Si alguno de vosotros, tiene un criado que está arando la tierra o cuidando el ganado, ¿acaso le dice cuando regresa del campo: “Ven acá, siéntate ahora mismo a cenar”? ¿No le dirá, más bien: “Prepárame la cena y encárgate de servirme mientras como y bebo, y después podrás comer tú”?  Y tampoco tiene por qué darle las gracias al criado por haber hecho lo que se le había ordenado.  Pues así, también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. (Lucas 17:7-10)


Somos siervos. Eso afirma Jesús y no deberíamos olvidarlo. Nuestra tendencia habitual es a pensar en términos opuestos y excluyentes, es decir, o esto o lo otro. Lo hemos heredado de la forma griega de pensar. Veamos algunos ejemplos: Si el hombre es libre no puede estar al mismo tiempo predestinado y viceversa. Si Jesús es hombre no puede ser Dios al mismo tiempo. La forma hebrea de pensar es inclusiva, es decir, esto y lo otro. Jesús mismo lo remarcó cuando afirmó: "esto es necesario hacer sin dejar de hacer lo otro". La forma hebrea de pensar es, por decirlo de alguna manera, poliédrica. Considera que la realidad tienen diferentes caras y las mismas no son excluyentes ni contrarias entre sí, sino más bien complementarias. Desde esta forma de acercarse a la realidad podríamos afirmar que el ser humano es 100% libre y, al mismo tiempo, está 100% predestinado. Si trato de acercarme a esa realidad con una mentalidad griega se produce en mí un cortocircuito. La misma, a diferencia de la hebrea, no está diseñado para pensar en términos inclusivos. 

Todo esto para afirmar que si bien es cierto que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo no debemos olvidar que también somos siervos y Él es el Señor de nuestras vidas. Entiendo que sea complicado pero necesitamos aprender a vivir con esa visión poliédrica de nuestra relación personal con el Señor. Somos ambas cosas y una no puede excluir la otra. Cada una de esas facetas demanda de mí un tipo de relación que es complementaria con la otra. Construiré una versión equivocada de mí mismo y de Dios si me centro exclusivamente en mi faceta de hijo o en faceta de siervo. Tengo que aprender a vivir con ambas y entender lo que cada uno de ellas demanda de mí. La parábola del padre que ama y perdona se centró en el aspecto filial de mi identidad. La que Jesús narró en este texto se centra en mi rol como siervo del Señor del universo. 

No puedo ni debo olvidar que Dios no está en deuda conmigo ¡En absoluto! Para los oyentes de Jesús la parábola, como tantas otras, debió de resultar escandalosa. El judaísmo basaba la relación con el Señor en las obras. Era como una especie de cuenta de "debe y haber". Al ir acumulando buenas obras, de una manera consciente o inconsciente, la persona consideraba que ganaba méritos ante Dios y éste, de alguna manera, estaba obligado con ella ¿No hay cierta semejanza con la teología de la prosperidad tan en boga en muchas de nuestras iglesias? Dios, por medio de Jesús, nos ha dado todo y lo mejor y, consecuentemente, espera de nosotros lo mismos, todo y lo mejor. Cuando nos involucramos activamente en la construcción del Reino de Dios y en vivir como agentes de restauración en un mundo roto, no estamos haciéndole un favor al Señor ni deberíamos esperar ninguna recompensa excepcional por ello. Simplemente estamos cumpliendo con aquello que es nuestro deber. Estamos pagando nuestra deuda de amor.


¿Cómo combinas en tu vida estas dos facetas de tu relación con Dios? ¿Qué evidencias hay de tu rol como hijo? ¿Y de tu rol como siervo? ¿Cómo puede verse perjudicada tu vida si omites una u otra?






Si alguno de vosotros, tiene un criado que está arando la tierra o cuidando el ganado, ¿acaso le dice cuando regresa del campo: “Ven acá, siéntate ahora mismo a cenar”? ¿No le dirá, más bien: “Prepárame la cena y encárgate de servirme mientras como y bebo, y después podrás comer tú”?  Y tampoco tiene por qué darle las gracias al criado por haber hecho lo que se le había ordenado.  Pues así, también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. (Lucas 17:7-10)


Somos siervos. Eso afirma Jesús y no deberíamos olvidarlo. Nuestra tendencia habitual es a pensar en términos opuestos y excluyentes, es decir, o esto o lo otro. Lo hemos heredado de la forma griega de pensar. Veamos algunos ejemplos: Si el hombre es libre no puede estar al mismo tiempo predestinado y viceversa. Si Jesús es hombre no puede ser Dios al mismo tiempo. La forma hebrea de pensar es inclusiva, es decir, esto y lo otro. Jesús mismo lo remarcó cuando afirmó: "esto es necesario hacer sin dejar de hacer lo otro". La forma hebrea de pensar es, por decirlo de alguna manera, poliédrica. Considera que la realidad tienen diferentes caras y las mismas no son excluyentes ni contrarias entre sí, sino más bien complementarias. Desde esta forma de acercarse a la realidad podríamos afirmar que el ser humano es 100% libre y, al mismo tiempo, está 100% predestinado. Si trato de acercarme a esa realidad con una mentalidad griega se produce en mí un cortocircuito. La misma, a diferencia de la hebrea, no está diseñado para pensar en términos inclusivos. 

