Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. (Romanos 7:7)

Donde no hay diagnóstico no hay enfermedad. Naturalmente que la hay y que sigue su avance dañino sobre nosotros, sin embargo, carecemos de conciencia de la misma y, consecuente, no podemos hacer nada para atacarla. Pablo viene a decir lo mismo con respecto a la Ley y el pecado. Donde no hay Ley tampoco existe el pecado. Yo no sabría que ciertas conductas profundizan mi ruptura con Dios, conmigo mismo, con otros y la creación de no haber una Ley que las califica como pecado. 

Por tanto, la Ley nos hace un tremendo favor, saca a la superficie, no solo las acciones que son visibles y que son categorizadas por ella como pecado; sino también las motivaciones, actitudes, paradigmas y valores detrás de esas conductas visibles. Al hacerlo nos permite conocerlas -primer e importante paso-. Nos permite reconocerlas, es decir, aceptar propiedad y responsabilidad por las mismas -segundo e importante paso-. Finalmente, nos permite gestionarlas, trabajarlas con el Señor para eliminarlas, atajarlas, descartarlas.

Por eso, cada poco tiempo, tenemos que acercarnos al Señor para que nos eche una vistazo y saque a la luz lo que hay, para que así lo podemos reconocer y gestionar.

¿Cuánto hace que no llevas a cabo ese proceso?




 


Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. (Romanos 7:7)

Donde no hay diagnóstico no hay enfermedad. Naturalmente que la hay y que sigue su avance dañino sobre nosotros, sin embargo, carecemos de conciencia de la misma y, consecuente, no podemos hacer nada para atacarla. Pablo viene a decir lo mismo con respecto a la Ley y el pecado. Donde no hay Ley tampoco existe el pecado. Yo no sabría que ciertas conductas profundizan mi ruptura con Dios, conmigo mismo, con otros y la creación de no haber una Ley que las califica como pecado. 

Por tanto, la Ley nos hace un tremendo favor, saca a la superficie, no solo las acciones que son visibles y que son categorizadas por ella como pecado; sino también las motivaciones, actitudes, paradigmas y valores detrás de esas conductas visibles. Al hacerlo nos permite conocerlas -primer e importante paso-. Nos permite reconocerlas, es decir, aceptar propiedad y responsabilidad por las mismas -segundo e importante paso-. Finalmente, nos permite gestionarlas, trabajarlas con el Señor para eliminarlas, atajarlas, descartarlas.

Por eso, cada poco tiempo, tenemos que acercarnos al Señor para que nos eche una vistazo y saque a la luz lo que hay, para que así lo podemos reconocer y gestionar.

¿Cuánto hace que no llevas a cabo ese proceso?




 


Claro que, sin la ley, yo no habría experimentado el pecado. (Romanos 7:7)

Donde no hay diagnóstico no hay enfermedad. Naturalmente que la hay y que sigue su avance dañino sobre nosotros, sin embargo, carecemos de conciencia de la misma y, consecuente, no podemos hacer nada para atacarla. Pablo viene a decir lo mismo con respecto a la Ley y el pecado. Donde no hay Ley tampoco existe el pecado. Yo no sabría que ciertas conductas profundizan mi ruptura con Dios, conmigo mismo, con otros y la creación de no haber una Ley que las califica como pecado. 

Por tanto, la Ley nos hace un tremendo favor, saca a la superficie, no solo las acciones que son visibles y que son categorizadas por ella como pecado; sino también las motivaciones, actitudes, paradigmas y valores detrás de esas conductas visibles. Al hacerlo nos permite conocerlas -primer e importante paso-. Nos permite reconocerlas, es decir, aceptar propiedad y responsabilidad por las mismas -segundo e importante paso-. Finalmente, nos permite gestionarlas, trabajarlas con el Señor para eliminarlas, atajarlas, descartarlas.

Por eso, cada poco tiempo, tenemos que acercarnos al Señor para que nos eche una vistazo y saque a la luz lo que hay, para que así lo podemos reconocer y gestionar.

¿Cuánto hace que no llevas a cabo ese proceso?