Pero después vino el Hijo del hombre que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a uno que es glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y gente de mala reputación”. Pero la sabiduría se acredita por sus propios resultados. (Mateo 11:19)

La presencia no es, únicamente, una cuestión física, de ubicación, es también y sobre todo una cuestión relacional. Porque el Reino es y se ha acercado para todos aquellos que desde el punto de vista religioso y moral no tendrían cabida en él. Por tanto, no existe ningún colectivo, sea cual sea su estilo de vida, que esté excluido de formar parte del Reino y sólo podrán acceder al mismo cuando los discípulos, gente rota ellos mismos en proceso de recuperación, les hagan partícipes de la buena noticia de que el Señor tiene amor e interés por ellos. 

Los moralistas, religiosos y fariseos contemporáneos exigirán el cambio para acceder al Reino, olvidando que el acceso al mismo, al amor del Padre y su aceptación incondicional es lo que produce el cambio en las vidas de las personas. Cambia y te aceptaré, es su lema. Te acepto y Jesús te cambiará, dice el discípulo. Pero nos cuesta acercarnos a esos colectivos, expresarles amor y aceptación. Afirmamos que no queremos que piensen que estamos de acuerdo y validamos sus estilos de vida. Nos sentimos indignados por su manera de afrontar la vida y no sabemos cómo manejar esa repulsa hacia cómo viven y la necesidad y el mandato de amarlos incondicionalmente. Hemos olvidado nuestra condición de pródigos perdonados y adoptado rápidamente el síndrome del hermano mayor.

Humildemente pienso que nuestro rechazo e indignación se debe a que nos confrontan con nuestro propio pecado, con nuestra humanidad no resuelta y no aceptada, con nuestras incoherencias y falencias. Por tanto, la aparente superioridad moral -no la auténtica que Jesús si tuvo y nunca mostró en sus relaciones- nos protege, nos hace sentir mejor, suaviza la tensión interna de que a pesar del tiempo que hace que caminamos con Jesús seguimos siendo bastante inmaduros y pecadores. Necesitamos más compasión y menos juicio. Necesitamos estar presentes para amar.

¿Cómo reaccionas ante la gente de mala reputación y vivir? ¿Qué te enseña sobre ti esa reacción? ¿Cómo reaccionaría Jesús ante esos colectivos que tanto te molestan?

 



Pero después vino el Hijo del hombre que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a uno que es glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y gente de mala reputación”. Pero la sabiduría se acredita por sus propios resultados. (Mateo 11:19)

La presencia no es, únicamente, una cuestión física, de ubicación, es también y sobre todo una cuestión relacional. Porque el Reino es y se ha acercado para todos aquellos que desde el punto de vista religioso y moral no tendrían cabida en él. Por tanto, no existe ningún colectivo, sea cual sea su estilo de vida, que esté excluido de formar parte del Reino y sólo podrán acceder al mismo cuando los discípulos, gente rota ellos mismos en proceso de recuperación, les hagan partícipes de la buena noticia de que el Señor tiene amor e interés por ellos. 

Los moralistas, religiosos y fariseos contemporáneos exigirán el cambio para acceder al Reino, olvidando que el acceso al mismo, al amor del Padre y su aceptación incondicional es lo que produce el cambio en las vidas de las personas. Cambia y te aceptaré, es su lema. Te acepto y Jesús te cambiará, dice el discípulo. Pero nos cuesta acercarnos a esos colectivos, expresarles amor y aceptación. Afirmamos que no queremos que piensen que estamos de acuerdo y validamos sus estilos de vida. Nos sentimos indignados por su manera de afrontar la vida y no sabemos cómo manejar esa repulsa hacia cómo viven y la necesidad y el mandato de amarlos incondicionalmente. Hemos olvidado nuestra condición de pródigos perdonados y adoptado rápidamente el síndrome del hermano mayor.

Humildemente pienso que nuestro rechazo e indignación se debe a que nos confrontan con nuestro propio pecado, con nuestra humanidad no resuelta y no aceptada, con nuestras incoherencias y falencias. Por tanto, la aparente superioridad moral -no la auténtica que Jesús si tuvo y nunca mostró en sus relaciones- nos protege, nos hace sentir mejor, suaviza la tensión interna de que a pesar del tiempo que hace que caminamos con Jesús seguimos siendo bastante inmaduros y pecadores. Necesitamos más compasión y menos juicio. Necesitamos estar presentes para amar.

¿Cómo reaccionas ante la gente de mala reputación y vivir? ¿Qué te enseña sobre ti esa reacción? ¿Cómo reaccionaría Jesús ante esos colectivos que tanto te molestan?

 



Pero después vino el Hijo del hombre que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a uno que es glotón y borracho, amigo de andar con recaudadores de impuestos y gente de mala reputación”. Pero la sabiduría se acredita por sus propios resultados. (Mateo 11:19)

La presencia no es, únicamente, una cuestión física, de ubicación, es también y sobre todo una cuestión relacional. Porque el Reino es y se ha acercado para todos aquellos que desde el punto de vista religioso y moral no tendrían cabida en él. Por tanto, no existe ningún colectivo, sea cual sea su estilo de vida, que esté excluido de formar parte del Reino y sólo podrán acceder al mismo cuando los discípulos, gente rota ellos mismos en proceso de recuperación, les hagan partícipes de la buena noticia de que el Señor tiene amor e interés por ellos. 

Los moralistas, religiosos y fariseos contemporáneos exigirán el cambio para acceder al Reino, olvidando que el acceso al mismo, al amor del Padre y su aceptación incondicional es lo que produce el cambio en las vidas de las personas. Cambia y te aceptaré, es su lema. Te acepto y Jesús te cambiará, dice el discípulo. Pero nos cuesta acercarnos a esos colectivos, expresarles amor y aceptación. Afirmamos que no queremos que piensen que estamos de acuerdo y validamos sus estilos de vida. Nos sentimos indignados por su manera de afrontar la vida y no sabemos cómo manejar esa repulsa hacia cómo viven y la necesidad y el mandato de amarlos incondicionalmente. Hemos olvidado nuestra condición de pródigos perdonados y adoptado rápidamente el síndrome del hermano mayor.

Humildemente pienso que nuestro rechazo e indignación se debe a que nos confrontan con nuestro propio pecado, con nuestra humanidad no resuelta y no aceptada, con nuestras incoherencias y falencias. Por tanto, la aparente superioridad moral -no la auténtica que Jesús si tuvo y nunca mostró en sus relaciones- nos protege, nos hace sentir mejor, suaviza la tensión interna de que a pesar del tiempo que hace que caminamos con Jesús seguimos siendo bastante inmaduros y pecadores. Necesitamos más compasión y menos juicio. Necesitamos estar presentes para amar.

¿Cómo reaccionas ante la gente de mala reputación y vivir? ¿Qué te enseña sobre ti esa reacción? ¿Cómo reaccionaría Jesús ante esos colectivos que tanto te molestan?