Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. (1 Juan 1:8)


Este pensamiento, junto con un par más que vendrán, es un intento de explicar la tensión que Pablo plantea en Romanos 7 entre lo que no queremos hacer y acabamos haciendo y viceversa. Te recomiendo leas la reflexión previa para darle sentido.

He aprendido a lo largo de la vida que es imposible resolver aquello que no se acepta, se llama por su nombre; en definitiva, se reconoce. El pecado es y será una realidad en la vida de un seguidor de Jesús mientras viva, hasta el mismo día en que muramos. Te engañas y no has entendido la Escritura si crees que algún día el pecado no formará parte de tu vida cotidiana. Si es eso lo que esperas, bienvenido al mundo de la frustración. Te profetizo que vas a sufrir mucho a causa de ello.

Míralo de este modo. El pecado ya no tiene poder legal sobre nosotros. Hemos sido declarados justos, no culpables y, por tanto, no merecedores de la pena que el pecado lleva implícita. Ahora bien, somos gente rota en proceso de restauración. Esto quiere decir que ese pecado que no nos puede condenar está todavía presente en nuestros genes, en toda nuestra estructura mental, emocional y espiritual y hemos de dejar que poco a poco, Jesús lo vaya restaurando.

Así pues, el primer paso para resolver la tensión de la que hablé y para ser restaurados del pecado, consiste en reconocer que es y será una realidad que nos acompañará de por vida. No lo niegues, no lo encubras, no lo sublimes, no lo espiritualices. Llámalo por su nombre y reconócelo como tu compañero de viaje.


¿Cómo manejas este tema?



 



Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. (1 Juan 1:8)


Este pensamiento, junto con un par más que vendrán, es un intento de explicar la tensión que Pablo plantea en Romanos 7 entre lo que no queremos hacer y acabamos haciendo y viceversa. Te recomiendo leas la reflexión previa para darle sentido.

He aprendido a lo largo de la vida que es imposible resolver aquello que no se acepta, se llama por su nombre; en definitiva, se reconoce. El pecado es y será una realidad en la vida de un seguidor de Jesús mientras viva, hasta el mismo día en que muramos. Te engañas y no has entendido la Escritura si crees que algún día el pecado no formará parte de tu vida cotidiana. Si es eso lo que esperas, bienvenido al mundo de la frustración. Te profetizo que vas a sufrir mucho a causa de ello.

Míralo de este modo. El pecado ya no tiene poder legal sobre nosotros. Hemos sido declarados justos, no culpables y, por tanto, no merecedores de la pena que el pecado lleva implícita. Ahora bien, somos gente rota en proceso de restauración. Esto quiere decir que ese pecado que no nos puede condenar está todavía presente en nuestros genes, en toda nuestra estructura mental, emocional y espiritual y hemos de dejar que poco a poco, Jesús lo vaya restaurando.

Así pues, el primer paso para resolver la tensión de la que hablé y para ser restaurados del pecado, consiste en reconocer que es y será una realidad que nos acompañará de por vida. No lo niegues, no lo encubras, no lo sublimes, no lo espiritualices. Llámalo por su nombre y reconócelo como tu compañero de viaje.


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Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. (1 Juan 1:8)


Este pensamiento, junto con un par más que vendrán, es un intento de explicar la tensión que Pablo plantea en Romanos 7 entre lo que no queremos hacer y acabamos haciendo y viceversa. Te recomiendo leas la reflexión previa para darle sentido.

He aprendido a lo largo de la vida que es imposible resolver aquello que no se acepta, se llama por su nombre; en definitiva, se reconoce. El pecado es y será una realidad en la vida de un seguidor de Jesús mientras viva, hasta el mismo día en que muramos. Te engañas y no has entendido la Escritura si crees que algún día el pecado no formará parte de tu vida cotidiana. Si es eso lo que esperas, bienvenido al mundo de la frustración. Te profetizo que vas a sufrir mucho a causa de ello.

Míralo de este modo. El pecado ya no tiene poder legal sobre nosotros. Hemos sido declarados justos, no culpables y, por tanto, no merecedores de la pena que el pecado lleva implícita. Ahora bien, somos gente rota en proceso de restauración. Esto quiere decir que ese pecado que no nos puede condenar está todavía presente en nuestros genes, en toda nuestra estructura mental, emocional y espiritual y hemos de dejar que poco a poco, Jesús lo vaya restaurando.

Así pues, el primer paso para resolver la tensión de la que hablé y para ser restaurados del pecado, consiste en reconocer que es y será una realidad que nos acompañará de por vida. No lo niegues, no lo encubras, no lo sublimes, no lo espiritualices. Llámalo por su nombre y reconócelo como tu compañero de viaje.


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