Lo estrechó entre sus brazos y lo besó. (Lucas 15:20)


Si uno tiene un hijo conflictivo y rebelde que no obedece a sus padres, y ni aun castigándolo hacen carrera de él, su padre y su madre lo llevarán a la puerta de la ciudad, lo presentarán ante los ancianos les dirán: “Este hijo nuestro es conflictivo y rebelde, no nos obedece, es pendenciero y borracho”.  Entonces todos los hombres de la ciudad lo lapidarán hasta que muera. Así extirparás el mal de en medio de ti y todo Israel, al enterarse, sentirá temor. (Deuteronomio 21:18-21) Así de contundente era la ley de Moisés en relación a los hijos perdidos. 

De nuevo necesitamos ganar perspectiva cultural. Dicen los estudiosos de la cultura del Próximo Oriente que aquel hijo entraba dentro de la categoría descrita por Deuteronomio. El padre era totalmente consciente que su hijo estaba en peligro por la deshonra que había traído a su familia y, por extensión, a todo su pueblo. Cualquier lugareño podía dar el grito de alarma y llamar la atención de la población para que salieran a hacer justicia y apedrear al conflictivo que había osado volver. 

Sólo una cosa podía salvarlo, el abrazo del padre. Era un signo de perdón por las ofensas cometidas. Entonces, nadie tenía ya derecho a castigar al hijo. No es de extrañar que el padre corriera y no lo importara su dignidad con tal de salvar al hijo. Es comprensible que no tuviera en cuenta los comentarios e incluso juicios que se pudieran derivar de su actuación. Había que evitar que la justicia llegara antes que la gracia. Lo que el hijo merecía era justicia, lo que el padre ofrecía era gracia. Así, ni más ni menos es tu Dios; cuando te mereces justicia te alcanza su gracia.


¿Qué debemos hacer ante tanta gracia?



Lo estrechó entre sus brazos y lo besó. (Lucas 15:20)


Si uno tiene un hijo conflictivo y rebelde que no obedece a sus padres, y ni aun castigándolo hacen carrera de él, su padre y su madre lo llevarán a la puerta de la ciudad, lo presentarán ante los ancianos les dirán: “Este hijo nuestro es conflictivo y rebelde, no nos obedece, es pendenciero y borracho”.  Entonces todos los hombres de la ciudad lo lapidarán hasta que muera. Así extirparás el mal de en medio de ti y todo Israel, al enterarse, sentirá temor. (Deuteronomio 21:18-21) Así de contundente era la ley de Moisés en relación a los hijos perdidos. 

De nuevo necesitamos ganar perspectiva cultural. Dicen los estudiosos de la cultura del Próximo Oriente que aquel hijo entraba dentro de la categoría descrita por Deuteronomio. El padre era totalmente consciente que su hijo estaba en peligro por la deshonra que había traído a su familia y, por extensión, a todo su pueblo. Cualquier lugareño podía dar el grito de alarma y llamar la atención de la población para que salieran a hacer justicia y apedrear al conflictivo que había osado volver. 

Sólo una cosa podía salvarlo, el abrazo del padre. Era un signo de perdón por las ofensas cometidas. Entonces, nadie tenía ya derecho a castigar al hijo. No es de extrañar que el padre corriera y no lo importara su dignidad con tal de salvar al hijo. Es comprensible que no tuviera en cuenta los comentarios e incluso juicios que se pudieran derivar de su actuación. Había que evitar que la justicia llegara antes que la gracia. Lo que el hijo merecía era justicia, lo que el padre ofrecía era gracia. Así, ni más ni menos es tu Dios; cuando te mereces justicia te alcanza su gracia.


¿Qué debemos hacer ante tanta gracia?



Lo estrechó entre sus brazos y lo besó. (Lucas 15:20)


Si uno tiene un hijo conflictivo y rebelde que no obedece a sus padres, y ni aun castigándolo hacen carrera de él, su padre y su madre lo llevarán a la puerta de la ciudad, lo presentarán ante los ancianos les dirán: “Este hijo nuestro es conflictivo y rebelde, no nos obedece, es pendenciero y borracho”.  Entonces todos los hombres de la ciudad lo lapidarán hasta que muera. Así extirparás el mal de en medio de ti y todo Israel, al enterarse, sentirá temor. (Deuteronomio 21:18-21) Así de contundente era la ley de Moisés en relación a los hijos perdidos. 

De nuevo necesitamos ganar perspectiva cultural. Dicen los estudiosos de la cultura del Próximo Oriente que aquel hijo entraba dentro de la categoría descrita por Deuteronomio. El padre era totalmente consciente que su hijo estaba en peligro por la deshonra que había traído a su familia y, por extensión, a todo su pueblo. Cualquier lugareño podía dar el grito de alarma y llamar la atención de la población para que salieran a hacer justicia y apedrear al conflictivo que había osado volver. 

Sólo una cosa podía salvarlo, el abrazo del padre. Era un signo de perdón por las ofensas cometidas. Entonces, nadie tenía ya derecho a castigar al hijo. No es de extrañar que el padre corriera y no lo importara su dignidad con tal de salvar al hijo. Es comprensible que no tuviera en cuenta los comentarios e incluso juicios que se pudieran derivar de su actuación. Había que evitar que la justicia llegara antes que la gracia. Lo que el hijo merecía era justicia, lo que el padre ofrecía era gracia. Así, ni más ni menos es tu Dios; cuando te mereces justicia te alcanza su gracia.


¿Qué debemos hacer ante tanta gracia?