El Señor, nuestro Dios, es el único Dios. (Marcos 12:29)


El primer principio del cristianismo esencial es que el Señor es el único Dios. Jesús está simplemente citando la Shema (Deuteronomio 6:4), que es el verdadero credo del judaísmo. Un amigo mío, judío que decidió seguir a Jesús y un gran pensador de la fe cristiana, afirmaba que aquellos que no provenimos de un contexto judío no acabamos de entender en su totalidad la profundidad de esta afirmación. La limitamos, según su acertada opinión, a considerarla únicamente una gran afirmación de monoteísmo en contraste con el politeísmo que vivían los pueblos que rodeaban Israel. Nos aceramos a ella como un concepto teológico. 

Según me explicaba, todo eso es cierto, sin embargo hay mucho más implícito en ella. Los pueblos que rodeaban Israel tenían diversos dioses que regían cada una de las facetas de la vida de sus habitantes. Habían deidades familiares. Cada ciudad tenía su dios protector. Había dioses y diosas que regían los ciclos de la naturaleza, las cosechas, la fertilidad de personas, animales y campos. Había deidades que tenían el dominio y el control de montañas, ríos, bosques, etc. Era habitual que la guerra entre naciones fuera percibida como un enfrentamiento entre los dioses de los pueblos contendientes. Una victoria suponía la superioridad de un dios sobre otro. Dicho de otro modo; cualquier persona entendía que las diversas áreas de su existencia estaban bajo la influencia de diferentes dioses que tenían diferentes expectativas y exigencias de sus fieles. Cada persona tenía que ser muy sensible de contentar esas expectativas y evitar enfurecerlas.

La afirmación de la Shema cambia radical y drásticamente todas las cosas. El Señor reclama su autoridad y jurisdicción sobre todas y cada una de las áreas de la vida de los israelitas. Él demanda ser el Dios de las personas, las familias, las ciudades, las cosechas, los campos, los ganados, las relaciones interpersonales, los negocios, la fertilidad, la sexualidad, el dinero, el tiempo, y así un etcétera como nosotros deseemos desarrollar. 

¿Cuál es la implicación práctica para nosotros? Fácil de entender y desafiante de aceptar. El Señor desea ser el Dios de todas y cada una de las dimensiones de tu vida. Él no tiene interés en ser el Dios de los domingos; desea que desde que te levantas en la mañana hasta que te acuestas en la noche, su influencia y presencia esté en todo aquello que haces, vives y experimentas. Porque muchos de nosotros somos monoteístas teológicos y politeístas prácticos. Porque si bien creemos en un único Dios, servimos a muchos otros; dioses sociales, culturales que son lo que auténtica y genuinamente controlan diversas dimensiones de nuestra vida. Si lo pensamos veremos la profundidad de la afirmación de la Shema. 



El Señor, nuestro Dios, es el único Dios. (Marcos 12:29)


El primer principio del cristianismo esencial es que el Señor es el único Dios. Jesús está simplemente citando la Shema (Deuteronomio 6:4), que es el verdadero credo del judaísmo. Un amigo mío, judío que decidió seguir a Jesús y un gran pensador de la fe cristiana, afirmaba que aquellos que no provenimos de un contexto judío no acabamos de entender en su totalidad la profundidad de esta afirmación. La limitamos, según su acertada opinión, a considerarla únicamente una gran afirmación de monoteísmo en contraste con el politeísmo que vivían los pueblos que rodeaban Israel. Nos aceramos a ella como un concepto teológico. 

Según me explicaba, todo eso es cierto, sin embargo hay mucho más implícito en ella. Los pueblos que rodeaban Israel tenían diversos dioses que regían cada una de las facetas de la vida de sus habitantes. Habían deidades familiares. Cada ciudad tenía su dios protector. Había dioses y diosas que regían los ciclos de la naturaleza, las cosechas, la fertilidad de personas, animales y campos. Había deidades que tenían el dominio y el control de montañas, ríos, bosques, etc. Era habitual que la guerra entre naciones fuera percibida como un enfrentamiento entre los dioses de los pueblos contendientes. Una victoria suponía la superioridad de un dios sobre otro. Dicho de otro modo; cualquier persona entendía que las diversas áreas de su existencia estaban bajo la influencia de diferentes dioses que tenían diferentes expectativas y exigencias de sus fieles. Cada persona tenía que ser muy sensible de contentar esas expectativas y evitar enfurecerlas.

La afirmación de la Shema cambia radical y drásticamente todas las cosas. El Señor reclama su autoridad y jurisdicción sobre todas y cada una de las áreas de la vida de los israelitas. Él demanda ser el Dios de las personas, las familias, las ciudades, las cosechas, los campos, los ganados, las relaciones interpersonales, los negocios, la fertilidad, la sexualidad, el dinero, el tiempo, y así un etcétera como nosotros deseemos desarrollar. 

¿Cuál es la implicación práctica para nosotros? Fácil de entender y desafiante de aceptar. El Señor desea ser el Dios de todas y cada una de las dimensiones de tu vida. Él no tiene interés en ser el Dios de los domingos; desea que desde que te levantas en la mañana hasta que te acuestas en la noche, su influencia y presencia esté en todo aquello que haces, vives y experimentas. Porque muchos de nosotros somos monoteístas teológicos y politeístas prácticos. Porque si bien creemos en un único Dios, servimos a muchos otros; dioses sociales, culturales que son lo que auténtica y genuinamente controlan diversas dimensiones de nuestra vida. Si lo pensamos veremos la profundidad de la afirmación de la Shema. 



