Pero yo reconocí mi pecado, no te oculté mi culpa; me dije: "confesaré mi culpa ante el Señor". Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. (Salmo 32:5)

Este salmo versa sobre el pecado y el perdón. El pecado, en contra de lo que la teología popular difunde, no es una cuestión espiritual ¡Ojalá tan solo fuera eso!, es una cuestión vital que afecta a todas las dimensiones de nuestro ser, emociones, físico, intelecto y espiritualidad. Además, todo pecado rompe o profundiza mi ruptura con Dios, conmigo mismo y con otros seres humanos. Una lectura del salmo rápidamente lo muestra.

Pero este es, ante todo, un salmo de esperanza y sanación. El salmista nos enseña que podemos acercarnos ante el Señor y cuando reconocemos -condición previa- nuestro pecado -le ponemos nombre y apellidos- podemos experimentar el perdón de Dios y una libertad que afecta a todas las dimensiones de nuestra vida. Juan, el apóstol del amor, en su primera carta capítulo uno versículo nueve, recoge esta enseñanza de David. Ni Juan ni David nos indican que hayan restricciones o limitaciones al perdón, tan sólo se exige la confesión.

Sirva para acabar una breve explicación de qué es la confesión. Confesar es un movimiento en tres pasos: primer paso, reconozco que mi pecado está mal, es decir, es una ofensa contra Dios y posiblemente otros. Segundo paso, reconozco que Jesús ya pagó en la cruz del Calvario por mi pecado. Tercero, me arrepiento, es decir, cambio de actitud y/o conducta con respecto al mismo.

No esperes más, no tengas más carga, lleva tu pecado ante Jesús.

 



Pero yo reconocí mi pecado, no te oculté mi culpa; me dije: "confesaré mi culpa ante el Señor". Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. (Salmo 32:5)

Este salmo versa sobre el pecado y el perdón. El pecado, en contra de lo que la teología popular difunde, no es una cuestión espiritual ¡Ojalá tan solo fuera eso!, es una cuestión vital que afecta a todas las dimensiones de nuestro ser, emociones, físico, intelecto y espiritualidad. Además, todo pecado rompe o profundiza mi ruptura con Dios, conmigo mismo y con otros seres humanos. Una lectura del salmo rápidamente lo muestra.

Pero este es, ante todo, un salmo de esperanza y sanación. El salmista nos enseña que podemos acercarnos ante el Señor y cuando reconocemos -condición previa- nuestro pecado -le ponemos nombre y apellidos- podemos experimentar el perdón de Dios y una libertad que afecta a todas las dimensiones de nuestra vida. Juan, el apóstol del amor, en su primera carta capítulo uno versículo nueve, recoge esta enseñanza de David. Ni Juan ni David nos indican que hayan restricciones o limitaciones al perdón, tan sólo se exige la confesión.

Sirva para acabar una breve explicación de qué es la confesión. Confesar es un movimiento en tres pasos: primer paso, reconozco que mi pecado está mal, es decir, es una ofensa contra Dios y posiblemente otros. Segundo paso, reconozco que Jesús ya pagó en la cruz del Calvario por mi pecado. Tercero, me arrepiento, es decir, cambio de actitud y/o conducta con respecto al mismo.

No esperes más, no tengas más carga, lleva tu pecado ante Jesús.

 



Pero yo reconocí mi pecado, no te oculté mi culpa; me dije: "confesaré mi culpa ante el Señor". Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. (Salmo 32:5)

Este salmo versa sobre el pecado y el perdón. El pecado, en contra de lo que la teología popular difunde, no es una cuestión espiritual ¡Ojalá tan solo fuera eso!, es una cuestión vital que afecta a todas las dimensiones de nuestro ser, emociones, físico, intelecto y espiritualidad. Además, todo pecado rompe o profundiza mi ruptura con Dios, conmigo mismo y con otros seres humanos. Una lectura del salmo rápidamente lo muestra.

Pero este es, ante todo, un salmo de esperanza y sanación. El salmista nos enseña que podemos acercarnos ante el Señor y cuando reconocemos -condición previa- nuestro pecado -le ponemos nombre y apellidos- podemos experimentar el perdón de Dios y una libertad que afecta a todas las dimensiones de nuestra vida. Juan, el apóstol del amor, en su primera carta capítulo uno versículo nueve, recoge esta enseñanza de David. Ni Juan ni David nos indican que hayan restricciones o limitaciones al perdón, tan sólo se exige la confesión.

Sirva para acabar una breve explicación de qué es la confesión. Confesar es un movimiento en tres pasos: primer paso, reconozco que mi pecado está mal, es decir, es una ofensa contra Dios y posiblemente otros. Segundo paso, reconozco que Jesús ya pagó en la cruz del Calvario por mi pecado. Tercero, me arrepiento, es decir, cambio de actitud y/o conducta con respecto al mismo.

No esperes más, no tengas más carga, lleva tu pecado ante Jesús.