Yo soy Dios, tu Señor, quien te sacó de la tierra de Egipto ¡Abre tu boca y yo te saciaré! Pero mi pueblo no me escuchó, Israel no quiso nada conmigo. Y  yo los dejé a su antojo, caminando según sus deseos. (Salmo 81:10-12)


Este último tiempo le he dado vueltas y más vueltas al sentido de la vida. Una de las razones es porque la mía (estadísticamente hablando) se acaba. Otra, porque he tenido conversaciones con amigos al respecto. La vida no siempre nos trata bien. Un ser humano puede vivir y sobreponerse a situaciones tremendamente difíciles... siempre que tenga esperanza. Siempre que le encuentre sentido y significado a su vida. Hoy leía las palabras del salmo y me ha hecho pensar en la promesa de Dios de saciarnos. No lo he interpretado en clave de comida física, sino, una vez más, de significado y propósito. Vuelven a mi mente las palabras de Jesús afirmando que ha venido para darnos vida con sentido, propósito y significado, y a hacerlo de forma abundante. 

Pero también me ha llamado la atención la reflexión que el Señor hace sobre la naturaleza humana, la tuya y la mía; no le escuchamos, no le creemos. Tal vez por la falsa imagen que la religión nos ha ofrecido de Él. Tal vez porque hemos encontrado la práctica religiosa vacía, sin contenido y sin que sacie esa necesidad de propósito y significado. Sea como fuere, el caso es que hemos decidido que la respuesta debe de estar en otro lugar pero no en Dios. ¿La consecuencia? Dios, respetuoso con nuestra libertad, nos deja a nuestro antojo, a que sigamos nuestros deseos, a que exploremos nuestros caminos, a que busquemos nuestras fuentes de sentido y significado y, si somos capaces de ellos, si en esa frenética carrera podemos en alguna ocasión pararnos, pensar y reflexionar sobre lo que estamos cosechando y recibiendo. seguir nuestros deseos --> experimentar los resultados --> pararnos --> reflexionar sobre nuestros caminos y sus frutos --> obrar en consecuencia. 

¿En qué etapa de ese proceso estás?



Yo soy Dios, tu Señor, quien te sacó de la tierra de Egipto ¡Abre tu boca y yo te saciaré! Pero mi pueblo no me escuchó, Israel no quiso nada conmigo. Y  yo los dejé a su antojo, caminando según sus deseos. (Salmo 81:10-12)


Este último tiempo le he dado vueltas y más vueltas al sentido de la vida. Una de las razones es porque la mía (estadísticamente hablando) se acaba. Otra, porque he tenido conversaciones con amigos al respecto. La vida no siempre nos trata bien. Un ser humano puede vivir y sobreponerse a situaciones tremendamente difíciles... siempre que tenga esperanza. Siempre que le encuentre sentido y significado a su vida. Hoy leía las palabras del salmo y me ha hecho pensar en la promesa de Dios de saciarnos. No lo he interpretado en clave de comida física, sino, una vez más, de significado y propósito. Vuelven a mi mente las palabras de Jesús afirmando que ha venido para darnos vida con sentido, propósito y significado, y a hacerlo de forma abundante. 

Pero también me ha llamado la atención la reflexión que el Señor hace sobre la naturaleza humana, la tuya y la mía; no le escuchamos, no le creemos. Tal vez por la falsa imagen que la religión nos ha ofrecido de Él. Tal vez porque hemos encontrado la práctica religiosa vacía, sin contenido y sin que sacie esa necesidad de propósito y significado. Sea como fuere, el caso es que hemos decidido que la respuesta debe de estar en otro lugar pero no en Dios. ¿La consecuencia? Dios, respetuoso con nuestra libertad, nos deja a nuestro antojo, a que sigamos nuestros deseos, a que exploremos nuestros caminos, a que busquemos nuestras fuentes de sentido y significado y, si somos capaces de ellos, si en esa frenética carrera podemos en alguna ocasión pararnos, pensar y reflexionar sobre lo que estamos cosechando y recibiendo. seguir nuestros deseos --> experimentar los resultados --> pararnos --> reflexionar sobre nuestros caminos y sus frutos --> obrar en consecuencia. 

¿En qué etapa de ese proceso estás?



Yo soy Dios, tu Señor, quien te sacó de la tierra de Egipto ¡Abre tu boca y yo te saciaré! Pero mi pueblo no me escuchó, Israel no quiso nada conmigo. Y  yo los dejé a su antojo, caminando según sus deseos. (Salmo 81:10-12)


Este último tiempo le he dado vueltas y más vueltas al sentido de la vida. Una de las razones es porque la mía (estadísticamente hablando) se acaba. Otra, porque he tenido conversaciones con amigos al respecto. La vida no siempre nos trata bien. Un ser humano puede vivir y sobreponerse a situaciones tremendamente difíciles... siempre que tenga esperanza. Siempre que le encuentre sentido y significado a su vida. Hoy leía las palabras del salmo y me ha hecho pensar en la promesa de Dios de saciarnos. No lo he interpretado en clave de comida física, sino, una vez más, de significado y propósito. Vuelven a mi mente las palabras de Jesús afirmando que ha venido para darnos vida con sentido, propósito y significado, y a hacerlo de forma abundante. 

Pero también me ha llamado la atención la reflexión que el Señor hace sobre la naturaleza humana, la tuya y la mía; no le escuchamos, no le creemos. Tal vez por la falsa imagen que la religión nos ha ofrecido de Él. Tal vez porque hemos encontrado la práctica religiosa vacía, sin contenido y sin que sacie esa necesidad de propósito y significado. Sea como fuere, el caso es que hemos decidido que la respuesta debe de estar en otro lugar pero no en Dios. ¿La consecuencia? Dios, respetuoso con nuestra libertad, nos deja a nuestro antojo, a que sigamos nuestros deseos, a que exploremos nuestros caminos, a que busquemos nuestras fuentes de sentido y significado y, si somos capaces de ellos, si en esa frenética carrera podemos en alguna ocasión pararnos, pensar y reflexionar sobre lo que estamos cosechando y recibiendo. seguir nuestros deseos --> experimentar los resultados --> pararnos --> reflexionar sobre nuestros caminos y sus frutos --> obrar en consecuencia. 

¿En qué etapa de ese proceso estás?