Tú amas y proteges a quienes odian el mal y te obedecen, tú los libras de los malvados. (Salmo. 97:10)


Cierra tus ojos e imagina por un momento cómo te gustaría que fuera la humanidad, qué valores desearías que albergara, qué conductas la caracterizaran, cómo añoras que fueran las relaciones interpersonales entre sus miembros. Ahora, vuelve a hacerlo pensando en cómo quisieras que fuera el mundo en el que vivimos, qué hacemos con los recursos naturales, cómo distribuimos la riqueza, cómo tratamos a la creación, qué está sucediendo con la pobreza, la violencia y la injusticia.

Pues bien, eso mismo es lo que desea Dios. Para eso vino Jesús, no únicamente para darnos un boleto al cielo, sino para crear una nueva humanidad -de la cual, Él es hermano mayor, el prototipo, el modelo- y una nueva creación -el Reino de Dios- donde su voluntad es hecha. Una reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús, tanto aquellas que están arriba en los cielos como las que están abajo en la tierra.

Pues bien, todo aquello que impide el sueño de Dios es el mal y, consecuentemente, es algo que nosotros debemos odiar ¡qué palabra tan fuerte! y debemos combatir. Comenzando por el mal en nuestro interior; un mal que debemos reconocer y no justificar, racionalizar o frivolizar. Un mal en nosotros que nos impide ser la mejor versión de nosotros mismos, aquella que Dios quiere formar en nuestras vidas. Solo el mal reconocido puede ser combatido. Cuando lo hacemos, echamos luz sobre él y nada soporta menos el mal que la luz, porque él mal crece en el silencio y la oscuridad. Pero también el mal externo, aquel, venga de donde venga, que impide que este mundo sea aquello que Dios pensó.

 



Tú amas y proteges a quienes odian el mal y te obedecen, tú los libras de los malvados. (Salmo. 97:10)


Cierra tus ojos e imagina por un momento cómo te gustaría que fuera la humanidad, qué valores desearías que albergara, qué conductas la caracterizaran, cómo añoras que fueran las relaciones interpersonales entre sus miembros. Ahora, vuelve a hacerlo pensando en cómo quisieras que fuera el mundo en el que vivimos, qué hacemos con los recursos naturales, cómo distribuimos la riqueza, cómo tratamos a la creación, qué está sucediendo con la pobreza, la violencia y la injusticia.

Pues bien, eso mismo es lo que desea Dios. Para eso vino Jesús, no únicamente para darnos un boleto al cielo, sino para crear una nueva humanidad -de la cual, Él es hermano mayor, el prototipo, el modelo- y una nueva creación -el Reino de Dios- donde su voluntad es hecha. Una reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús, tanto aquellas que están arriba en los cielos como las que están abajo en la tierra.

Pues bien, todo aquello que impide el sueño de Dios es el mal y, consecuentemente, es algo que nosotros debemos odiar ¡qué palabra tan fuerte! y debemos combatir. Comenzando por el mal en nuestro interior; un mal que debemos reconocer y no justificar, racionalizar o frivolizar. Un mal en nosotros que nos impide ser la mejor versión de nosotros mismos, aquella que Dios quiere formar en nuestras vidas. Solo el mal reconocido puede ser combatido. Cuando lo hacemos, echamos luz sobre él y nada soporta menos el mal que la luz, porque él mal crece en el silencio y la oscuridad. Pero también el mal externo, aquel, venga de donde venga, que impide que este mundo sea aquello que Dios pensó.

 



Tú amas y proteges a quienes odian el mal y te obedecen, tú los libras de los malvados. (Salmo. 97:10)


Cierra tus ojos e imagina por un momento cómo te gustaría que fuera la humanidad, qué valores desearías que albergara, qué conductas la caracterizaran, cómo añoras que fueran las relaciones interpersonales entre sus miembros. Ahora, vuelve a hacerlo pensando en cómo quisieras que fuera el mundo en el que vivimos, qué hacemos con los recursos naturales, cómo distribuimos la riqueza, cómo tratamos a la creación, qué está sucediendo con la pobreza, la violencia y la injusticia.

Pues bien, eso mismo es lo que desea Dios. Para eso vino Jesús, no únicamente para darnos un boleto al cielo, sino para crear una nueva humanidad -de la cual, Él es hermano mayor, el prototipo, el modelo- y una nueva creación -el Reino de Dios- donde su voluntad es hecha. Una reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús, tanto aquellas que están arriba en los cielos como las que están abajo en la tierra.

Pues bien, todo aquello que impide el sueño de Dios es el mal y, consecuentemente, es algo que nosotros debemos odiar ¡qué palabra tan fuerte! y debemos combatir. Comenzando por el mal en nuestro interior; un mal que debemos reconocer y no justificar, racionalizar o frivolizar. Un mal en nosotros que nos impide ser la mejor versión de nosotros mismos, aquella que Dios quiere formar en nuestras vidas. Solo el mal reconocido puede ser combatido. Cuando lo hacemos, echamos luz sobre él y nada soporta menos el mal que la luz, porque él mal crece en el silencio y la oscuridad. Pero también el mal externo, aquel, venga de donde venga, que impide que este mundo sea aquello que Dios pensó.