Dios le dijo: no te acerques; quítate las sandalias porque estás pisando un lugar sagrado. (Éxodo 3:5)


Como podemos ver la necesidad del ser humano de tener lugares sagrados viene de lejos. Los encuentros de Abraham y Jacob con el Señor marcaron aquellos lugares donde tuvieron lugar como especiales. Ahora, vemos que el monte Sinaí u Horeb, entra en juego y la presencia de Dios quedará identificada con esa montaña. Más adelante será el tabernáculo y posteriormente el templo de Jerusalén. Un Dios omnisciente, omnipresente y omnipotente se escapa de nuestras débiles mentes; no es más fácil reducirlo a un lugar.

La venida de Jesús cambia las cosas de forma totalmente radical. En primer lugar, porque la divinidad toma la iniciativa de acercarse a nosotros, hacerse como uno de nosotros, vivir nuestra propia experiencia e identificarse con ella. En segundo lugar, porque después de su partida la divinidad toma la decisión de vivir en nosotros de forma mística por medio de su Espíritu Santo y, consecuentemente, nos declara terreno sagrado, templos suyos. El salto es cuántico. Ya no existen más lugares sagrados. Sólo existen personas sagradas, nosotros, y si tomamos conciencia de esta realidad -que entiendo se escapa a nuestras mentes- debería alterar cómo vivimos, pensamos, actuamos, nos relacionamos, etc., etc. Porque todo, absolutamente todo, se lleva a cabo en sagrado, nuestros cuerpos, nuestras vidas.

Pero, como decía anteriormente, esa idea es demasiado revolucionaria. Incluso veinte siglos después de que fuera proclamada por Jesús, nosotros seguimos con esa tendencia tan humana de identificar lo sagrado con lugares, edificios, actividades, ritos y cosas similares. No puedo evitar una mueca de sorpresa y rechazo cada vez que alguien, para referirse al lugar donde los cristianos nos reunimos, indica que estamos en la casa del Señor. Parecemos que nos resulta más fácil identificar a Dios con un lugar que con nuestra vida.


¿Cómo vives tú esa realidad?



Dios le dijo: no te acerques; quítate las sandalias porque estás pisando un lugar sagrado. (Éxodo 3:5)


Como podemos ver la necesidad del ser humano de tener lugares sagrados viene de lejos. Los encuentros de Abraham y Jacob con el Señor marcaron aquellos lugares donde tuvieron lugar como especiales. Ahora, vemos que el monte Sinaí u Horeb, entra en juego y la presencia de Dios quedará identificada con esa montaña. Más adelante será el tabernáculo y posteriormente el templo de Jerusalén. Un Dios omnisciente, omnipresente y omnipotente se escapa de nuestras débiles mentes; no es más fácil reducirlo a un lugar.

La venida de Jesús cambia las cosas de forma totalmente radical. En primer lugar, porque la divinidad toma la iniciativa de acercarse a nosotros, hacerse como uno de nosotros, vivir nuestra propia experiencia e identificarse con ella. En segundo lugar, porque después de su partida la divinidad toma la decisión de vivir en nosotros de forma mística por medio de su Espíritu Santo y, consecuentemente, nos declara terreno sagrado, templos suyos. El salto es cuántico. Ya no existen más lugares sagrados. Sólo existen personas sagradas, nosotros, y si tomamos conciencia de esta realidad -que entiendo se escapa a nuestras mentes- debería alterar cómo vivimos, pensamos, actuamos, nos relacionamos, etc., etc. Porque todo, absolutamente todo, se lleva a cabo en sagrado, nuestros cuerpos, nuestras vidas.

Pero, como decía anteriormente, esa idea es demasiado revolucionaria. Incluso veinte siglos después de que fuera proclamada por Jesús, nosotros seguimos con esa tendencia tan humana de identificar lo sagrado con lugares, edificios, actividades, ritos y cosas similares. No puedo evitar una mueca de sorpresa y rechazo cada vez que alguien, para referirse al lugar donde los cristianos nos reunimos, indica que estamos en la casa del Señor. Parecemos que nos resulta más fácil identificar a Dios con un lugar que con nuestra vida.


¿Cómo vives tú esa realidad?



Dios le dijo: no te acerques; quítate las sandalias porque estás pisando un lugar sagrado. (Éxodo 3:5)


Como podemos ver la necesidad del ser humano de tener lugares sagrados viene de lejos. Los encuentros de Abraham y Jacob con el Señor marcaron aquellos lugares donde tuvieron lugar como especiales. Ahora, vemos que el monte Sinaí u Horeb, entra en juego y la presencia de Dios quedará identificada con esa montaña. Más adelante será el tabernáculo y posteriormente el templo de Jerusalén. Un Dios omnisciente, omnipresente y omnipotente se escapa de nuestras débiles mentes; no es más fácil reducirlo a un lugar.

La venida de Jesús cambia las cosas de forma totalmente radical. En primer lugar, porque la divinidad toma la iniciativa de acercarse a nosotros, hacerse como uno de nosotros, vivir nuestra propia experiencia e identificarse con ella. En segundo lugar, porque después de su partida la divinidad toma la decisión de vivir en nosotros de forma mística por medio de su Espíritu Santo y, consecuentemente, nos declara terreno sagrado, templos suyos. El salto es cuántico. Ya no existen más lugares sagrados. Sólo existen personas sagradas, nosotros, y si tomamos conciencia de esta realidad -que entiendo se escapa a nuestras mentes- debería alterar cómo vivimos, pensamos, actuamos, nos relacionamos, etc., etc. Porque todo, absolutamente todo, se lleva a cabo en sagrado, nuestros cuerpos, nuestras vidas.

Pero, como decía anteriormente, esa idea es demasiado revolucionaria. Incluso veinte siglos después de que fuera proclamada por Jesús, nosotros seguimos con esa tendencia tan humana de identificar lo sagrado con lugares, edificios, actividades, ritos y cosas similares. No puedo evitar una mueca de sorpresa y rechazo cada vez que alguien, para referirse al lugar donde los cristianos nos reunimos, indica que estamos en la casa del Señor. Parecemos que nos resulta más fácil identificar a Dios con un lugar que con nuestra vida.


¿Cómo vives tú esa realidad?