Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos purificará de toda iniquidad. (1 Juan 1:8.9)


Las autoridades sanitarias insisten una y otra vez en las necesidad de una buena higiene de las manos como uno de los medios más eficaces para evitar el contagio con el virus COVID 19. Dado que todavía no existen tratamientos que sea efectivos para su curación, la prevención es la única estrategia disponible, la mascarilla y el lavado continuado de nuestras manos para prevenir que el virus se pudiera haber depositado en ellas y por contacto con nuestra cara penetrara en nuestro cuerpo. Pequeñas estrategias que pueden producir grandes resultados.

Ayer comentaba de qué modo la Palabra del Señor era nuestra mascarilla para evitar ser contaminados por el entorno. Hoy propongo que, siguiendo la analogía de la pandemia, veamos la confesión del pecado como un medio de prevenir que nuestra vida se vea infectada y dañada por el mismo. El reto para el seguidor de Jesús no es el pecado; todos pecamos y seguiremos pecando hasta que estemos en la presencia de Dios. El reto consiste en no permitir ningún pecado sin confesar en nuestras vidas. El desafío es no permitir que se asiente, se enquiste en nuestra experiencia, tome posiciones y, consecuentemente, pueda infectar el resto de nuestra relación con el Señor y con otros. Confesar el pecado es el equivalente a lavar nuestras manos, hacerlo a fondo y hacerlo a menudo.


¿Cuán incorporado tienes este hábito de higiene espiritual en tu vida?










Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos purificará de toda iniquidad. (1 Juan 1:8.9)


Las autoridades sanitarias insisten una y otra vez en las necesidad de una buena higiene de las manos como uno de los medios más eficaces para evitar el contagio con el virus COVID 19. Dado que todavía no existen tratamientos que sea efectivos para su curación, la prevención es la única estrategia disponible, la mascarilla y el lavado continuado de nuestras manos para prevenir que el virus se pudiera haber depositado en ellas y por contacto con nuestra cara penetrara en nuestro cuerpo. Pequeñas estrategias que pueden producir grandes resultados.

Ayer comentaba de qué modo la Palabra del Señor era nuestra mascarilla para evitar ser contaminados por el entorno. Hoy propongo que, siguiendo la analogía de la pandemia, veamos la confesión del pecado como un medio de prevenir que nuestra vida se vea infectada y dañada por el mismo. El reto para el seguidor de Jesús no es el pecado; todos pecamos y seguiremos pecando hasta que estemos en la presencia de Dios. El reto consiste en no permitir ningún pecado sin confesar en nuestras vidas. El desafío es no permitir que se asiente, se enquiste en nuestra experiencia, tome posiciones y, consecuentemente, pueda infectar el resto de nuestra relación con el Señor y con otros. Confesar el pecado es el equivalente a lavar nuestras manos, hacerlo a fondo y hacerlo a menudo.


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Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos purificará de toda iniquidad. (1 Juan 1:8.9)


Las autoridades sanitarias insisten una y otra vez en las necesidad de una buena higiene de las manos como uno de los medios más eficaces para evitar el contagio con el virus COVID 19. Dado que todavía no existen tratamientos que sea efectivos para su curación, la prevención es la única estrategia disponible, la mascarilla y el lavado continuado de nuestras manos para prevenir que el virus se pudiera haber depositado en ellas y por contacto con nuestra cara penetrara en nuestro cuerpo. Pequeñas estrategias que pueden producir grandes resultados.

Ayer comentaba de qué modo la Palabra del Señor era nuestra mascarilla para evitar ser contaminados por el entorno. Hoy propongo que, siguiendo la analogía de la pandemia, veamos la confesión del pecado como un medio de prevenir que nuestra vida se vea infectada y dañada por el mismo. El reto para el seguidor de Jesús no es el pecado; todos pecamos y seguiremos pecando hasta que estemos en la presencia de Dios. El reto consiste en no permitir ningún pecado sin confesar en nuestras vidas. El desafío es no permitir que se asiente, se enquiste en nuestra experiencia, tome posiciones y, consecuentemente, pueda infectar el resto de nuestra relación con el Señor y con otros. Confesar el pecado es el equivalente a lavar nuestras manos, hacerlo a fondo y hacerlo a menudo.


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