Todo esto para afirmar que si bien es cierto que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo no debemos olvidar que también somos siervos y Él es el Señor de nuestras vidas. Entiendo que sea complicado pero necesitamos aprender a vivir con esa visión poliédrica de nuestra relación personal con el Señor. Somos ambas cosas y una no puede excluir la otra. Cada una de esas facetas demanda de mí un tipo de relación que es complementaria con la otra. Construiré una versión equivocada de mí mismo y de Dios si me centro exclusivamente en mi faceta de hijo o en faceta de siervo. Tengo que aprender a vivir con ambas y entender lo que cada uno de ellas demanda de mí. La parábola del padre que ama y perdona se centró en el aspecto filial de mi identidad. La que Jesús narró en este texto se centra en mi rol como siervo del Señor del universo. 

No puedo ni debo olvidar que Dios no está en deuda conmigo ¡En absoluto! Para los oyentes de Jesús la parábola, como tantas otras, debió de resultar escandalosa. El judaísmo basaba la relación con el Señor en las obras. Era como una especie de cuenta de "debe y haber". Al ir acumulando buenas obras, de una manera consciente o inconsciente, la persona consideraba que ganaba méritos ante Dios y éste, de alguna manera, estaba obligado con ella ¿No hay cierta semejanza con la teología de la prosperidad tan en boga en muchas de nuestras iglesias? Dios, por medio de Jesús, nos ha dado todo y lo mejor y, consecuentemente, espera de nosotros lo mismos, todo y lo mejor. Cuando nos involucramos activamente en la construcción del Reino de Dios y en vivir como agentes de restauración en un mundo roto, no estamos haciéndole un favor al Señor ni deberíamos esperar ninguna recompensa excepcional por ello. Simplemente estamos cumpliendo con aquello que es nuestro deber. Estamos pagando nuestra deuda de amor.


¿Cómo combinas en tu vida estas dos facetas de tu relación con Dios? ¿Qué evidencias hay de tu rol como hijo? ¿Y de tu rol como siervo? ¿Cómo puede verse perjudicada tu vida si omites una u otra?






Si alguno de vosotros, tiene un criado que está arando la tierra o cuidando el ganado, ¿acaso le dice cuando regresa del campo: “Ven acá, siéntate ahora mismo a cenar”? ¿No le dirá, más bien: “Prepárame la cena y encárgate de servirme mientras como y bebo, y después podrás comer tú”?  Y tampoco tiene por qué darle las gracias al criado por haber hecho lo que se le había ordenado.  Pues así, también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. (Lucas 17:7-10)


Somos siervos. Eso afirma Jesús y no deberíamos olvidarlo. Nuestra tendencia habitual es a pensar en términos opuestos y excluyentes, es decir, o esto o lo otro. Lo hemos heredado de la forma griega de pensar. Veamos algunos ejemplos: Si el hombre es libre no puede estar al mismo tiempo predestinado y viceversa. Si Jesús es hombre no puede ser Dios al mismo tiempo. La forma hebrea de pensar es inclusiva, es decir, esto y lo otro. Jesús mismo lo remarcó cuando afirmó: "esto es necesario hacer sin dejar de hacer lo otro". La forma hebrea de pensar es, por decirlo de alguna manera, poliédrica. Considera que la realidad tienen diferentes caras y las mismas no son excluyentes ni contrarias entre sí, sino más bien complementarias. Desde esta forma de acercarse a la realidad podríamos afirmar que el ser humano es 100% libre y, al mismo tiempo, está 100% predestinado. Si trato de acercarme a esa realidad con una mentalidad griega se produce en mí un cortocircuito. La misma, a diferencia de la hebrea, no está diseñado para pensar en términos inclusivos. 

Todo esto para afirmar que si bien es cierto que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo no debemos olvidar que también somos siervos y Él es el Señor de nuestras vidas. Entiendo que sea complicado pero necesitamos aprender a vivir con esa visión poliédrica de nuestra relación personal con el Señor. Somos ambas cosas y una no puede excluir la otra. Cada una de esas facetas demanda de mí un tipo de relación que es complementaria con la otra. Construiré una versión equivocada de mí mismo y de Dios si me centro exclusivamente en mi faceta de hijo o en faceta de siervo. Tengo que aprender a vivir con ambas y entender lo que cada uno de ellas demanda de mí. La parábola del padre que ama y perdona se centró en el aspecto filial de mi identidad. La que Jesús narró en este texto se centra en mi rol como siervo del Señor del universo. 

No puedo ni debo olvidar que Dios no está en deuda conmigo ¡En absoluto! Para los oyentes de Jesús la parábola, como tantas otras, debió de resultar escandalosa. El judaísmo basaba la relación con el Señor en las obras. Era como una especie de cuenta de "debe y haber". Al ir acumulando buenas obras, de una manera consciente o inconsciente, la persona consideraba que ganaba méritos ante Dios y éste, de alguna manera, estaba obligado con ella ¿No hay cierta semejanza con la teología de la prosperidad tan en boga en muchas de nuestras iglesias? Dios, por medio de Jesús, nos ha dado todo y lo mejor y, consecuentemente, espera de nosotros lo mismos, todo y lo mejor. Cuando nos involucramos activamente en la construcción del Reino de Dios y en vivir como agentes de restauración en un mundo roto, no estamos haciéndole un favor al Señor ni deberíamos esperar ninguna recompensa excepcional por ello. Simplemente estamos cumpliendo con aquello que es nuestro deber. Estamos pagando nuestra deuda de amor.


¿Cómo combinas en tu vida estas dos facetas de tu relación con Dios? ¿Qué evidencias hay de tu rol como hijo? ¿Y de tu rol como siervo? ¿Cómo puede verse perjudicada tu vida si omites una u otra?