Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone en trance de caer". Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal. (Santiago 1:13)


Santiago plantea dos serios problemas; el primero, es la realidad de la existencia en nosotros de una predisposición hacia el mal. Una predisposición que es tremendamente creativa y que, lamentablemente, como si fuera windows se actualiza automáticamente con la última versión disponible. Ya el apóstol Pablo escribiendo a los romanos hablaba de esa tendencia a hacer aquello que no queremos. La retrataba de una forma tan vívida que llegaba a afirmar que era un miserable que deseaba ser liberado de esa tendencia e inclinación.

La otra cuestión es de dónde nace la misma. William Barclay, el famoso comentarista bíblico, afirma con toda la razón del mundo que el ser humano es un experto en evasivas, en no asumir la responsabilidad por sus actos. Ya en Génesis 3 vemos que cuando Adán es cuestionado acerca de su desobediencia a Dios le echa las culpas a Eva, añadiendo además la coletilla que fue el Señor quien le dio esa compañera; del mismo modo cuando Eva es interpelada al respecto, culpa de la situación a la serpiente; esta, tristemente, no tiene a quien culpar. La propensión del ser humano es culpar a otros, a Dios -como nos señala Santiago-, al prójimo -como vemos en las Escrituras- a la sociedad -como es tan común en muchas corrientes de pensamiento-. Todo es legítimo con tal de no aceptar responsabilidad por nuestros actos. En cualquier caso Santiago es categórico y contundente, la tentación nunca, nunca proviene del Señor. Veremos pues de dónde procede; eso, sin embargo, será mañana.


¿Hasta qué punto eres propenso a echar sobre otros la responsabilidad de tus propios actos? ¿Cuáles el el peligro de hacerlo? ¿Cuál es el beneficio de aceptarlo?



Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone en trance de caer". Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal. (Santiago 1:13)


Santiago plantea dos serios problemas; el primero, es la realidad de la existencia en nosotros de una predisposición hacia el mal. Una predisposición que es tremendamente creativa y que, lamentablemente, como si fuera windows se actualiza automáticamente con la última versión disponible. Ya el apóstol Pablo escribiendo a los romanos hablaba de esa tendencia a hacer aquello que no queremos. La retrataba de una forma tan vívida que llegaba a afirmar que era un miserable que deseaba ser liberado de esa tendencia e inclinación.

La otra cuestión es de dónde nace la misma. William Barclay, el famoso comentarista bíblico, afirma con toda la razón del mundo que el ser humano es un experto en evasivas, en no asumir la responsabilidad por sus actos. Ya en Génesis 3 vemos que cuando Adán es cuestionado acerca de su desobediencia a Dios le echa las culpas a Eva, añadiendo además la coletilla que fue el Señor quien le dio esa compañera; del mismo modo cuando Eva es interpelada al respecto, culpa de la situación a la serpiente; esta, tristemente, no tiene a quien culpar. La propensión del ser humano es culpar a otros, a Dios -como nos señala Santiago-, al prójimo -como vemos en las Escrituras- a la sociedad -como es tan común en muchas corrientes de pensamiento-. Todo es legítimo con tal de no aceptar responsabilidad por nuestros actos. En cualquier caso Santiago es categórico y contundente, la tentación nunca, nunca proviene del Señor. Veremos pues de dónde procede; eso, sin embargo, será mañana.


¿Hasta qué punto eres propenso a echar sobre otros la responsabilidad de tus propios actos? ¿Cuáles el el peligro de hacerlo? ¿Cuál es el beneficio de aceptarlo?



Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone en trance de caer". Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal. (Santiago 1:13)


Santiago plantea dos serios problemas; el primero, es la realidad de la existencia en nosotros de una predisposición hacia el mal. Una predisposición que es tremendamente creativa y que, lamentablemente, como si fuera windows se actualiza automáticamente con la última versión disponible. Ya el apóstol Pablo escribiendo a los romanos hablaba de esa tendencia a hacer aquello que no queremos. La retrataba de una forma tan vívida que llegaba a afirmar que era un miserable que deseaba ser liberado de esa tendencia e inclinación.

La otra cuestión es de dónde nace la misma. William Barclay, el famoso comentarista bíblico, afirma con toda la razón del mundo que el ser humano es un experto en evasivas, en no asumir la responsabilidad por sus actos. Ya en Génesis 3 vemos que cuando Adán es cuestionado acerca de su desobediencia a Dios le echa las culpas a Eva, añadiendo además la coletilla que fue el Señor quien le dio esa compañera; del mismo modo cuando Eva es interpelada al respecto, culpa de la situación a la serpiente; esta, tristemente, no tiene a quien culpar. La propensión del ser humano es culpar a otros, a Dios -como nos señala Santiago-, al prójimo -como vemos en las Escrituras- a la sociedad -como es tan común en muchas corrientes de pensamiento-. Todo es legítimo con tal de no aceptar responsabilidad por nuestros actos. En cualquier caso Santiago es categórico y contundente, la tentación nunca, nunca proviene del Señor. Veremos pues de dónde procede; eso, sin embargo, será mañana.


¿Hasta qué punto eres propenso a echar sobre otros la responsabilidad de tus propios actos? ¿Cuáles el el peligro de hacerlo? ¿Cuál es el beneficio de aceptarlo?



Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone en trance de caer". Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal. (Santiago 1:13)


Santiago plantea dos serios problemas; el primero, es la realidad de la existencia en nosotros de una predisposición hacia el mal. Una predisposición que es tremendamente creativa y que, lamentablemente, como si fuera windows se actualiza automáticamente con la última versión disponible. Ya el apóstol Pablo escribiendo a los romanos hablaba de esa tendencia a hacer aquello que no queremos. La retrataba de una forma tan vívida que llegaba a afirmar que era un miserable que deseaba ser liberado de esa tendencia e inclinación.

La otra cuestión es de dónde nace la misma. William Barclay, el famoso comentarista bíblico, afirma con toda la razón del mundo que el ser humano es un experto en evasivas, en no asumir la responsabilidad por sus actos. Ya en Génesis 3 vemos que cuando Adán es cuestionado acerca de su desobediencia a Dios le echa las culpas a Eva, añadiendo además la coletilla que fue el Señor quien le dio esa compañera; del mismo modo cuando Eva es interpelada al respecto, culpa de la situación a la serpiente; esta, tristemente, no tiene a quien culpar. La propensión del ser humano es culpar a otros, a Dios -como nos señala Santiago-, al prójimo -como vemos en las Escrituras- a la sociedad -como es tan común en muchas corrientes de pensamiento-. Todo es legítimo con tal de no aceptar responsabilidad por nuestros actos. En cualquier caso Santiago es categórico y contundente, la tentación nunca, nunca proviene del Señor. Veremos pues de dónde procede; eso, sin embargo, será mañana.


¿Hasta qué punto eres propenso a echar sobre otros la responsabilidad de tus propios actos? ¿Cuáles el el peligro de hacerlo? ¿Cuál es el beneficio de aceptarlo?