Pero el maestro de la ley, para justificar su pregunta, insistió:
— ¿Y quién es mi prójimo? Jesús le dijo:
— Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos ladrones, que le robaron cuanto llevaba, lo hirieron gravemente y se fueron, dejándolo medio muerto.  Casualmente bajaba por aquel mismo camino un sacerdote que vio al herido, pero pasó de largo.  Y del mismo modo, un levita, al llegar a aquel lugar, vio al herido, pero también pasó de largo.  Finalmente, un samaritano que iba de camino llegó junto al herido y, al verlo, se sintió conmovido.  Se acercó a él, le vendó las heridas poniendo aceite y vino sobre ellas, lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a una posada próxima y cuidó de él.  Al día siguiente, antes de reanudar el viaje, el samaritano dio dos denarios al posadero y le dijo: “Cuida bien a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi vuelta”.  Pues bien, ¿cuál de estos tres hombres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de ladrones?
El maestro de la ley contestó:
— El que tuvo compasión de él.
Y Jesús le replicó:
— Pues vete y haz tú lo mismo.

Jesús fue un genio construyendo y explicando historias. Narraciones que podían generar imágenes mentales de un gran poder, tremendamente potentes. Todos los diferentes personajes que aparecen en esta historia y sus respectivas respuestas ante la situación planteada están cargadas de significado.
La ruta entre Jerusalén y Jericó era muy peligrosa y propicia para que se produjeran asaltos y robos. Era una temeridad el viajar solo en semejante trayecto. Como todavía pasa hoy en muchos lugares del mundo, los viajeros acostumbraban a moverse en grupos lo suficientemente numerosos para tener un efecto de disuasión sobre los potenciales delincuentes. Nuestro viajero estaba tentando a la suerte y se encontró con un grupo de forajidos que, como indica la historia, lo dejaron malherido después de haberle robado todo lo que tenía.
Toda esta historia se genera alrededor de la pregunta de un maestro de la ley acerca de quién es nuestro prójimo. La historia del Maestro que pretende articular una respuesta sigue siendo válida para ayudarnos a nosotros, sus seguidores, a saber cómo actuar en un mundo tan lleno de necesidades. Varias enseñanzas prácticas se desprenden:
Primera, nuestro prójimo es todo aquel que está en una situación de necesidad, tanto si se la ha buscado -caso del viajero solitario- como si ha sido totalmente ajeno a las causas. Si está necesitado es mi prójimo y, por tanto, estoy en deuda de amor con él.
Segunda, nuestro prójimo y sus necesidades están por delante de nuestros "deberes religiosos". El Señor en el Antiguo Testamento ya mencionó que prefería la misericordia -algo que siempre va dirigido hacia el otro- que los sacrificios. Jesús, nuestro Maestro, ratificó con sus palabras y vida este mismo principio.
Tercera, la compasión auténtica nunca es un sentimiento. Puede originarse en él pero siempre lleva a la acción. No es compasivo el ser humano que siente lástima, pena, conmiseración por el necesitado; ni siquiera aquel que llora intensamente por el mismo. Lo es el que traslada esos sentimientos a la acción y, consecuentemente, actúa y hace algo al respecto.
Cuarta, en numerosas ocasiones se encuentra más manifestación de la fe cristiana en personas que no identifican como seguidoras de Jesús que en aquellos que lo hacen. Hay centenares de miles de personas que no conocen a Dios pero viven su enseñanza de la compasión hacia el prójimo y están involucrados en todo tipo de acciones encaminadas a suplir su estado de necesidad. Mientras tanto, muchos cristianos, los critican desde su total pasividad y aparente superioridad moral.

¿Quién es tu prójimo? ¿Cuál es tu grado de compasión?


Pero el maestro de la ley, para justificar su pregunta, insistió:
— ¿Y quién es mi prójimo? Jesús le dijo:
— Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos ladrones, que le robaron cuanto llevaba, lo hirieron gravemente y se fueron, dejándolo medio muerto.  Casualmente bajaba por aquel mismo camino un sacerdote que vio al herido, pero pasó de largo.  Y del mismo modo, un levita, al llegar a aquel lugar, vio al herido, pero también pasó de largo.  Finalmente, un samaritano que iba de camino llegó junto al herido y, al verlo, se sintió conmovido.  Se acercó a él, le vendó las heridas poniendo aceite y vino sobre ellas, lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a una posada próxima y cuidó de él.  Al día siguiente, antes de reanudar el viaje, el samaritano dio dos denarios al posadero y le dijo: “Cuida bien a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi vuelta”.  Pues bien, ¿cuál de estos tres hombres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de ladrones?
El maestro de la ley contestó:
— El que tuvo compasión de él.
Y Jesús le replicó:
— Pues vete y haz tú lo mismo.