El Señor, nuestro Dios, es el único Dios. (Marcos 12:29)


El primer principio del cristianismo esencial es que el Señor es el único Dios. Jesús está simplemente citando la Shema (Deuteronomio 6:4), que es el verdadero credo del judaísmo. Un amigo mío, judío que decidió seguir a Jesús y un gran pensador de la fe cristiana, afirmaba que aquellos que no provenimos de un contexto judío no acabamos de entender en su totalidad la profundidad de esta afirmación. La limitamos, según su acertada opinión, a considerarla únicamente una gran afirmación de monoteísmo en contraste con el politeísmo que vivían los pueblos que rodeaban Israel. Nos aceramos a ella como un concepto teológico. 

Según me explicaba, todo eso es cierto, sin embargo hay mucho más implícito en ella. Los pueblos que rodeaban Israel tenían diversos dioses que regían cada una de las facetas de la vida de sus habitantes. Habían deidades familiares. Cada ciudad tenía su dios protector. Había dioses y diosas que regían los ciclos de la naturaleza, las cosechas, la fertilidad de personas, animales y campos. Había deidades que tenían el dominio y el control de montañas, ríos, bosques, etc. Era habitual que la guerra entre naciones fuera percibida como un enfrentamiento entre los dioses de los pueblos contendientes. Una victoria suponía la superioridad de un dios sobre otro. Dicho de otro modo; cualquier persona entendía que las diversas áreas de su existencia estaban bajo la influencia de diferentes dioses que tenían diferentes expectativas y exigencias de sus fieles. Cada persona tenía que ser muy sensible de contentar esas expectativas y evitar enfurecerlas.

La afirmación de la Shema cambia radical y drásticamente todas las cosas. El Señor reclama su autoridad y jurisdicción sobre todas y cada una de las áreas de la vida de los israelitas. Él demanda ser el Dios de las personas, las familias, las ciudades, las cosechas, los campos, los ganados, las relaciones interpersonales, los negocios, la fertilidad, la sexualidad, el dinero, el tiempo, y así un etcétera como nosotros deseemos desarrollar. 

¿Cuál es la implicación práctica para nosotros? Fácil de entender y desafiante de aceptar. El Señor desea ser el Dios de todas y cada una de las dimensiones de tu vida. Él no tiene interés en ser el Dios de los domingos; desea que desde que te levantas en la mañana hasta que te acuestas en la noche, su influencia y presencia esté en todo aquello que haces, vives y experimentas. Porque muchos de nosotros somos monoteístas teológicos y politeístas prácticos. Porque si bien creemos en un único Dios, servimos a muchos otros; dioses sociales, culturales que son lo que auténtica y genuinamente controlan diversas dimensiones de nuestra vida. Si lo pensamos veremos la profundidad de la afirmación de la Shema. 



El Señor, nuestro Dios, es el único Dios. (Marcos 12:29)


El primer principio del cristianismo esencial es que el Señor es el único Dios. Jesús está simplemente citando la Shema (Deuteronomio 6:4), que es el verdadero credo del judaísmo. Un amigo mío, judío que decidió seguir a Jesús y un gran pensador de la fe cristiana, afirmaba que aquellos que no provenimos de un contexto judío no acabamos de entender en su totalidad la profundidad de esta afirmación. La limitamos, según su acertada opinión, a considerarla únicamente una gran afirmación de monoteísmo en contraste con el politeísmo que vivían los pueblos que rodeaban Israel. Nos aceramos a ella como un concepto teológico. 

Según me explicaba, todo eso es cierto, sin embargo hay mucho más implícito en ella. Los pueblos que rodeaban Israel tenían diversos dioses que regían cada una de las facetas de la vida de sus habitantes. Habían deidades familiares. Cada ciudad tenía su dios protector. Había dioses y diosas que regían los ciclos de la naturaleza, las cosechas, la fertilidad de personas, animales y campos. Había deidades que tenían el dominio y el control de montañas, ríos, bosques, etc. Era habitual que la guerra entre naciones fuera percibida como un enfrentamiento entre los dioses de los pueblos contendientes. Una victoria suponía la superioridad de un dios sobre otro. Dicho de otro modo; cualquier persona entendía que las diversas áreas de su existencia estaban bajo la influencia de diferentes dioses que tenían diferentes expectativas y exigencias de sus fieles. Cada persona tenía que ser muy sensible de contentar esas expectativas y evitar enfurecerlas.

La afirmación de la Shema cambia radical y drásticamente todas las cosas. El Señor reclama su autoridad y jurisdicción sobre todas y cada una de las áreas de la vida de los israelitas. Él demanda ser el Dios de las personas, las familias, las ciudades, las cosechas, los campos, los ganados, las relaciones interpersonales, los negocios, la fertilidad, la sexualidad, el dinero, el tiempo, y así un etcétera como nosotros deseemos desarrollar. 

¿Cuál es la implicación práctica para nosotros? Fácil de entender y desafiante de aceptar. El Señor desea ser el Dios de todas y cada una de las dimensiones de tu vida. Él no tiene interés en ser el Dios de los domingos; desea que desde que te levantas en la mañana hasta que te acuestas en la noche, su influencia y presencia esté en todo aquello que haces, vives y experimentas. Porque muchos de nosotros somos monoteístas teológicos y politeístas prácticos. Porque si bien creemos en un único Dios, servimos a muchos otros; dioses sociales, culturales que son lo que auténtica y genuinamente controlan diversas dimensiones de nuestra vida. Si lo pensamos veremos la profundidad de la afirmación de la Shema.