Si alardeamos de no haber pecado, dejamos a Dios por mentiroso y además es señal de que no hemos acogido su mensaje. (1 Juan 1:10)


La relación del seguidor de Jesús con el pecado es un auténtico dilema. Dicen que un dilema es algo que no puedes resolver pero que tampoco puedes ignorar o evitar. El pecado sigue siendo, queramos admitirlo o no, una realidad en nuestras vidas; realidad que no siempre sabemos cómo manejar. El pecado sigue teniendo atracción y poder de seducción sobre nosotros, de lo contrario, si éste no fuera atractivo (recordemos el caso de Eva y el fruto prohibido) nadie pecaría. El pecado pone de manifiesto nuestras contradicciones, aquello que Pablo tan bien expresó en Romanos 7 cuando hablaba de hacer lo que no queremos y dejar de hacer aquello a lo que aspiramos. El caso se complica cuando uno vive bajo una estructura teológica que no afronta la realidad del pecado en la vida del creyente y, consiguientemente, éste queda a merced de unas contradicciones y tensiones que no puede ni sabe explicar. 

Juan puede decirlo más alto pero no más claro. Si afirmamos que no hay pecado en nuestras vidas estamos dejando a Dios por mentiroso y es una señal evidente de que no hemos acogido y entendido su mensaje. El pecado es y será una realidad en la vida de todo seguidor de Jesús, pues si bien hemos sido liberados de las implicaciones judiciales del mismo -hemos sido justificados- no lo hemos sido de su presencia, algo que entiendo -aunque puedo estar equivocado- no se llevará a cabo hasta que estemos en la presencia de Dios.


¿Cómo vives y experimentas la realidad del pecado en tu vida?



Si alardeamos de no haber pecado, dejamos a Dios por mentiroso y además es señal de que no hemos acogido su mensaje. (1 Juan 1:10)


La relación del seguidor de Jesús con el pecado es un auténtico dilema. Dicen que un dilema es algo que no puedes resolver pero que tampoco puedes ignorar o evitar. El pecado sigue siendo, queramos admitirlo o no, una realidad en nuestras vidas; realidad que no siempre sabemos cómo manejar. El pecado sigue teniendo atracción y poder de seducción sobre nosotros, de lo contrario, si éste no fuera atractivo (recordemos el caso de Eva y el fruto prohibido) nadie pecaría. El pecado pone de manifiesto nuestras contradicciones, aquello que Pablo tan bien expresó en Romanos 7 cuando hablaba de hacer lo que no queremos y dejar de hacer aquello a lo que aspiramos. El caso se complica cuando uno vive bajo una estructura teológica que no afronta la realidad del pecado en la vida del creyente y, consiguientemente, éste queda a merced de unas contradicciones y tensiones que no puede ni sabe explicar. 

Juan puede decirlo más alto pero no más claro. Si afirmamos que no hay pecado en nuestras vidas estamos dejando a Dios por mentiroso y es una señal evidente de que no hemos acogido y entendido su mensaje. El pecado es y será una realidad en la vida de todo seguidor de Jesús, pues si bien hemos sido liberados de las implicaciones judiciales del mismo -hemos sido justificados- no lo hemos sido de su presencia, algo que entiendo -aunque puedo estar equivocado- no se llevará a cabo hasta que estemos en la presencia de Dios.


¿Cómo vives y experimentas la realidad del pecado en tu vida?



Si alardeamos de no haber pecado, dejamos a Dios por mentiroso y además es señal de que no hemos acogido su mensaje. (1 Juan 1:10)


La relación del seguidor de Jesús con el pecado es un auténtico dilema. Dicen que un dilema es algo que no puedes resolver pero que tampoco puedes ignorar o evitar. El pecado sigue siendo, queramos admitirlo o no, una realidad en nuestras vidas; realidad que no siempre sabemos cómo manejar. El pecado sigue teniendo atracción y poder de seducción sobre nosotros, de lo contrario, si éste no fuera atractivo (recordemos el caso de Eva y el fruto prohibido) nadie pecaría. El pecado pone de manifiesto nuestras contradicciones, aquello que Pablo tan bien expresó en Romanos 7 cuando hablaba de hacer lo que no queremos y dejar de hacer aquello a lo que aspiramos. El caso se complica cuando uno vive bajo una estructura teológica que no afronta la realidad del pecado en la vida del creyente y, consiguientemente, éste queda a merced de unas contradicciones y tensiones que no puede ni sabe explicar. 

Juan puede decirlo más alto pero no más claro. Si afirmamos que no hay pecado en nuestras vidas estamos dejando a Dios por mentiroso y es una señal evidente de que no hemos acogido y entendido su mensaje. El pecado es y será una realidad en la vida de todo seguidor de Jesús, pues si bien hemos sido liberados de las implicaciones judiciales del mismo -hemos sido justificados- no lo hemos sido de su presencia, algo que entiendo -aunque puedo estar equivocado- no se llevará a cabo hasta que estemos en la presencia de Dios.


¿Cómo vives y experimentas la realidad del pecado en tu vida?