Ve, pues; yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. (Éxodo 2:10)


El llamamiento de Moisés es singular y espectacular. Lo recibe en medio de una teofanía (una aparición de Dios) y con una misión de gran alcance, liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. El problema es que el carácter tan especial de este llamado nos puede deslumbrar tanto que nos quedemos con la forma y olvidemos el fondo del mismo. Porque lo que realmente importa y debe llamar nuestra atención, en lo que debemos centrarnos es en el fondo. En este hay los principios que dan vida a cualquier otro llamamiento que podamos ver en las Escrituras; incluido el nuestro propio. Estos principios, a saber, son el Dios que llama, la persona llamada y la tarea asignada. La forma puede variar y así lo vemos a lo largo de la historia bíblica. Puede ser más o menos espectacular y llamativa; pero si bien esta cambia el fondo siempre permanece inalterable.

Hemos enfatizado tanto la forma del llamamiento que muchos seguidores de Jesús a lo largo de los siglos y en la actualidad consideran que para ellos no hay ningún llamado y si lo hay, debe ser de segunda clase. Hemos dado tanta importancia a la forma que la ausencia de los detalles espectaculares y singulares que rodean el llamado de los grandes personajes bíblicos nos impidan reconocer nuestro propio llamamiento de parte del Señor. Buscamos el fuego, los relámpagos, lo sobrenatural, lo singular, lo deslumbrante y perdemos, consecuentemente, los principios que hacen que un llamado sea precisamente eso, un llamado. No nos podemos reconocer como gente llamada porque nuestra atención no está centrada en el fondo -los principios- sino en la forma -las circunstancias- y éstas no podemos reconocerlas.

Pero Moisés es un buen espejo para reflejarse. Nos ayuda a ver que todos los seguidores de Jesús participamos de un llamado tan sublime e importante como el suyo. Podemos reconocer en nosotros esos tres principios claves que están en el fondo de todo llamamiento y lo constituyen como tal. Jesús, el Dios hecho ser humano, es quien nos ha llamado. Todos nosotros, sin excepción, sea cual sea nuestro estado, tengamos o no estudios teológicos, pertenezcamos o no a una organización misionera somos llamados como Moisés por Dios a una tarea; el ministerio de la restauración y la reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús. Los tres principios básicos del llamado están presentes, están ahí; la cuestión es si nosotros los creemos y valoramos.

Me preocupa que nos deslumbremos tanto con el llamado de Moisés que despreciemos el nuestro. Que nos cautive tanto las circunstancias del suyo que perdamos de vista los principios latentes en el nuestro. Que nos centremos en la forma, como en tantas cosas de la vida cristiana, y no en el fondo. 


¿Qué pasa con tu llamamiento? ¿Lo reconoces? ¿Lo valoras? ¿Lo aceptas?


Ve, pues; yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. (Éxodo 2:10)


El llamamiento de Moisés es singular y espectacular. Lo recibe en medio de una teofanía (una aparición de Dios) y con una misión de gran alcance, liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. El problema es que el carácter tan especial de este llamado nos puede deslumbrar tanto que nos quedemos con la forma y olvidemos el fondo del mismo. Porque lo que realmente importa y debe llamar nuestra atención, en lo que debemos centrarnos es en el fondo. En este hay los principios que dan vida a cualquier otro llamamiento que podamos ver en las Escrituras; incluido el nuestro propio. Estos principios, a saber, son el Dios que llama, la persona llamada y la tarea asignada. La forma puede variar y así lo vemos a lo largo de la historia bíblica. Puede ser más o menos espectacular y llamativa; pero si bien esta cambia el fondo siempre permanece inalterable.

Hemos enfatizado tanto la forma del llamamiento que muchos seguidores de Jesús a lo largo de los siglos y en la actualidad consideran que para ellos no hay ningún llamado y si lo hay, debe ser de segunda clase. Hemos dado tanta importancia a la forma que la ausencia de los detalles espectaculares y singulares que rodean el llamado de los grandes personajes bíblicos nos impidan reconocer nuestro propio llamamiento de parte del Señor. Buscamos el fuego, los relámpagos, lo sobrenatural, lo singular, lo deslumbrante y perdemos, consecuentemente, los principios que hacen que un llamado sea precisamente eso, un llamado. No nos podemos reconocer como gente llamada porque nuestra atención no está centrada en el fondo -los principios- sino en la forma -las circunstancias- y éstas no podemos reconocerlas.

