Andan algunos diciendo: "todo me está permitido". Si, pero no todo es conveniente. Y, aunque todo me está permitido, no debo dejar que nada me esclavice. (1 Corintios 6:12)

Sin duda los corintios habían aprendido muy bien la enseñanza de Pablo que hemos sido llamados a ser libres. Buena, sana y cierta enseñanza. Pero parece ser que los seguidores de Jesús en la ciudad de Corinto lo estaban llevando al extremo de considerar que cualquier cosa que quisieran, les apeteciera y desearan, podían llevarla a cabo. He aquí otro un extremo.

Pero también existe el otro extremo, aquellos que le tienen miedo a la libertad y, por tanto, deben regular para sí mismo y, especialmente para otros, las diferentes dimensiones de la vida determinando, según su opinión, lo que licito y lo que no.

Frente a los extremos el apóstol da principios. Me encantan los principios; son verdades universales que uno debe aterrizar en su realidad con discernimiento y diálogo con el Señor por medio del Espíritu Santo.

Veo aquí dos principios que me ayudan a regular mi libertad. Primero, conveniencia. Aquí la palabra tiene el valor del impacto que mi uso de la libertad pues producir en otras personas que no tienen, como ya hemos visto en otras ocasiones, una fe tan desarrollada como la mía.

Segundo, dependencia. Algo puede ser perfectamente bueno en sí, sin embargo, si me esclaviza, si se convierte en algo que condiciona mi normal manejo de mi vida, entonces se han convertido el algo que atenta incluso contra mi libertad.

Pongamos un ejemplo: Las redes sociales. Si ya soy compulsivo en su uso, si no puedo parar de mirar más páginas, hacer mas me gusta, si incluso eso roba el tiempo que podrá pasar con Dios. Es evidente, me esclaviza. Mal uso, por tanto, de mi libertad.


 


Andan algunos diciendo: "todo me está permitido". Si, pero no todo es conveniente. Y, aunque todo me está permitido, no debo dejar que nada me esclavice. (1 Corintios 6:12)

Sin duda los corintios habían aprendido muy bien la enseñanza de Pablo que hemos sido llamados a ser libres. Buena, sana y cierta enseñanza. Pero parece ser que los seguidores de Jesús en la ciudad de Corinto lo estaban llevando al extremo de considerar que cualquier cosa que quisieran, les apeteciera y desearan, podían llevarla a cabo. He aquí otro un extremo.

Pero también existe el otro extremo, aquellos que le tienen miedo a la libertad y, por tanto, deben regular para sí mismo y, especialmente para otros, las diferentes dimensiones de la vida determinando, según su opinión, lo que licito y lo que no.

Frente a los extremos el apóstol da principios. Me encantan los principios; son verdades universales que uno debe aterrizar en su realidad con discernimiento y diálogo con el Señor por medio del Espíritu Santo.

Veo aquí dos principios que me ayudan a regular mi libertad. Primero, conveniencia. Aquí la palabra tiene el valor del impacto que mi uso de la libertad pues producir en otras personas que no tienen, como ya hemos visto en otras ocasiones, una fe tan desarrollada como la mía.

Segundo, dependencia. Algo puede ser perfectamente bueno en sí, sin embargo, si me esclaviza, si se convierte en algo que condiciona mi normal manejo de mi vida, entonces se han convertido el algo que atenta incluso contra mi libertad.

Pongamos un ejemplo: Las redes sociales. Si ya soy compulsivo en su uso, si no puedo parar de mirar más páginas, hacer mas me gusta, si incluso eso roba el tiempo que podrá pasar con Dios. Es evidente, me esclaviza. Mal uso, por tanto, de mi libertad.


 


Andan algunos diciendo: "todo me está permitido". Si, pero no todo es conveniente. Y, aunque todo me está permitido, no debo dejar que nada me esclavice. (1 Corintios 6:12)

Sin duda los corintios habían aprendido muy bien la enseñanza de Pablo que hemos sido llamados a ser libres. Buena, sana y cierta enseñanza. Pero parece ser que los seguidores de Jesús en la ciudad de Corinto lo estaban llevando al extremo de considerar que cualquier cosa que quisieran, les apeteciera y desearan, podían llevarla a cabo. He aquí otro un extremo.

Pero también existe el otro extremo, aquellos que le tienen miedo a la libertad y, por tanto, deben regular para sí mismo y, especialmente para otros, las diferentes dimensiones de la vida determinando, según su opinión, lo que licito y lo que no.

Frente a los extremos el apóstol da principios. Me encantan los principios; son verdades universales que uno debe aterrizar en su realidad con discernimiento y diálogo con el Señor por medio del Espíritu Santo.

Veo aquí dos principios que me ayudan a regular mi libertad. Primero, conveniencia. Aquí la palabra tiene el valor del impacto que mi uso de la libertad pues producir en otras personas que no tienen, como ya hemos visto en otras ocasiones, una fe tan desarrollada como la mía.

Segundo, dependencia. Algo puede ser perfectamente bueno en sí, sin embargo, si me esclaviza, si se convierte en algo que condiciona mi normal manejo de mi vida, entonces se han convertido el algo que atenta incluso contra mi libertad.

Pongamos un ejemplo: Las redes sociales. Si ya soy compulsivo en su uso, si no puedo parar de mirar más páginas, hacer mas me gusta, si incluso eso roba el tiempo que podrá pasar con Dios. Es evidente, me esclaviza. Mal uso, por tanto, de mi libertad.