Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos entre lágrimas al recordar a Sión. (Salmo 137:1)


Este salmo no pertenece a David. Fue escrito varios cientos de años después cuando el pueblo de Judá se encontraba en la cautividad de Babilonia. Sus líneas rezuman nostalgia por la Jerusalén perdida y un deseo de venganza contra sus deportadores. No hay ni una sola expresión de autocrítica respecto a cuáles fueron las causas que les llevaron a experimentar lo que en esos momentos estaban viviendo. No hay tampoco ningún atisbo de reflexión acerca de qué deseaba el Señor enseñarles por medio del exilio y el desarraigo. No, nada de eso, tan solo nostalgia y deseo de venganza, una ira contenida que necesita explotar de forma sangrienta.

Tres lecciones básicas para nosotros. Con Jesús nos hemos convertido en un pueblo que no se alimenta de la nostalgia -que nos ata al pasado- sino de la esperanza -que nos enfoca al futuro-; tampoco se alimenta de la venganza -que nos destruye por dentro y, como lo anterior, nos ata al pasado-, sino del perdón que nos catapulta hacia el futuro también. Finalmente, somos un pueblo que en toda circunstancia adversa siempre, siempre nos planteamos ¿qué quieres Señor enseñarnos por medio de esta situación?

 



Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos entre lágrimas al recordar a Sión. (Salmo 137:1)


Este salmo no pertenece a David. Fue escrito varios cientos de años después cuando el pueblo de Judá se encontraba en la cautividad de Babilonia. Sus líneas rezuman nostalgia por la Jerusalén perdida y un deseo de venganza contra sus deportadores. No hay ni una sola expresión de autocrítica respecto a cuáles fueron las causas que les llevaron a experimentar lo que en esos momentos estaban viviendo. No hay tampoco ningún atisbo de reflexión acerca de qué deseaba el Señor enseñarles por medio del exilio y el desarraigo. No, nada de eso, tan solo nostalgia y deseo de venganza, una ira contenida que necesita explotar de forma sangrienta.

Tres lecciones básicas para nosotros. Con Jesús nos hemos convertido en un pueblo que no se alimenta de la nostalgia -que nos ata al pasado- sino de la esperanza -que nos enfoca al futuro-; tampoco se alimenta de la venganza -que nos destruye por dentro y, como lo anterior, nos ata al pasado-, sino del perdón que nos catapulta hacia el futuro también. Finalmente, somos un pueblo que en toda circunstancia adversa siempre, siempre nos planteamos ¿qué quieres Señor enseñarnos por medio de esta situación?

 



Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos entre lágrimas al recordar a Sión. (Salmo 137:1)


Este salmo no pertenece a David. Fue escrito varios cientos de años después cuando el pueblo de Judá se encontraba en la cautividad de Babilonia. Sus líneas rezuman nostalgia por la Jerusalén perdida y un deseo de venganza contra sus deportadores. No hay ni una sola expresión de autocrítica respecto a cuáles fueron las causas que les llevaron a experimentar lo que en esos momentos estaban viviendo. No hay tampoco ningún atisbo de reflexión acerca de qué deseaba el Señor enseñarles por medio del exilio y el desarraigo. No, nada de eso, tan solo nostalgia y deseo de venganza, una ira contenida que necesita explotar de forma sangrienta.

Tres lecciones básicas para nosotros. Con Jesús nos hemos convertido en un pueblo que no se alimenta de la nostalgia -que nos ata al pasado- sino de la esperanza -que nos enfoca al futuro-; tampoco se alimenta de la venganza -que nos destruye por dentro y, como lo anterior, nos ata al pasado-, sino del perdón que nos catapulta hacia el futuro también. Finalmente, somos un pueblo que en toda circunstancia adversa siempre, siempre nos planteamos ¿qué quieres Señor enseñarnos por medio de esta situación?