Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad. (Jeremías 31:3)


Sé que el título de esta entrada es largo, pero es importante. Recientes investigaciones afirman que las personas siempre estamos buscando sentirnos dignos, validados como personas, valiosos como seres humanos. A efectos de simplificar diremos que habitualmente hay tres grandes cosas en las que buscamos satisfacer esa necesidad tan vital para todo ser humanos: el control, la protección y el agradar a los demás.

El control significa que somos valiosos si conseguimos cosas, objetivos, posesiones, metas, proyectos, etc. Esos logros nos validan como personas, nos hacen sentir que somos valiosos y dignos; por tanto, los perseguimos de forma consciente o inconsciente, lo hacemos porque de ello depende nuestra identidad.

La protección significa que conseguimos ese valor y validad por medio de impedir a toda costa que los demás nos puedan dañar. Mantenemos una distancia, somos arrogantes y críticos, nos sentimos por encima de los demás, bien sea a nivel emocional, intelectual o espiritual, damos gracias a Dios por no ser como los demás.

El agradar a los demás significa que la validación, la dignidad y el valor como personas dependerá de que los otros nos amen, nos acepten, nos incluyan en sus círculos, nos hagan sentir parte.  En cualquiera de los tres casos haremos -vuelvo a insistir de forma consciente o no- todo lo necesario para obtener contra, protección o aceptación porque nuestra identidad y valor como seres humanos depende de ello.

Afirman las investigaciones que el 80% de las personas nos movemos desde esos tres supuestos que, por otra parte, no son saludables. Nuestra fuente de dignidad, validación y valor como personas no puede ni debe depender de los tres antes citados; debe hacerlo del hecho incuestionable del amor eterno e incondicional del Señor. Eso nos hace valiosos, dignos y nos valida como personas; consecuentemente no precisamos las otras valores que son totalmente disfuncionales. Ahora bien, triste y lamentablemente muchos seguidores de Jesús, aunque creen eso a pies puntillas, no lo experimentan en su vida cotidiana y siguen persiguiendo validaciones disfuncionales.


¿Cuál es tu caso?


Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad. (Jeremías 31:3)


Sé que el título de esta entrada es largo, pero es importante. Recientes investigaciones afirman que las personas siempre estamos buscando sentirnos dignos, validados como personas, valiosos como seres humanos. A efectos de simplificar diremos que habitualmente hay tres grandes cosas en las que buscamos satisfacer esa necesidad tan vital para todo ser humanos: el control, la protección y el agradar a los demás.

El control significa que somos valiosos si conseguimos cosas, objetivos, posesiones, metas, proyectos, etc. Esos logros nos validan como personas, nos hacen sentir que somos valiosos y dignos; por tanto, los perseguimos de forma consciente o inconsciente, lo hacemos porque de ello depende nuestra identidad.

La protección significa que conseguimos ese valor y validad por medio de impedir a toda costa que los demás nos puedan dañar. Mantenemos una distancia, somos arrogantes y críticos, nos sentimos por encima de los demás, bien sea a nivel emocional, intelectual o espiritual, damos gracias a Dios por no ser como los demás.

El agradar a los demás significa que la validación, la dignidad y el valor como personas dependerá de que los otros nos amen, nos acepten, nos incluyan en sus círculos, nos hagan sentir parte.  En cualquiera de los tres casos haremos -vuelvo a insistir de forma consciente o no- todo lo necesario para obtener contra, protección o aceptación porque nuestra identidad y valor como seres humanos depende de ello.

Afirman las investigaciones que el 80% de las personas nos movemos desde esos tres supuestos que, por otra parte, no son saludables. Nuestra fuente de dignidad, validación y valor como personas no puede ni debe depender de los tres antes citados; debe hacerlo del hecho incuestionable del amor eterno e incondicional del Señor. Eso nos hace valiosos, dignos y nos valida como personas; consecuentemente no precisamos las otras valores que son totalmente disfuncionales. Ahora bien, triste y lamentablemente muchos seguidores de Jesús, aunque creen eso a pies puntillas, no lo experimentan en su vida cotidiana y siguen persiguiendo validaciones disfuncionales.


¿Cuál es tu caso?


Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad. (Jeremías 31:3)


Sé que el título de esta entrada es largo, pero es importante. Recientes investigaciones afirman que las personas siempre estamos buscando sentirnos dignos, validados como personas, valiosos como seres humanos. A efectos de simplificar diremos que habitualmente hay tres grandes cosas en las que buscamos satisfacer esa necesidad tan vital para todo ser humanos: el control, la protección y el agradar a los demás.

El control significa que somos valiosos si conseguimos cosas, objetivos, posesiones, metas, proyectos, etc. Esos logros nos validan como personas, nos hacen sentir que somos valiosos y dignos; por tanto, los perseguimos de forma consciente o inconsciente, lo hacemos porque de ello depende nuestra identidad.

La protección significa que conseguimos ese valor y validad por medio de impedir a toda costa que los demás nos puedan dañar. Mantenemos una distancia, somos arrogantes y críticos, nos sentimos por encima de los demás, bien sea a nivel emocional, intelectual o espiritual, damos gracias a Dios por no ser como los demás.

El agradar a los demás significa que la validación, la dignidad y el valor como personas dependerá de que los otros nos amen, nos acepten, nos incluyan en sus círculos, nos hagan sentir parte.  En cualquiera de los tres casos haremos -vuelvo a insistir de forma consciente o no- todo lo necesario para obtener contra, protección o aceptación porque nuestra identidad y valor como seres humanos depende de ello.

Afirman las investigaciones que el 80% de las personas nos movemos desde esos tres supuestos que, por otra parte, no son saludables. Nuestra fuente de dignidad, validación y valor como personas no puede ni debe depender de los tres antes citados; debe hacerlo del hecho incuestionable del amor eterno e incondicional del Señor. Eso nos hace valiosos, dignos y nos valida como personas; consecuentemente no precisamos las otras valores que son totalmente disfuncionales. Ahora bien, triste y lamentablemente muchos seguidores de Jesús, aunque creen eso a pies puntillas, no lo experimentan en su vida cotidiana y siguen persiguiendo validaciones disfuncionales.


¿Cuál es tu caso?