Y ya veis de cuántas cosas se privan los que se entrenan con vistas a una prueba deportiva. Ellos lo hacen para conseguir una corona que se marchita; nosotros, en cambio, aspiramos a un trofeo imperecedero. (1 Corintios 9:25)

Muchas personas quisieran ser grandes -o normales-  atletas, tocar un instrumento musical, aprender un idioma, adquirir competencia o desarrollar la que ya tienen en una dimensión de sus vidas y así, etcétera, etcétera. 

Admiramos el resultado final pero no queremos comprometernos con el proceso que llevó al mismo. Como bien dice Pablo, las privaciones que han hecho de la persona un atleta, un artista, un maestro en cualquier disciplina. Queremos la medalla de oro de la prueba atlética pero sin pasar por las sesiones de adiestramiento.

Tal cual es la vida cristiana. No conozca a ningún seguidor de Jesús que no desee parecerse más a Él, ser más santo, más espiritual, mas comprometido y toda esa jerga evangélica. Queremos el resultado final pero huimos de las disciplinas espirituales diarias que nos llevarán hasta el mismo. En realidad no queremos, no estamos dispuestos, ni siquiera consideramos en pagar el precio, porque si de verdad estuviéramos comprometidos lo haríamos, nos privaríamos de lo secundario para dar paso a lo prioritario.

Así pues, tal vez es el momento honesto de reconocer que, en el fondo, no queremos ser ese atleta triunfador, preferimos verlo en la televisión mientras deboramos patatas chips o pizza y después planeamos a qué evento milagroso iremos que acelere nuestro crecimiento y nos evite la disciplina espiritual diaria.

 



Y ya veis de cuántas cosas se privan los que se entrenan con vistas a una prueba deportiva. Ellos lo hacen para conseguir una corona que se marchita; nosotros, en cambio, aspiramos a un trofeo imperecedero. (1 Corintios 9:25)

Muchas personas quisieran ser grandes -o normales-  atletas, tocar un instrumento musical, aprender un idioma, adquirir competencia o desarrollar la que ya tienen en una dimensión de sus vidas y así, etcétera, etcétera. 

Admiramos el resultado final pero no queremos comprometernos con el proceso que llevó al mismo. Como bien dice Pablo, las privaciones que han hecho de la persona un atleta, un artista, un maestro en cualquier disciplina. Queremos la medalla de oro de la prueba atlética pero sin pasar por las sesiones de adiestramiento.

Tal cual es la vida cristiana. No conozca a ningún seguidor de Jesús que no desee parecerse más a Él, ser más santo, más espiritual, mas comprometido y toda esa jerga evangélica. Queremos el resultado final pero huimos de las disciplinas espirituales diarias que nos llevarán hasta el mismo. En realidad no queremos, no estamos dispuestos, ni siquiera consideramos en pagar el precio, porque si de verdad estuviéramos comprometidos lo haríamos, nos privaríamos de lo secundario para dar paso a lo prioritario.

Así pues, tal vez es el momento honesto de reconocer que, en el fondo, no queremos ser ese atleta triunfador, preferimos verlo en la televisión mientras deboramos patatas chips o pizza y después planeamos a qué evento milagroso iremos que acelere nuestro crecimiento y nos evite la disciplina espiritual diaria.

 



Y ya veis de cuántas cosas se privan los que se entrenan con vistas a una prueba deportiva. Ellos lo hacen para conseguir una corona que se marchita; nosotros, en cambio, aspiramos a un trofeo imperecedero. (1 Corintios 9:25)

Muchas personas quisieran ser grandes -o normales-  atletas, tocar un instrumento musical, aprender un idioma, adquirir competencia o desarrollar la que ya tienen en una dimensión de sus vidas y así, etcétera, etcétera. 

Admiramos el resultado final pero no queremos comprometernos con el proceso que llevó al mismo. Como bien dice Pablo, las privaciones que han hecho de la persona un atleta, un artista, un maestro en cualquier disciplina. Queremos la medalla de oro de la prueba atlética pero sin pasar por las sesiones de adiestramiento.

Tal cual es la vida cristiana. No conozca a ningún seguidor de Jesús que no desee parecerse más a Él, ser más santo, más espiritual, mas comprometido y toda esa jerga evangélica. Queremos el resultado final pero huimos de las disciplinas espirituales diarias que nos llevarán hasta el mismo. En realidad no queremos, no estamos dispuestos, ni siquiera consideramos en pagar el precio, porque si de verdad estuviéramos comprometidos lo haríamos, nos privaríamos de lo secundario para dar paso a lo prioritario.

Así pues, tal vez es el momento honesto de reconocer que, en el fondo, no queremos ser ese atleta triunfador, preferimos verlo en la televisión mientras deboramos patatas chips o pizza y después planeamos a qué evento milagroso iremos que acelere nuestro crecimiento y nos evite la disciplina espiritual diaria.