Pero Moisés es un buen espejo para reflejarse. Nos ayuda a ver que todos los seguidores de Jesús participamos de un llamado tan sublime e importante como el suyo. Podemos reconocer en nosotros esos tres principios claves que están en el fondo de todo llamamiento y lo constituyen como tal. Jesús, el Dios hecho ser humano, es quien nos ha llamado. Todos nosotros, sin excepción, sea cual sea nuestro estado, tengamos o no estudios teológicos, pertenezcamos o no a una organización misionera somos llamados como Moisés por Dios a una tarea; el ministerio de la restauración y la reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús. Los tres principios básicos del llamado están presentes, están ahí; la cuestión es si nosotros los creemos y valoramos.

Me preocupa que nos deslumbremos tanto con el llamado de Moisés que despreciemos el nuestro. Que nos cautive tanto las circunstancias del suyo que perdamos de vista los principios latentes en el nuestro. Que nos centremos en la forma, como en tantas cosas de la vida cristiana, y no en el fondo. 


¿Qué pasa con tu llamamiento? ¿Lo reconoces? ¿Lo valoras? ¿Lo aceptas?


Ve, pues; yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. (Éxodo 2:10)


El llamamiento de Moisés es singular y espectacular. Lo recibe en medio de una teofanía (una aparición de Dios) y con una misión de gran alcance, liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. El problema es que el carácter tan especial de este llamado nos puede deslumbrar tanto que nos quedemos con la forma y olvidemos el fondo del mismo. Porque lo que realmente importa y debe llamar nuestra atención, en lo que debemos centrarnos es en el fondo. En este hay los principios que dan vida a cualquier otro llamamiento que podamos ver en las Escrituras; incluido el nuestro propio. Estos principios, a saber, son el Dios que llama, la persona llamada y la tarea asignada. La forma puede variar y así lo vemos a lo largo de la historia bíblica. Puede ser más o menos espectacular y llamativa; pero si bien esta cambia el fondo siempre permanece inalterable.

Hemos enfatizado tanto la forma del llamamiento que muchos seguidores de Jesús a lo largo de los siglos y en la actualidad consideran que para ellos no hay ningún llamado y si lo hay, debe ser de segunda clase. Hemos dado tanta importancia a la forma que la ausencia de los detalles espectaculares y singulares que rodean el llamado de los grandes personajes bíblicos nos impidan reconocer nuestro propio llamamiento de parte del Señor. Buscamos el fuego, los relámpagos, lo sobrenatural, lo singular, lo deslumbrante y perdemos, consecuentemente, los principios que hacen que un llamado sea precisamente eso, un llamado. No nos podemos reconocer como gente llamada porque nuestra atención no está centrada en el fondo -los principios- sino en la forma -las circunstancias- y éstas no podemos reconocerlas.

Pero Moisés es un buen espejo para reflejarse. Nos ayuda a ver que todos los seguidores de Jesús participamos de un llamado tan sublime e importante como el suyo. Podemos reconocer en nosotros esos tres principios claves que están en el fondo de todo llamamiento y lo constituyen como tal. Jesús, el Dios hecho ser humano, es quien nos ha llamado. Todos nosotros, sin excepción, sea cual sea nuestro estado, tengamos o no estudios teológicos, pertenezcamos o no a una organización misionera somos llamados como Moisés por Dios a una tarea; el ministerio de la restauración y la reconciliación de todas las cosas con Dios por medio de Jesús. Los tres principios básicos del llamado están presentes, están ahí; la cuestión es si nosotros los creemos y valoramos.

Me preocupa que nos deslumbremos tanto con el llamado de Moisés que despreciemos el nuestro. Que nos cautive tanto las circunstancias del suyo que perdamos de vista los principios latentes en el nuestro. Que nos centremos en la forma, como en tantas cosas de la vida cristiana, y no en el fondo. 


¿Qué pasa con tu llamamiento? ¿Lo reconoces? ¿Lo valoras? ¿Lo aceptas?