Jesús fue un genio construyendo y explicando historias. Narraciones que podían generar imágenes mentales de un gran poder, tremendamente potentes. Todos los diferentes personajes que aparecen en esta historia y sus respectivas respuestas ante la situación planteada están cargadas de significado.
La ruta entre Jerusalén y Jericó era muy peligrosa y propicia para que se produjeran asaltos y robos. Era una temeridad el viajar solo en semejante trayecto. Como todavía pasa hoy en muchos lugares del mundo, los viajeros acostumbraban a moverse en grupos lo suficientemente numerosos para tener un efecto de disuasión sobre los potenciales delincuentes. Nuestro viajero estaba tentando a la suerte y se encontró con un grupo de forajidos que, como indica la historia, lo dejaron malherido después de haberle robado todo lo que tenía.
Toda esta historia se genera alrededor de la pregunta de un maestro de la ley acerca de quién es nuestro prójimo. La historia del Maestro que pretende articular una respuesta sigue siendo válida para ayudarnos a nosotros, sus seguidores, a saber cómo actuar en un mundo tan lleno de necesidades. Varias enseñanzas prácticas se desprenden:
Primera, nuestro prójimo es todo aquel que está en una situación de necesidad, tanto si se la ha buscado -caso del viajero solitario- como si ha sido totalmente ajeno a las causas. Si está necesitado es mi prójimo y, por tanto, estoy en deuda de amor con él.
Segunda, nuestro prójimo y sus necesidades están por delante de nuestros "deberes religiosos". El Señor en el Antiguo Testamento ya mencionó que prefería la misericordia -algo que siempre va dirigido hacia el otro- que los sacrificios. Jesús, nuestro Maestro, ratificó con sus palabras y vida este mismo principio.
Tercera, la compasión auténtica nunca es un sentimiento. Puede originarse en él pero siempre lleva a la acción. No es compasivo el ser humano que siente lástima, pena, conmiseración por el necesitado; ni siquiera aquel que llora intensamente por el mismo. Lo es el que traslada esos sentimientos a la acción y, consecuentemente, actúa y hace algo al respecto.
Cuarta, en numerosas ocasiones se encuentra más manifestación de la fe cristiana en personas que no identifican como seguidoras de Jesús que en aquellos que lo hacen. Hay centenares de miles de personas que no conocen a Dios pero viven su enseñanza de la compasión hacia el prójimo y están involucrados en todo tipo de acciones encaminadas a suplir su estado de necesidad. Mientras tanto, muchos cristianos, los critican desde su total pasividad y aparente superioridad moral.

¿Quién es tu prójimo? ¿Cuál es tu grado de compasión?


Pero el maestro de la ley, para justificar su pregunta, insistió:
— ¿Y quién es mi prójimo? Jesús le dijo:
— Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos ladrones, que le robaron cuanto llevaba, lo hirieron gravemente y se fueron, dejándolo medio muerto.  Casualmente bajaba por aquel mismo camino un sacerdote que vio al herido, pero pasó de largo.  Y del mismo modo, un levita, al llegar a aquel lugar, vio al herido, pero también pasó de largo.  Finalmente, un samaritano que iba de camino llegó junto al herido y, al verlo, se sintió conmovido.  Se acercó a él, le vendó las heridas poniendo aceite y vino sobre ellas, lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a una posada próxima y cuidó de él.  Al día siguiente, antes de reanudar el viaje, el samaritano dio dos denarios al posadero y le dijo: “Cuida bien a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi vuelta”.  Pues bien, ¿cuál de estos tres hombres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de ladrones?
El maestro de la ley contestó:
— El que tuvo compasión de él.
Y Jesús le replicó:
— Pues vete y haz tú lo mismo.

Jesús fue un genio construyendo y explicando historias. Narraciones que podían generar imágenes mentales de un gran poder, tremendamente potentes. Todos los diferentes personajes que aparecen en esta historia y sus respectivas respuestas ante la situación planteada están cargadas de significado.
La ruta entre Jerusalén y Jericó era muy peligrosa y propicia para que se produjeran asaltos y robos. Era una temeridad el viajar solo en semejante trayecto. Como todavía pasa hoy en muchos lugares del mundo, los viajeros acostumbraban a moverse en grupos lo suficientemente numerosos para tener un efecto de disuasión sobre los potenciales delincuentes. Nuestro viajero estaba tentando a la suerte y se encontró con un grupo de forajidos que, como indica la historia, lo dejaron malherido después de haberle robado todo lo que tenía.
Toda esta historia se genera alrededor de la pregunta de un maestro de la ley acerca de quién es nuestro prójimo. La historia del Maestro que pretende articular una respuesta sigue siendo válida para ayudarnos a nosotros, sus seguidores, a saber cómo actuar en un mundo tan lleno de necesidades. Varias enseñanzas prácticas se desprenden:
Primera, nuestro prójimo es todo aquel que está en una situación de necesidad, tanto si se la ha buscado -caso del viajero solitario- como si ha sido totalmente ajeno a las causas. Si está necesitado es mi prójimo y, por tanto, estoy en deuda de amor con él.
Segunda, nuestro prójimo y sus necesidades están por delante de nuestros "deberes religiosos". El Señor en el Antiguo Testamento ya mencionó que prefería la misericordia -algo que siempre va dirigido hacia el otro- que los sacrificios. Jesús, nuestro Maestro, ratificó con sus palabras y vida este mismo principio.
Tercera, la compasión auténtica nunca es un sentimiento. Puede originarse en él pero siempre lleva a la acción. No es compasivo el ser humano que siente lástima, pena, conmiseración por el necesitado; ni siquiera aquel que llora intensamente por el mismo. Lo es el que traslada esos sentimientos a la acción y, consecuentemente, actúa y hace algo al respecto.
Cuarta, en numerosas ocasiones se encuentra más manifestación de la fe cristiana en personas que no identifican como seguidoras de Jesús que en aquellos que lo hacen. Hay centenares de miles de personas que no conocen a Dios pero viven su enseñanza de la compasión hacia el prójimo y están involucrados en todo tipo de acciones encaminadas a suplir su estado de necesidad. Mientras tanto, muchos cristianos, los critican desde su total pasividad y aparente superioridad moral.

¿Quién es tu prójimo? ¿Cuál es tu grado de compasión?