Recuerda la promesa hecha a tu siervo, la que mantiene mi esperanza. Esto me consuela cuando sufro: que tu promesa me da vida. (Salmo 119:49-50)


Leyendo acerca de la esperanza me ha sorprendido que una de las explicaciones afirma que es un estado de ánimo optimista, en el cual aquello que queremos o aspiramos nos parece posible. La verdad, me ha sorprendido; me ha parecido como una especie de truco mental que nos juega el cerebro para ir tirando contra viento y marea ante las realidades de la vida. Eso da sentido a expresiones de la vida cotidiana tales como: la esperanza es lo último que se pierde. Me ha hecho pensar en aquellas situaciones en que nos aferramos a una posibilidad remota ante una situación adversa. Necesitamos esperar aunque racionalmente sabemos que no hay nada en qué esperar. 

La esperanza del seguidor de Jesús es radicalmente diferente, parte de premisas distintas. No es un estado de ánimo que haga que parezca posible una cosa, es una certeza futura de que algo se llevará a cabo en su tiempo, en su momento, en alineamiento con la voluntad del Padre. Esa esperanza no depende de nuestra capacidad de ser positivos, de creernos lo increíble, de fruncir el ceño para disipar cualquier duda. ¡En absoluto! depende del carácter confiable del Dios que ha enunciado sus promesas. Depende del registro histórico que tenemos de que su Palabra siempre se cumple, en su momento, de acuerdo con sus tiempo. 

Creo que la diferencia es radical; tal y como la entiende la sociedad, la esperanza es un estado de ánimo que uno genera. Tal y como la entiende el seguidor de Jesús es una certeza que sabemos que, tarde o temprano, ser verá culminada. La primera se puede perder, aunque sea lo último en perderse. La segunda no.

¿De qué tipo es tu esperanza?

 



Recuerda la promesa hecha a tu siervo, la que mantiene mi esperanza. Esto me consuela cuando sufro: que tu promesa me da vida. (Salmo 119:49-50)


Leyendo acerca de la esperanza me ha sorprendido que una de las explicaciones afirma que es un estado de ánimo optimista, en el cual aquello que queremos o aspiramos nos parece posible. La verdad, me ha sorprendido; me ha parecido como una especie de truco mental que nos juega el cerebro para ir tirando contra viento y marea ante las realidades de la vida. Eso da sentido a expresiones de la vida cotidiana tales como: la esperanza es lo último que se pierde. Me ha hecho pensar en aquellas situaciones en que nos aferramos a una posibilidad remota ante una situación adversa. Necesitamos esperar aunque racionalmente sabemos que no hay nada en qué esperar. 

La esperanza del seguidor de Jesús es radicalmente diferente, parte de premisas distintas. No es un estado de ánimo que haga que parezca posible una cosa, es una certeza futura de que algo se llevará a cabo en su tiempo, en su momento, en alineamiento con la voluntad del Padre. Esa esperanza no depende de nuestra capacidad de ser positivos, de creernos lo increíble, de fruncir el ceño para disipar cualquier duda. ¡En absoluto! depende del carácter confiable del Dios que ha enunciado sus promesas. Depende del registro histórico que tenemos de que su Palabra siempre se cumple, en su momento, de acuerdo con sus tiempo. 

Creo que la diferencia es radical; tal y como la entiende la sociedad, la esperanza es un estado de ánimo que uno genera. Tal y como la entiende el seguidor de Jesús es una certeza que sabemos que, tarde o temprano, ser verá culminada. La primera se puede perder, aunque sea lo último en perderse. La segunda no.

¿De qué tipo es tu esperanza?

 



Recuerda la promesa hecha a tu siervo, la que mantiene mi esperanza. Esto me consuela cuando sufro: que tu promesa me da vida. (Salmo 119:49-50)


Leyendo acerca de la esperanza me ha sorprendido que una de las explicaciones afirma que es un estado de ánimo optimista, en el cual aquello que queremos o aspiramos nos parece posible. La verdad, me ha sorprendido; me ha parecido como una especie de truco mental que nos juega el cerebro para ir tirando contra viento y marea ante las realidades de la vida. Eso da sentido a expresiones de la vida cotidiana tales como: la esperanza es lo último que se pierde. Me ha hecho pensar en aquellas situaciones en que nos aferramos a una posibilidad remota ante una situación adversa. Necesitamos esperar aunque racionalmente sabemos que no hay nada en qué esperar. 

La esperanza del seguidor de Jesús es radicalmente diferente, parte de premisas distintas. No es un estado de ánimo que haga que parezca posible una cosa, es una certeza futura de que algo se llevará a cabo en su tiempo, en su momento, en alineamiento con la voluntad del Padre. Esa esperanza no depende de nuestra capacidad de ser positivos, de creernos lo increíble, de fruncir el ceño para disipar cualquier duda. ¡En absoluto! depende del carácter confiable del Dios que ha enunciado sus promesas. Depende del registro histórico que tenemos de que su Palabra siempre se cumple, en su momento, de acuerdo con sus tiempo. 

Creo que la diferencia es radical; tal y como la entiende la sociedad, la esperanza es un estado de ánimo que uno genera. Tal y como la entiende el seguidor de Jesús es una certeza que sabemos que, tarde o temprano, ser verá culminada. La primera se puede perder, aunque sea lo último en perderse. La segunda no.

¿De qué tipo es tu esperanza?