¿Dónde está? (Mateo 2:2)


Los hombres sabios procedentes del oriente iban en busca de Jesús. Al tratarse de un rey, el sentido común indicaba que debían ir a la capital del reino y, naturalmente, al centro del poder, el palacio real. Sin embargo, Él no se encontraba allí. El monarca tuvo que consultar con los sacerdotes y los doctores de la ley para tratar de ubicarlo. Sorprendentemente, estos tampoco habían oído acerca del nacimiento del tan esperado Mesías; no se encontraba entre ellos, ni en el templo, lugares donde habría sido lógico poderlo hallar. Finalmente, fueron hasta los márgenes de la sociedad, a una aldea pequeña y, probablemente, una casa humilde, y unos padres adolescentes que no entendían nada de lo que estaba pasando. Encontraron a Dios en la forma de una criatura vulnerable dependiente de dos padres inexpertos que, pobres, iban de sorpresa en sorpresa.

¿Dónde está hoy Jesús? ¿Dónde pueden encontrarlo aquellos que lo buscan? El sentido común indica que deberían ir a las iglesias, esos locales donde sus seguidores se reúnen. ¿Pero son sitios saludables para encontrar al Maestro? ¿Hay el amor, la fraternidad, el estilo de vida entre los parroquianos que demuestra la presencia de Jesús o, por el contrario, cualquier parecido con lo que el evangelio expresa es mera coincidencia? La estrategia de la encarnación no es que la gente vaya a un lugar a encontrar a Jesús, sino que éste toma la iniciativa y se acerca a nosotros -Emmanuel-; la estrategia consiste en que nosotros llevamos al Señor a todos y cada uno de los entornos en los que nos movemos y actuamos. Pero ¿Es posible encontrar al Maestro a través nuestro? ¿Es nuestra vida un indicador de su presencia en nosotros? Me pregunto si cada vez es más difícil encontrar a Jesús en esta sociedad, y si nosotros, sus seguidores, somos en buena parte culpables de ello.


¿Es posible encontrar a Jesús a través tuyo?





¿Dónde está? (Mateo 2:2)


Los hombres sabios procedentes del oriente iban en busca de Jesús. Al tratarse de un rey, el sentido común indicaba que debían ir a la capital del reino y, naturalmente, al centro del poder, el palacio real. Sin embargo, Él no se encontraba allí. El monarca tuvo que consultar con los sacerdotes y los doctores de la ley para tratar de ubicarlo. Sorprendentemente, estos tampoco habían oído acerca del nacimiento del tan esperado Mesías; no se encontraba entre ellos, ni en el templo, lugares donde habría sido lógico poderlo hallar. Finalmente, fueron hasta los márgenes de la sociedad, a una aldea pequeña y, probablemente, una casa humilde, y unos padres adolescentes que no entendían nada de lo que estaba pasando. Encontraron a Dios en la forma de una criatura vulnerable dependiente de dos padres inexpertos que, pobres, iban de sorpresa en sorpresa.

¿Dónde está hoy Jesús? ¿Dónde pueden encontrarlo aquellos que lo buscan? El sentido común indica que deberían ir a las iglesias, esos locales donde sus seguidores se reúnen. ¿Pero son sitios saludables para encontrar al Maestro? ¿Hay el amor, la fraternidad, el estilo de vida entre los parroquianos que demuestra la presencia de Jesús o, por el contrario, cualquier parecido con lo que el evangelio expresa es mera coincidencia? La estrategia de la encarnación no es que la gente vaya a un lugar a encontrar a Jesús, sino que éste toma la iniciativa y se acerca a nosotros -Emmanuel-; la estrategia consiste en que nosotros llevamos al Señor a todos y cada uno de los entornos en los que nos movemos y actuamos. Pero ¿Es posible encontrar al Maestro a través nuestro? ¿Es nuestra vida un indicador de su presencia en nosotros? Me pregunto si cada vez es más difícil encontrar a Jesús en esta sociedad, y si nosotros, sus seguidores, somos en buena parte culpables de ello.


¿Es posible encontrar a Jesús a través tuyo?





¿Dónde está? (Mateo 2:2)


Los hombres sabios procedentes del oriente iban en busca de Jesús. Al tratarse de un rey, el sentido común indicaba que debían ir a la capital del reino y, naturalmente, al centro del poder, el palacio real. Sin embargo, Él no se encontraba allí. El monarca tuvo que consultar con los sacerdotes y los doctores de la ley para tratar de ubicarlo. Sorprendentemente, estos tampoco habían oído acerca del nacimiento del tan esperado Mesías; no se encontraba entre ellos, ni en el templo, lugares donde habría sido lógico poderlo hallar. Finalmente, fueron hasta los márgenes de la sociedad, a una aldea pequeña y, probablemente, una casa humilde, y unos padres adolescentes que no entendían nada de lo que estaba pasando. Encontraron a Dios en la forma de una criatura vulnerable dependiente de dos padres inexpertos que, pobres, iban de sorpresa en sorpresa.

¿Dónde está hoy Jesús? ¿Dónde pueden encontrarlo aquellos que lo buscan? El sentido común indica que deberían ir a las iglesias, esos locales donde sus seguidores se reúnen. ¿Pero son sitios saludables para encontrar al Maestro? ¿Hay el amor, la fraternidad, el estilo de vida entre los parroquianos que demuestra la presencia de Jesús o, por el contrario, cualquier parecido con lo que el evangelio expresa es mera coincidencia? La estrategia de la encarnación no es que la gente vaya a un lugar a encontrar a Jesús, sino que éste toma la iniciativa y se acerca a nosotros -Emmanuel-; la estrategia consiste en que nosotros llevamos al Señor a todos y cada uno de los entornos en los que nos movemos y actuamos. Pero ¿Es posible encontrar al Maestro a través nuestro? ¿Es nuestra vida un indicador de su presencia en nosotros? Me pregunto si cada vez es más difícil encontrar a Jesús en esta sociedad, y si nosotros, sus seguidores, somos en buena parte culpables de ello.


¿Es posible encontrar a Jesús a través tuyo?