Soportaos mutuamente y, así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga quejas contra otro. (Colosenses 3:13)

El dolor puede ser el principal obstáculo para el perdón. Las heridas físicas, emocionales, espirituales o una combinación de todas ellas  pueden estar presentes en nuestra experiencia. Simplemente el pensamiento del daño sufrido, especialmente cuando este es injusto o inmerecido, abre de nuevos las heridas e impide la cicatrización.

¿Cómo puede una persona superar ese dolor? No es fácil. La fórmula bíblica es clara pero no fácil. Sólo la meditación en el sufrimiento que Cristo experimentó para que nosotros pudiéramos ser perdonados nos puede dar la fuerza física, emocional y espiritual para superar el dolor y perdonar. 

En la práctica eso significa un movimiento en dos pasos: El primero, es meditar en el perdón que yo he recibido y el precio que ha costado. El segundo, es llevar una y otra vez todo nuestro dolor a la cruz hasta que haya destilado y supurado todo lo que hay en nuestro interior. El dolor que se queda dentro nos pudre, el que exteriorizamos en venganza alimenta la espiral de odio. Sin embargo, el que echamos sobre Dios puede ser sanado.

¿Cómo manejas el dolor? ¿De qué modo puede servirte lo que he compartido?
 

 
 
Soportaos mutuamente y, así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga quejas contra otro. (Colosenses 3:13)

El dolor puede ser el principal obstáculo para el perdón. Las heridas físicas, emocionales, espirituales o una combinación de todas ellas  pueden estar presentes en nuestra experiencia. Simplemente el pensamiento del daño sufrido, especialmente cuando este es injusto o inmerecido, abre de nuevos las heridas e impide la cicatrización.

¿Cómo puede una persona superar ese dolor? No es fácil. La fórmula bíblica es clara pero no fácil. Sólo la meditación en el sufrimiento que Cristo experimentó para que nosotros pudiéramos ser perdonados nos puede dar la fuerza física, emocional y espiritual para superar el dolor y perdonar. 

En la práctica eso significa un movimiento en dos pasos: El primero, es meditar en el perdón que yo he recibido y el precio que ha costado. El segundo, es llevar una y otra vez todo nuestro dolor a la cruz hasta que haya destilado y supurado todo lo que hay en nuestro interior. El dolor que se queda dentro nos pudre, el que exteriorizamos en venganza alimenta la espiral de odio. Sin embargo, el que echamos sobre Dios puede ser sanado.

¿Cómo manejas el dolor? ¿De qué modo puede servirte lo que he compartido?
 

 
 
Soportaos mutuamente y, así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga quejas contra otro. (Colosenses 3:13)

El dolor puede ser el principal obstáculo para el perdón. Las heridas físicas, emocionales, espirituales o una combinación de todas ellas  pueden estar presentes en nuestra experiencia. Simplemente el pensamiento del daño sufrido, especialmente cuando este es injusto o inmerecido, abre de nuevos las heridas e impide la cicatrización.

¿Cómo puede una persona superar ese dolor? No es fácil. La fórmula bíblica es clara pero no fácil. Sólo la meditación en el sufrimiento que Cristo experimentó para que nosotros pudiéramos ser perdonados nos puede dar la fuerza física, emocional y espiritual para superar el dolor y perdonar. 

En la práctica eso significa un movimiento en dos pasos: El primero, es meditar en el perdón que yo he recibido y el precio que ha costado. El segundo, es llevar una y otra vez todo nuestro dolor a la cruz hasta que haya destilado y supurado todo lo que hay en nuestro interior. El dolor que se queda dentro nos pudre, el que exteriorizamos en venganza alimenta la espiral de odio. Sin embargo, el que echamos sobre Dios puede ser sanado.

¿Cómo manejas el dolor? ¿De qué modo puede servirte lo que he compartido?