Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco que me llames hijo; trátame como a uno de tus jornaleros (Lucas 15:19)


La decisión de volver a casa está tomada. Pero, ¿En qué condiciones se puede volver? Hay una clara comprensión de que las cosas ya no podrán ser como antes. La condición de hijo ya está perdida. Pero, al mismo tiempo, es arriesgado presentarse como si nada hubiera sucedido; es preciso tener algo con lo que negociar con el padre. Su brillante idea consiste en pensar que ya que no puede volver a  su condición de hijo, hacerlo en la condición de asalariado. Estos no estaban a merced de la gracia del padre, se ganaban honradamente un jornal que les era pagado puntualmente como compensación por su trabajo. Pedía una oportunidad para trabajar. El resto se lo ganaría él, de este modo nadie le echaría en cara que estaba viviendo de nuevo a costa del padre. Pienso que aquel muchacho, en su mente, consideró que era un trato justo. Que iba armado con un buen discurso que, por poco que las cosas salieran bien, le permitiría negociar con el padre una salida honrosa a su situación.

Creo que en muchas ocasiones nos queremos mover hacia Dios con los mismos parámetros que aquel muchacho. Richard Rorh, un escritor cristiano, afirmó que la gracia siempre es demasiado para que la mente y el corazón la acepten. La gracia siempre es una humillación para el ego porque representa reconocer -algo que en principio no es tan difícil- y aceptar -algo que es muy difícil- nuestra vulnerabilidad y necesidad de Dios. Preferimos elaborar un discurso de negociación con Él. Nos parece más digno ganarnos algo, ponernos en una posición en que sintamos que estamos bien con Dios porque, de alguna manera, nos lo merecemos, nos lo hemos trabajado. Muchos de nosotros nos acercamos al Señor con un paradigma de negociar, no de aceptar. Queremos, aunque sea un poquito, darle una mínima compensación a nuestro pobre ego.


Aceptación o negociación ¿Con qué paradigma te acercas al Padre?


Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco que me llames hijo; trátame como a uno de tus jornaleros (Lucas 15:19)


La decisión de volver a casa está tomada. Pero, ¿En qué condiciones se puede volver? Hay una clara comprensión de que las cosas ya no podrán ser como antes. La condición de hijo ya está perdida. Pero, al mismo tiempo, es arriesgado presentarse como si nada hubiera sucedido; es preciso tener algo con lo que negociar con el padre. Su brillante idea consiste en pensar que ya que no puede volver a  su condición de hijo, hacerlo en la condición de asalariado. Estos no estaban a merced de la gracia del padre, se ganaban honradamente un jornal que les era pagado puntualmente como compensación por su trabajo. Pedía una oportunidad para trabajar. El resto se lo ganaría él, de este modo nadie le echaría en cara que estaba viviendo de nuevo a costa del padre. Pienso que aquel muchacho, en su mente, consideró que era un trato justo. Que iba armado con un buen discurso que, por poco que las cosas salieran bien, le permitiría negociar con el padre una salida honrosa a su situación.

Creo que en muchas ocasiones nos queremos mover hacia Dios con los mismos parámetros que aquel muchacho. Richard Rorh, un escritor cristiano, afirmó que la gracia siempre es demasiado para que la mente y el corazón la acepten. La gracia siempre es una humillación para el ego porque representa reconocer -algo que en principio no es tan difícil- y aceptar -algo que es muy difícil- nuestra vulnerabilidad y necesidad de Dios. Preferimos elaborar un discurso de negociación con Él. Nos parece más digno ganarnos algo, ponernos en una posición en que sintamos que estamos bien con Dios porque, de alguna manera, nos lo merecemos, nos lo hemos trabajado. Muchos de nosotros nos acercamos al Señor con un paradigma de negociar, no de aceptar. Queremos, aunque sea un poquito, darle una mínima compensación a nuestro pobre ego.


Aceptación o negociación ¿Con qué paradigma te acercas al Padre?


Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco que me llames hijo; trátame como a uno de tus jornaleros (Lucas 15:19)


La decisión de volver a casa está tomada. Pero, ¿En qué condiciones se puede volver? Hay una clara comprensión de que las cosas ya no podrán ser como antes. La condición de hijo ya está perdida. Pero, al mismo tiempo, es arriesgado presentarse como si nada hubiera sucedido; es preciso tener algo con lo que negociar con el padre. Su brillante idea consiste en pensar que ya que no puede volver a  su condición de hijo, hacerlo en la condición de asalariado. Estos no estaban a merced de la gracia del padre, se ganaban honradamente un jornal que les era pagado puntualmente como compensación por su trabajo. Pedía una oportunidad para trabajar. El resto se lo ganaría él, de este modo nadie le echaría en cara que estaba viviendo de nuevo a costa del padre. Pienso que aquel muchacho, en su mente, consideró que era un trato justo. Que iba armado con un buen discurso que, por poco que las cosas salieran bien, le permitiría negociar con el padre una salida honrosa a su situación.

Creo que en muchas ocasiones nos queremos mover hacia Dios con los mismos parámetros que aquel muchacho. Richard Rorh, un escritor cristiano, afirmó que la gracia siempre es demasiado para que la mente y el corazón la acepten. La gracia siempre es una humillación para el ego porque representa reconocer -algo que en principio no es tan difícil- y aceptar -algo que es muy difícil- nuestra vulnerabilidad y necesidad de Dios. Preferimos elaborar un discurso de negociación con Él. Nos parece más digno ganarnos algo, ponernos en una posición en que sintamos que estamos bien con Dios porque, de alguna manera, nos lo merecemos, nos lo hemos trabajado. Muchos de nosotros nos acercamos al Señor con un paradigma de negociar, no de aceptar. Queremos, aunque sea un poquito, darle una mínima compensación a nuestro pobre ego.


Aceptación o negociación ¿Con qué paradigma te acercas al Padre?