Levántate, toma al niño y a su madre, huye con ellos a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. (Mateo 2:13)


Estoy recordando el adviento leyendo el evangelio de Mateo. Veo que Dios decide entrar en la historia humana y lo hace por la puerta trasera. Leo el relato del capítulo 2 y la única palabra que encuentro para describir esta irrupción de Dios en nuestro mundo es vulnerabilidad. Alguien vulnerable es frágil y puede ser fácilmente dañado. Dios aparece en el mundo y se pone en manos de dos adolescentes, que dudo tuvieran un entendimiento claro de lo que pasaba, y que debían proteger a ese ser vulnerable que estaba destinado a ser el salvador del mundo. Jesús nace en la precariedad más absoluta; en condiciones penosas de salubridad e higiene. Poco después de su nacimiento corre la noticia de que es buscado para ser asesinado. Sus padres tienen que huir precipitadamente con él en medio de la noche para salvar su vida. Toda la familia conoce el exilio, el vivir desarraigado en una cultura extraña y, como a menudo han sido todas las culturas, probablemente hostil. Pasan años antes de que puedan volver a su patria y, cuando lo hacen, tienen que continuar tomando precauciones. La vida del niño no está a salvo todavía. 

El creador y sustentador de todo el universo, ese universo que aún resta por ser explorado, decide bajar a nuestra realidad y ponerse en nuestras manos. Se hace vulnerable -con la posibilidad de ser herido- por nosotros, para nosotros, para identificarse con nuestra realidad, para entendernos mejor. Jesús es el Dios de los vulnerables física, mental, intelectual, emocional y espiritualmente. Los puede entender porque ha vivido y experimentado la vulnerabilidad. ¡Qué alivio poder ser genuinos, reales, auténticos con ÉL! ¡Qué alivio no tener que esconder nuestra vulnerabilidad y fragilidad como seres humanos! ¡Por fin alguien nos entiende!


¿Por qué es importante para nuestra fe que Dios conozca la vulnerabilidad?



Levántate, toma al niño y a su madre, huye con ellos a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. (Mateo 2:13)


Estoy recordando el adviento leyendo el evangelio de Mateo. Veo que Dios decide entrar en la historia humana y lo hace por la puerta trasera. Leo el relato del capítulo 2 y la única palabra que encuentro para describir esta irrupción de Dios en nuestro mundo es vulnerabilidad. Alguien vulnerable es frágil y puede ser fácilmente dañado. Dios aparece en el mundo y se pone en manos de dos adolescentes, que dudo tuvieran un entendimiento claro de lo que pasaba, y que debían proteger a ese ser vulnerable que estaba destinado a ser el salvador del mundo. Jesús nace en la precariedad más absoluta; en condiciones penosas de salubridad e higiene. Poco después de su nacimiento corre la noticia de que es buscado para ser asesinado. Sus padres tienen que huir precipitadamente con él en medio de la noche para salvar su vida. Toda la familia conoce el exilio, el vivir desarraigado en una cultura extraña y, como a menudo han sido todas las culturas, probablemente hostil. Pasan años antes de que puedan volver a su patria y, cuando lo hacen, tienen que continuar tomando precauciones. La vida del niño no está a salvo todavía. 

El creador y sustentador de todo el universo, ese universo que aún resta por ser explorado, decide bajar a nuestra realidad y ponerse en nuestras manos. Se hace vulnerable -con la posibilidad de ser herido- por nosotros, para nosotros, para identificarse con nuestra realidad, para entendernos mejor. Jesús es el Dios de los vulnerables física, mental, intelectual, emocional y espiritualmente. Los puede entender porque ha vivido y experimentado la vulnerabilidad. ¡Qué alivio poder ser genuinos, reales, auténticos con ÉL! ¡Qué alivio no tener que esconder nuestra vulnerabilidad y fragilidad como seres humanos! ¡Por fin alguien nos entiende!


¿Por qué es importante para nuestra fe que Dios conozca la vulnerabilidad?



Levántate, toma al niño y a su madre, huye con ellos a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. (Mateo 2:13)


Estoy recordando el adviento leyendo el evangelio de Mateo. Veo que Dios decide entrar en la historia humana y lo hace por la puerta trasera. Leo el relato del capítulo 2 y la única palabra que encuentro para describir esta irrupción de Dios en nuestro mundo es vulnerabilidad. Alguien vulnerable es frágil y puede ser fácilmente dañado. Dios aparece en el mundo y se pone en manos de dos adolescentes, que dudo tuvieran un entendimiento claro de lo que pasaba, y que debían proteger a ese ser vulnerable que estaba destinado a ser el salvador del mundo. Jesús nace en la precariedad más absoluta; en condiciones penosas de salubridad e higiene. Poco después de su nacimiento corre la noticia de que es buscado para ser asesinado. Sus padres tienen que huir precipitadamente con él en medio de la noche para salvar su vida. Toda la familia conoce el exilio, el vivir desarraigado en una cultura extraña y, como a menudo han sido todas las culturas, probablemente hostil. Pasan años antes de que puedan volver a su patria y, cuando lo hacen, tienen que continuar tomando precauciones. La vida del niño no está a salvo todavía. 

El creador y sustentador de todo el universo, ese universo que aún resta por ser explorado, decide bajar a nuestra realidad y ponerse en nuestras manos. Se hace vulnerable -con la posibilidad de ser herido- por nosotros, para nosotros, para identificarse con nuestra realidad, para entendernos mejor. Jesús es el Dios de los vulnerables física, mental, intelectual, emocional y espiritualmente. Los puede entender porque ha vivido y experimentado la vulnerabilidad. ¡Qué alivio poder ser genuinos, reales, auténticos con ÉL! ¡Qué alivio no tener que esconder nuestra vulnerabilidad y fragilidad como seres humanos! ¡Por fin alguien nos entiende!


¿Por qué es importante para nuestra fe que Dios conozca la vulnerabilidad?