Y en aquel momento, todos los discípulos de Jesús lo abandonaron y huyeron. (Mateo 26:56)


El abandono de Jesús me produce tristeza. El Maestro se encuentra en el peor momento de su ministerio, necesitado del apoyo emocional y físico de aquellos que durante tres años han compartido la vida con Él y llegada la situación, fallan y lo abandonan. Todos ellos habían prometido por activa y por pasiva que darían su vida por Él si fuera necesario, sin embargo, su incapacidad para velar y orar con Él en aquel instante en que, según sus propias palabras, me está invadiendo una tristeza de muerte, ya anunciaba lo que pasaría a continuación.

Es fácil juzgar a los discípulos y generar sentimientos negativos hacia ellos, los merecen, no estuvieron a la altura de las circunstancias, no dieron la talla que se esperaba de ellos. Sin embargo, este pasaje me ha hecho pensar en el Jesús abandonado por ti y por mí. Nuestro abandono no es tan dramático como el protagonizado por los discípulos pero no es menos triste y patético. 

Abandonamos a Jesús -según sus propias palabras- cada vez que le damos la espalda a nuestro prójimo y sus necesidades emocionales, sociales, materiales, espirituales. Dejamos solos al Maestro cada vez que nos negamos, consciente o inconscientemente, a unirnos a Él en la tarea de ser agentes de restauración en un mundo roto y, consecuentemente, participar de su trabajo de instaurar el Reino. 

Nuestra vida puede ser que esté llena de pequeños abandonos del Maestro, no tienen el dramatismo del protagonizado por los doce en Getsemaní, pero no dejan de ser menos dolorosos y tristes para aquel que dio su vida por nosotros.


¿Cuáles son los abandonos de Jesús en tu vida cotidiana?