El Hijo de Dios vino para aniquilar la obra del diablo. (1 Juan 3:8)

Comenzamos el tercer gran episodio en la historia de Dios, la redención. La humanidad que el Señor tenía en mente no fue posible; el universo que pensó fue inviable. Por tanto, Dios tuvo que intervenir en la historia humana para hacer nuevamente posible aquello que el pecado hizo imposible.

Al pensar en las cuatro grandes rupturas que el pecado provocó, con Dios, interna, con otros y con la creación, nos es difícil identificarlas con la obra del diablo. Satanás, la serpiente antigua como es denominada en el Nuevo Testamento, consiguió la rebelión del ser humano contra el Señor y, consecuentemente, las implicaciones que de ello se derivaron y que ya he desarrollado en anteriores entradas.

El pecado fue una catástrofe de dimensiones cósmicas que, hasta el día de hoy, continuamos experimentando en nuestro mundo y nuestra vida cotidiana. La salvación, por tanto, ha de ser cósmica y afectar a todas las dimensiones de lo creado por el Señor. La rebelión afectó a todas las dimensiones de nuestra humanidad. La salvación ha de ser integral y restaurar todas esas dimensiones.

¿Qué viene a tu mente al pensar en que la salvación ha de afectar a todas las dimensiones de tu humanidad?

 

El Hijo de Dios vino para aniquilar la obra del diablo. (1 Juan 3:8)

Comenzamos el tercer gran episodio en la historia de Dios, la redención. La humanidad que el Señor tenía en mente no fue posible; el universo que pensó fue inviable. Por tanto, Dios tuvo que intervenir en la historia humana para hacer nuevamente posible aquello que el pecado hizo imposible.

Al pensar en las cuatro grandes rupturas que el pecado provocó, con Dios, interna, con otros y con la creación, nos es difícil identificarlas con la obra del diablo. Satanás, la serpiente antigua como es denominada en el Nuevo Testamento, consiguió la rebelión del ser humano contra el Señor y, consecuentemente, las implicaciones que de ello se derivaron y que ya he desarrollado en anteriores entradas.

El pecado fue una catástrofe de dimensiones cósmicas que, hasta el día de hoy, continuamos experimentando en nuestro mundo y nuestra vida cotidiana. La salvación, por tanto, ha de ser cósmica y afectar a todas las dimensiones de lo creado por el Señor. La rebelión afectó a todas las dimensiones de nuestra humanidad. La salvación ha de ser integral y restaurar todas esas dimensiones.

¿Qué viene a tu mente al pensar en que la salvación ha de afectar a todas las dimensiones de tu humanidad?

 

El Hijo de Dios vino para aniquilar la obra del diablo. (1 Juan 3:8)

Comenzamos el tercer gran episodio en la historia de Dios, la redención. La humanidad que el Señor tenía en mente no fue posible; el universo que pensó fue inviable. Por tanto, Dios tuvo que intervenir en la historia humana para hacer nuevamente posible aquello que el pecado hizo imposible.

Al pensar en las cuatro grandes rupturas que el pecado provocó, con Dios, interna, con otros y con la creación, nos es difícil identificarlas con la obra del diablo. Satanás, la serpiente antigua como es denominada en el Nuevo Testamento, consiguió la rebelión del ser humano contra el Señor y, consecuentemente, las implicaciones que de ello se derivaron y que ya he desarrollado en anteriores entradas.

El pecado fue una catástrofe de dimensiones cósmicas que, hasta el día de hoy, continuamos experimentando en nuestro mundo y nuestra vida cotidiana. La salvación, por tanto, ha de ser cósmica y afectar a todas las dimensiones de lo creado por el Señor. La rebelión afectó a todas las dimensiones de nuestra humanidad. La salvación ha de ser integral y restaurar todas esas dimensiones.

¿Qué viene a tu mente al pensar en que la salvación ha de afectar a todas las dimensiones de tu humanidad?