una realidad ambigua, incierta, cambiante y compleja y, a la vez, no puede mostrar la debilidad de pedir ayuda. El camino hacia la entropía está ya pavimentado.

Este tipo de líderes acostumbra a rodearse de personas que ven la realidad como ellos la ven y, por tanto, confirma sus presuposiciones. Sólo beben de fuentes que refuercen sus posturas, cuando lo que necesitan desesperadamente es personas que puedan tener visiones complementarias o incluso contrarias de su propia realidad. Al carecer de los necesarios estímulos externos se van deslizando poco a poco, pero irremediablemente, hacia la entropía. El cambio y la transformación se hace imposible.

He conocido muchos líderes entrópicos. Como bien indica el texto de Proverbios su problema es el ego. Son demasiado orgullosos para admitir opiniones o visiones alternativas de la realidad. Son incapaces de pensar que pueda existir más verdad que la que ellos sostienen. Se vuelven con frecuencia legalistas y defensores de la sana y auténtica doctrina. Naturalmente nunca se rodean de otras personas que no sean coros de aduladores que alaban su postura; raramente buscan la opinión, la visión, el consejo o la perspectiva de aquellos que piensan diferente y que, precisamente, serían su antídoto contra la entropía.

La humildad es una característica necesaria de todo líder pero, especialmente, del cristiano. No en vano el Maestro se definió a sí mismo como humilde y nos pidió que siguiéramos su ejemplo en ese sentido. La humildad nos lleva a reconocer nuestras fortalezas y, a la vez, a ser muy realistas con nuestras debilidades y carencias y, por tanto, buscar a otros que puedan compensarlas. De este modo la humildad se convierte en el mejor de los antídotos contra la entropía, la mejor salvaguarda para un líder. Un líder debe estar seguro que tiene un círculo de personas a su alrededor que cumplan ese papel y, de no tenerlo, debería hacer una prioridad el buscarlo.


¿Cuál es tu nivel de entropía?







¿Has visto a un hombre sabio en su propia opinión? ¡Más esperanza hay del necio que de él! (Proverbios 26:12)


La entropía se produce cuando un sistema ha agotado su capacidad para cambiar y transformarse. Esto se debe a su falta de interacción con el entorno. La entropía es la fase final de un sistema cerrado, es decir, aquel que ya no recibe estímulos del exterior. Aplicado al liderazgo diríamos que el líder entrepiso es aquel que vive encerrado en sí mismo y carece de estímulos externos que le ayuden a poder superar su visión limitada y parcial de la realidad. 

Conforme una persona va asciendo en su liderazgo se vuelve más remisa a recibir retroalimentación de otros. Existe la desgraciada idea de que un líder debe saberlo todo, tener respuestas para todo y cualquier señal de ignorancia o necesidad es considerada como una debilidad, lujo que este tipo de líderes no pueden permitirse. Sin embargo, el mundo en que nos ha tocado vivir cada vez se vuelve más complejo y cambia a mayor velocidad. No existe ningún líder, por muchos dones y preparación que tenga, que pueda comprender y abarcar todas las dimensiones de la realidad; le guste o no necesita de otros. Y aquí reside la trampa a la que se ve abocado el líder autocrático: necesita de otros para afrontar una realidad ambigua, incierta, cambiante y compleja y, a la vez, no puede mostrar la debilidad de pedir ayuda. El camino hacia la entropía está ya pavimentado.

Este tipo de líderes acostumbra a rodearse de personas que ven la realidad como ellos la ven y, por tanto, confirma sus presuposiciones. Sólo beben de fuentes que refuercen sus posturas, cuando lo que necesitan desesperadamente es personas que puedan tener visiones complementarias o incluso contrarias de su propia realidad. Al carecer de los necesarios estímulos externos se van deslizando poco a poco, pero irremediablemente, hacia la entropía. El cambio y la transformación se hace imposible.

He conocido muchos líderes entrópicos. Como bien indica el texto de Proverbios su problema es el ego. Son demasiado orgullosos para admitir opiniones o visiones alternativas de la realidad. Son incapaces de pensar que pueda existir más verdad que la que ellos sostienen. Se vuelven con frecuencia legalistas y defensores de la sana y auténtica doctrina. Naturalmente nunca se rodean de otras personas que no sean coros de aduladores que alaban su postura; raramente buscan la opinión, la visión, el consejo o la perspectiva de aquellos que piensan diferente y que, precisamente, serían su antídoto contra la entropía.

La humildad es una característica necesaria de todo líder pero, especialmente, del cristiano. No en vano el Maestro se definió a sí mismo como humilde y nos pidió que siguiéramos su ejemplo en ese sentido. La humildad nos lleva a reconocer nuestras fortalezas y, a la vez, a ser muy realistas con nuestras debilidades y carencias y, por tanto, buscar a otros que puedan compensarlas. De este modo la humildad se convierte en el mejor de los antídotos contra la entropía, la mejor salvaguarda para un líder. Un líder debe estar seguro que tiene un círculo de personas a su alrededor que cumplan ese papel y, de no tenerlo, debería hacer una prioridad el buscarlo.


¿Cuál es tu nivel de entropía?